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Los de corazón puropor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-2060-3
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Actualmente disponible en: Capítulo 4 de 10 Sección 3 de 3

CONFESIONES ESPECIFICAS

Una vez concluido el período comprendido entre los años 1931 y 1935, toda vez que acudía a Dios pidiéndole alguna cosa, esta oración duraba apenas dos minutos. Por ejemplo, si oraba: “Oh Dios, por favor resuelve este problema”, me tomaba solamente treinta segundos hacer esta oración. Sin embargo, antes de estos treinta segundos, me tomaba de veinte a treinta minutos confesar mis pecados. Cuando veía cuán pecaminoso era, antes de pedirle al Señor que resolviera mi problema, tenía que confesar mis pecados. Después de confesar por veinte o treinta minutos, todos mis pecados habían sido completamente confesados. Como resultado, tenía paz en mi conciencia y no había ninguna barrera entre mi espíritu y Dios. Para entonces, casi estaba cara a cara con Dios, diciéndole, confiada y cómodamente: “Oh Dios, estoy limpio por la sangre preciosa de Tu Hijo. Oh Dios, tengo un problema, y te pido que lo resuelvas por mí”. Entonces, Dios contestaba inmediatamente esta clase de oración.

Cuando oramos, con frecuencia no vemos con claridad y no conocemos la voluntad de Dios. Sin embargo, la clave para conocer la voluntad de Dios es confesar completamente todos nuestros pecados. Después de hacer esto, veremos con claridad. Cualquiera que se haya hecho insensible a Dios mismo, será también insensible al pecado. Deberíamos orar una oración muy simple; ya sea que andemos en la calle o estemos en casa, debemos decir: “Oh Dios, ilumíname y pon al descubierto todos mis pecados”. Entonces, un día la luz nos alcanzará y nos daremos cuenta de cuán mal estamos. Cuando esto suceda, nadie nos dirá que estamos mal en nuestra conducta externa, sino que nosotros mismos lo sentiremos interiormente. Entonces, iremos a Dios y le confesaremos nuestros errores. Si reconocemos que hemos ofendido a nuestros padres, iremos a Dios y diremos: “Oh Dios, en el pasado ofendí a mis padres, por favor perdóname”. Cuando confesamos nuestros errores, tenemos que hacerlo de manera específica.

Si una esposa ha cometido muchos errores y ha ofendido a su esposo, ella tiene que confesar a Dios estos errores de manera específica, haciendo una descripción detallada de aquello en lo cual ella erró con respecto a su esposo o a sus niños. Lo mismo sucede con el esposo. El tiene que hacer, de manera específica, una confesión exhaustiva de aquello en lo cual perjudicó a su esposa o a la empresa donde trabaja. Además, debemos confesar una por una todas nuestras intenciones y pensamientos internos. Hay una hermana procedente del hemisferio occidental que siempre exhortaba a la gente a confesar sus pecados. Un día, ella oyó a alguien que oraba: “Oh Dios, tengo muchos pecados, por favor perdóname”. Al oír esto, esta hermana le dijo: “No le arroje ese bulto tan grande al Señor Jesús. Tiene que abrirlo y presentar su contenido minuciosamente, uno por uno”. Este bulto incluye todo; no digamos simplemente: “Oh Señor, soy un gran pecador”. Debemos contar, uno por uno, cada artículo que forma parte del bulto, diciendo por ejemplo: “Oh Señor, perjudiqué a mi hermano en cierto asunto. Oh Señor, me porté mal con mi esposo en tal ocasión, y cierto día fui injusta con mis hijos”. De esta manera, veremos que nuestros pecados son muchos y estaremos bajo la luz. En la actualidad, las personas viven en tinieblas sin tener ninguna sensación respecto al pecado; aunque confiesen sus pecados todos los días, aún así, siguen insensibles a su pecado.

LA SENDA DE VIDA COMIENZA CON LA CONFESION

He aquí el problema de muchas personas: debido a que carecen de luz, son insensibles. Muchas personas llegan al trabajo a las nueve o a las nueve y media de la mañana, aún cuando su empresa ha estipulado expresamente que se debe llegar a las ocho en punto; sin embargo, al llenar sus tarjetas de control de asistencia, indican que llegaron puntualmente. Una vez un santo me preguntó: “¿Qué debo hacer cuando esto sucede?”. Le contesté: “Si su empresa requiere que usted llegue a las ocho, usted debe llegar a esa hora; pero si usted llega a las nueve, debe anotarlo así en su tarjeta”. Esto es ser un verdadero cristiano. Hoy en día, la lamentable situación que impera consiste en que muchos cristianos carecen de tal percepción. La razón por la cual carecen de dicha percepción es que carecen de luz. ¿Acaso no sabemos que la senda de vida comienza con la confesión? Incluso cuando hayamos decidido hacer cierta cosa y luego somos iluminados por Dios al respecto, no debemos persistir en nuestra decisión; más bien, debemos confesar nuestros pecados. Después de confesar, sabremos reconocer qué es pecado.

Cierto empleado de una escuela primaria usaba frecuentemente el papel y los sobres con el membrete de la escuela. Hacer eso no es correcto. No obstante, si la escuela permite que el papel y los sobres de la escuela sean para uso personal, entonces está bien usarlos; pero, si no existe tal reglamento, hacer uso de estos materiales es un acto injusto. Algunos maestros de escuela primaria toman la tiza de la escuela y se la llevan para que sus hijos jueguen, sin estar conscientes del pecado cometido. No podemos decir que dichas personas no sean salvas, pero sí afirmamos que no están conscientes del pecado. La persona que confiesa sus pecados ante Dios no descuidará estos asuntos. Antes de confesar, uno posiblemente se sienta libre de leer el periódico o la correspondencia que pertenece a otros; pero después de confesar, estará consciente de su injusticia si sigue haciendo lo mismo. No se trata meramente de una cuestión legalista, sino que es cuestión de ser rectos. Cuando tengamos esta clase de percepción, conoceremos la senda de Cristo. Si queremos que la vida divina crezca en nosotros, tenemos que confesar nuestros pecados. La senda de vida comienza con la confesión. Muchas personas han escuchado acerca de diversas doctrinas, pero nunca han dado un paso en la senda de la vida divina; por consiguiente, no experimentan la disciplina del Espíritu Santo ni son restringidos por El. Aunque tal vez no cometan errores gravísimos, han estado cometiendo muchísimos errores pequeños. Tenemos que buscar la misericordia de Dios, procurar Su resplandor y confesarle a El, de tal modo que nuestro pecados nos sean perdonados.


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