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Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, Elpor Watchman Nee

ISBN: 978-1-57593-377-1
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CAPITULO OCHO

ISAAC EN EL NUEVO TESTAMENTO:
LAS PROVISIONES DE DIOS EN CRISTO

Lectura bíblica: Gá. 3:26-29; 4:6-7, 28, 31; 5:1; Jn. 15:4a;
Ro. 6:5-7, 11; Ef. 2:4-6; Gá. 2:20; Fil. 1:21a; 1 Co. 1:30

LA HERENCIA QUE DIOS PREPARO EN CRISTO

Sabemos que una persona es salva por la gracia, no por la ley. Pero esto no significa que la gracia se limite a salvarnos. El libro de Romanos nos dice que el pecador es salvo por la gracia, y el libro de Gálatas nos dice que después de ser salvo por la gracia, uno debe permanecer en la gracia. Romanos nos dice que el cristiano comienza por la gracia, y Gálatas nos dice que el cristiano debe continuar en la gracia. Gálatas 3:3 dice: “¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora os perfeccionáis por la carne?” Por tanto, el cristiano debe depender de la gracia no sólo al comienzo, sino también continuamente.

Cuando una persona es salva, no necesita hacer nada por su propio esfuerzo; todo lo que tiene que hacer es confiar en la gracia de Dios. Al avanzar en la vida cristiana, la persona aún no necesita hacer nada por su propio esfuerzo, pues de la misma manera, lo único que debe hacer es confiar en la gracia de Dios. Esto es lo que caracteriza a Isaac: continuar en la gracia de Dios. No sólo nuestro comienzo es un asunto de la gracia, sino también nuestro avance. Desde el comienzo hasta el fin, todo es cuestión de recibir. En el Nuevo Testamento, nuestro Isaac es Cristo, el Hijo unigénito de Dios. El se hizo nuestro Isaac a fin de que disfrutemos de Su herencia en El.

Dos aspectos de la gracia

La Biblia nos muestra que la herencia que Dios nos dio en Cristo consta de dos aspectos. Por una parte, nosotros estamos en Cristo, y por otra, El está en nosotros. En otras palabras, nuestra unión con Cristo tiene dos aspectos, cuya secuencia no podemos confundir. Primero nosotros somos puestos en Cristo, y luego Cristo es puesto en nosotros. Es por esto que la palabra del Señor dice: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros ... el que permanece en Mí, y Yo en él...” (Jn. 15:4-5).

Nuestra permanencia en Cristo se relaciona con los logros que se encuentran en El, mientras que la permanencia de Cristo en nosotros tiene que ver con Su vida. En otras palabras, el hecho de que nosotros estemos en Cristo se relaciona con Su obra, y el hecho de que El esté en nosotros se relaciona con Su vida. Cuando nosotros estamos en Cristo, todos los hechos cumplidos en El se cumplen en nosotros; todo lo que El logró llega a ser nuestro; recibimos todo lo que El obtuvo; y las obras que El realizó pasan a nosotros. Cuando Cristo está en nosotros; todo lo que El realizó llega a ser nuestro; recibimos todo lo que El es hoy; y todo lo que El es y puede hacer en la actualidad llega a ser nuestro.

Debemos comprender que todas las provisiones de Dios en Cristo son nuestra herencia. Si queremos entender la extensión de la herencia de Dios para nosotros y del disfrute de nuestra herencia, necesitamos ver que estamos en Cristo y que Cristo está en nosotros. Todo aquel que quiera conocer al Señor debe conocerlo en estos dos aspectos. Si sólo sabemos que nosotros estamos en Cristo, y no sabemos que El está en nosotros, seremos débiles y estaremos vacíos, todo será teórico y caeremos continuamente. Si sólo sabemos que Cristo está en nosotros, y no sabemos que nosotros estamos en El, sufriremos demasiado y descubriremos que no tenemos los medios para lograr lo que deseamos. No importa cuánto nos esforcemos, las imperfecciones permanecerán en nosotros. Debemos comprender que la herencia que Dios tiene para nosotros en Cristo contiene estos dos aspectos. Por una parte, nosotros estamos en Cristo, y por otra, El está en nosotros. Estos dos aspectos de nuestra herencia nos proporcionan un rico disfrute en el Señor. Todo relacionado con la vida y la piedad, con la santidad y la justicia, y todo lo que pertenece a esta era y a la venidera está incluido en estas dos expresiones: “nosotros en Cristo” y “Cristo en nosotros”. Ambos aspectos de la gracia constituyen el deleite del cristiano. Si disfrutamos estos aspectos de la gracia, no necesitaremos hacer ningún esfuerzo, pues estos dos aspectos nos librarán de nuestras propias obras; nos mostrarán que todo proviene de Dios y nada de nosotros.

Nosotros éramos pecadores, y para seguir adelante, era necesario tener un nuevo comienzo y una nueva posición. Nos encontrábamos hundidos en el fango. Si dependiera de nosotros, nos quedaríamos en el fango para siempre. A fin de darnos una nueva posición, Dios nos sacó del lodo y nos puso en tierra sólida. En esta nueva posición, también tenemos un nuevo comienzo, y podemos avanzar. Necesitamos ser librados del pecado y del fango, y necesitamos una nueva posición. ¿Qué clase de posición es ésta? Es estar de pie delante de Dios. ¿Cómo podemos ser librados del lodo, y tomar esta nueva posición? ¿Cómo podemos acercarnos a Dios? Tenemos la vida adámica en nosotros, y somos impíos. No nos convertimos en impíos por haber hecho algo malo, sino nacimos impíos. Nuestra conducta es errónea porque heredamos una vida errónea. Cuando llegamos a ser cristianos, sólo entendíamos que nuestra conducta era errónea. Después de un largo tiempo, la cruz actuó en nosotros, y bajo esta obra, vimos que no sólo nuestra conducta era errónea, sino que también nuestra persona era errónea. No sólo nuestra conducta estaba mal, sino que también la vida adámica que estaba en nosotros era errónea. Nuestra vida es errónea; por lo tanto, nuestra conducta también lo es. Esto es lo que nos dice el libro de Romanos. Los primeros tres capítulos nos muestran que nuestra conducta es errónea, y los capítulos del cinco al ocho nos muestran que nuestra persona esta mal. ¿Qué vamos a hacer entonces? La Palabra de Dios dice que debemos morir. Dios requiere que el hombre sea lavado de sus pecados y que el pecador muera “porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado” (6:7). En consecuencia, lo único que se puede hacer con el pecador es darle muerte. Pero esto no es todo. Además de la muerte, necesitamos una vida nueva. Cuando morimos, todo se acaba. Si queremos tener un nuevo comienzo delante de Dios, necesitamos una vida nueva. Así que, después de morir, tenemos que resucitar. Tampoco nos detenemos ahí. No basta con tener un nuevo comienzo ni con resucitar. Necesitamos, además, una nueva posición. Es por eso que Dios nos traslada a una nueva posición en el cielo para que podamos vivir delante de El. Desde entonces, no tenemos nada que ver con la antigua posición. En términos sencillos, como pecadores necesitamos intensamente tres cosas: morir, resucitar y ascender. Al morir, resucitar y ascender, todo lo que tenemos en Adán llega a su fin y sólo entonces podemos tener un nuevo comienzo.


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