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Centralidad y universalidad de Cristo, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-3968-1
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CRISTO EN LA DEIDAD

El primer asunto que queremos considerar es Cristo en la Deidad. Incluso en la Deidad, Cristo es el centro. En la Deidad, hay tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu. El Padre es la fuente, el Espíritu es la comunicación, la comunión, la transmisión, y el Hijo, Cristo, es el centro. Todo lo que el Padre planeó y se propuso hacer está en el Hijo, es para el Hijo y se lleva a cabo por medio del Hijo, y todo lo que el Espíritu está haciendo es también para el Hijo. El Espíritu viene a dar testimonio del Hijo, a glorificar al Hijo y a hacer que el Hijo sea real para nosotros (Jn. 16:13-15). Por tanto, vemos que aun en la Deidad, Cristo es el centro.

Además, agradó a toda la plenitud de la Deidad habitar corporalmente en Cristo (Col. 1:19, 2:9). Si no tenemos al Hijo, no podemos tener al Padre. Si tenemos al Hijo, tenemos también al Padre, porque el Padre está en el Hijo (Jn. 10:38; 14:10-11) y el Hijo es la corporificación misma del Padre (Col. 2:9). Cristo es la imagen de Dios (Col. 1:15; 2 Co. 4:4b) y la impronta de la sustancia de Dios, es decir, la expresión de lo que Dios es (He. 1:3a). Aparte de Cristo, no podemos reunirnos con Dios ni tener a Dios. Cristo es Dios (Jn. 1:1; 20:28-29; Ro. 9:5). Por consiguiente, Cristo es el centro de la Deidad.

CRISTO EN EL PLAN DE DIOS

Lo segundo que queremos considerar es Cristo en el plan de Dios. Hemos visto claramente en Efesios que Cristo es el centro en la economía de Dios. En el plan de Dios, Cristo es la Cabeza a fin de reunir todas las cosas (Ef. 1:10). Todo el universo existe por causa de Cristo. Todo lo que Dios planeó, ha hecho y continúa haciendo tiene como objetivo que Cristo llegue a ser la Cabeza, el centro y el todo. Éste es el propósito eterno de Dios. La frase “hacer que en Cristo sean reunidas bajo una cabeza todas las cosas” (Ef. 1:10), nos habla acerca de la economía divina. Por consiguiente, en el plan de Dios, en la economía de Dios, Cristo es la Cabeza y el centro. Cristo lo es todo.

CRISTO EN LA CREACIÓN DE DIOS

El siguiente asunto que queremos considerar es Cristo en la creación de Dios, es decir, en la vieja creación. En la creación de Dios, Cristo es el primero, Aquel que tiene la preeminencia entre todas las criaturas. En la vieja creación, todas las cosas fueron creadas en Cristo, por medio de Cristo y para Cristo (Col. 1:15b-16). Además, todas las cosas se mantienen unidas, subsisten juntas y son cohesionadas en Cristo (v. 17). Podemos ver la belleza del universo y la unidad que hay entre todas las cosas de este universo. Si la luna se saliera de su órbita tan sólo unos pocos grados, las consecuencias serían terribles para la tierra. Sin embargo, hoy todo el universo funciona en buen orden. Esto se debe al poder de Cristo. Cristo es el poder por el cual y en el cual todas las cosas se mantienen unidas. Así pues, Cristo es el centro de la creación de Dios, y Él ocupa el primer lugar en toda la creación.

CRISTO EN LA NUEVA CREACIÓN

El cuarto asunto está relacionado con Cristo en la nueva creación, es decir, en la iglesia. Mientras que la vieja creación fue creada por Dios en Cristo, mediante Cristo y para Cristo, la nueva creación es una parte de la vieja creación que ha muerto y ha resucitado para vida, y experimenta un nuevo comienzo en novedad. Cristo es el Primogénito de entre los muertos (Col. 1:18); Él es el primero en la resurrección. Como tal, Él ocupa el primer lugar en la iglesia como la nueva creación de Dios (2 Co. 5:17; Gá. 6:15). Cristo no sólo es el Primogénito de la nueva creación, sino también la Cabeza de la iglesia, que es el Cuerpo; más aún, Él es el único constituyente del Cuerpo, pues Él es todos los miembros del Cuerpo, y está en todos ellos (Col. 3:11). Incluso el Cuerpo mismo es Cristo (1 Co. 12:12). Así pues, todo lo que esté relacionado con el Cuerpo, la iglesia, de una manera positiva y tenga una condición apropiada, debe ser Cristo mismo. Cristo es la Cabeza, Cristo es la vida y Cristo es el único constituyente de la iglesia. Por consiguiente, en la nueva creación, o sea, en la iglesia, Cristo lo es todo.

CRISTO EN LA VIDA CRISTIANA

Ahora llegamos al último asunto relacionado con Cristo como el todo según la intención de Dios: Cristo en la vida cristiana o Cristo en los cristianos. En los cristianos, o en la vida cristiana, no debe haber nada que no sea Cristo. Cristo debe ser el todo en nuestra vida cristiana.

Un día en 1933 el Señor me abrió los ojos para ver que Cristo es todo para nosotros. A menudo los santos se me acercaban para hablarme muy bien de alguien, diciendo que dicha persona era muy humilde o amable. Pero después de 1933 cada vez que escuchaba estos comentarios positivos acerca de alguien, siempre había una pregunta en mi interior. ¿Qué quieren decir ustedes cuando hablan de la humildad? ¿Qué quieren decir cuando hablan de la amabilidad? ¿Quieren decir que han encontrado una parte del viejo Adán que es humilde, o que el hombre en Adán es amable? La verdadera humildad y amabilidad de un cristiano debe ser Cristo mismo. Nuestro amor para con los demás debe ser Cristo. Nuestra paciencia, humildad, sabiduría, conocimiento y entendimiento debe ser Cristo mismo.

Sin embargo, nosotros no nacimos en Cristo, de Cristo ni con Cristo. Lo que teníamos originalmente era algo que provenía completamente de Adán. Pero ahora hemos nacido de Cristo. Sin embargo, todavía permanece con nosotros algo de la vieja naturaleza. Tenemos a Cristo, y también al viejo Adán. Es posible que aún seamos humildes y amables en virtud de la vieja vida adámica. En China vi a algunas personas que fueron enseñadas, educadas, con las enseñanzas de Confucio. Sin duda alguna, eran amables y encantadoras, pero en ello no había nada de Cristo. Nuestra humildad y nuestra amabilidad no debe ser algo que proceda de la vieja creación, sino de Cristo. La vida cristiana debe ser una vida en la cual Cristo mismo se exprese por medio de nosotros.

Con esto les he presentado de manera breve un cuadro de la centralidad y universalidad de Cristo. En la Deidad, Cristo es el centro; en el propósito eterno de Dios, Cristo es la Cabeza, el centro y el todo; en la creación de Dios, Cristo lo es todo, y todas las cosas son para Cristo; en la nueva creación, es decir, en la iglesia, el Cuerpo de Cristo, Cristo lo es todo; y en la vida cristiana, o sea, en nosotros los cristianos, Cristo debe ser el todo. Esto es muy claro.

Ahora examinemos la situación del cristianismo actual. En el cristianismo de hoy hay muy poco de Cristo; en lugar de ello, abundan tres categorías de cosas. En primer lugar, en el cristianismo abundan las formas y los preceptos, y está organizado como una religión. En segundo lugar, abundan las doctrinas, el conocimiento, las enseñanzas y la teología. Una vez conocí a alguien que habló conmigo acerca de la justificación por la fe. Sin embargo, noté que aunque se mostraba muy a favor de la justificación por la fe, él mismo no había sido justificado. Esto se debe a que él tenía la doctrina de la justificación por la fe, mas no a la persona viva de Cristo. Si usted tiene a Cristo, ha sido justificado; pero si no tiene a Cristo, aún no ha sido justificado. Es posible que alguien tenga un doctorado en teología y aún no haya sido salvo. Esto se debe a que está lleno de doctrinas pero no tiene a Cristo.

A veces la gente me ha preguntado: “Hermano Lee, ¿cree usted en la gracia absoluta?”. Les digo: “Creo en el Cristo que es la gracia misma. ¿En qué cree usted? Usted cree en la doctrina de la gracia, pero ¿experimenta la gracia? ¿Quién es la gracia? ¿Quién es la gracia todo-inclusiva? ¿Quién es la gracia absoluta?”. Hermanos y hermanas, es preciso que veamos que la gracia es una persona viva, no una doctrina. La gracia es Cristo mismo (Jn. 1:17). Usted puede enseñar acerca de la gracia e incluso contender por la doctrina de la gracia; sin embargo, no tendrá la gracia si no tiene a la persona viva de Cristo. Por otra parte, es posible que la palabra gracia no sea parte de su vocabulario ni de su diccionario; no obstante, si tiene la realidad de Cristo, tiene la realidad de la gracia. Esto no tiene que ver con doctrina, sino con el hecho de experimentar la realidad del Cristo vivo.

Tercero, en el cristianismo de hoy abundan los dones, es decir, muchos buscan sanidades y el hablar en lenguas. Pero ¿dónde está Cristo? ¿Cuánto de Cristo hay allí? En el cristianismo abundan las formas, las enseñanzas y los dones, pero hay muy poco de Cristo. Prácticamente Cristo no tiene cabida, ni base, aun en la iglesia que llamaríamos formal, doctrinal o fundamentalista. Asimismo, en la iglesia pentecostal Cristo tampoco tiene mucha cabida. Ésta es la condición del cristianismo actual.

Ciertamente debemos lamentarnos por esta situación (Mt. 5:4). A pesar de que Estados Unidos es un país cristiano, tiene muy poco de Cristo. No estoy tratando de enseñarles ni de darles algo nuevo; antes bien, estoy aquí para decirles que necesitan a Cristo. Lo que ustedes necesitan no son formas, doctrinas, dones, sanidades ni el hablar en lenguas, sino a Cristo como una persona viva, al Hijo del Dios viviente. Ustedes tienen que conocerlo a Él y experimentarlo. Tienen que ser llenos y saturados de Él, y mezclarse y compenetrarse con Él.

En el Nuevo Testamento, tenemos la Epístola a los Hebreos, la cual trata del asunto de la religión. Aquellos cristianos hebreos tenían la mejor religión de todas, la religión judía; sin embargo, habían descuidado a Cristo sobremanera. Ellos se habían olvidado de Cristo; se habían distraído de Cristo e incluso separado de Él. Se habían desviado del camino correcto, el cual es Cristo mismo. Habían prestado atención a algo que no era Cristo, algo que Dios había usado para llevar o conducir a las personas a Cristo. Su religión se había convertido en un sustituto de Cristo, en algo que ocupaba el lugar que le correspondía a Cristo. Aunque en una época su religión fue muy buena y positiva, con el tiempo llegó a reemplazar a Cristo.

Gálatas nos muestra que la ley se convirtió en un sustituto de Cristo. Los gálatas se esforzaban por hacer el bien, por mejorarse a sí mismos y por corregirse a sí mismos a fin de tener un buen comportamiento. Este tipo de cosa se infiltró entre los cristianos, usurpando el lugar que le correspondía a Cristo. Algunos cristianos son buenos y se esfuerzan por hacer el bien. Pero esto es un engaño del enemigo. Nosotros no somos personas que abogan por una buena conducta; antes bien, somos personas que están ciento por ciento a favor de Cristo. Fuimos hechos como vasos no para contener una buena conducta, sino para contener a Cristo. Somos recipientes de Cristo.

En 1 Corintios se nos muestra un contraste entre Cristo y los dones. En muchas ocasiones les he dicho que en 1 Corintios se nos muestra que es muy posible que alguien tenga muchos dones y siga siendo un bebé, un niño, en Cristo (1:7; 3.1).

Aunque los creyentes corintios tenían todos los dones externos y milagrosos, eran muy infantiles. Es por ello que el apóstol se vio obligado a decir: “Cuando fui a vosotros [...] me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (2:1-2). Los judíos buscan señales, milagros y cosas sobrenaturales, y los griegos buscan sabiduría y conocimiento; pero nosotros, los que hemos sido salvos por Dios, únicamente predicamos a Cristo mismo. Aparte de Cristo, no sabemos ninguna otra cosa. Cristo es el verdadero poder que produce señales así como la verdadera sabiduría que produce conocimiento. Hoy en día el enemigo sigue siendo muy astuto. Si el enemigo tratara de introducir algo pecaminoso, todos aquellos que aman a Cristo, todos los que le buscan, lo rechazarían. Así que el enemigo en su astucia introduce algo muy bueno, pero que no es Cristo mismo.

Al comienzo del Nuevo Testamento, en Hechos, encontramos dones, señales y milagros; pero cuando llegamos a las últimas epístolas, como por ejemplo, 2 Corintios, las epístolas a Timoteo, la Epístola a Tito y 1, 2 y 3 Juan, no vemos señales, milagros ni dones. En Apocalipsis no se mencionan dones ni cosas milagrosas. En lugar de ello, todos estos libros hablan mucho acerca de asuntos tales como conocer a Cristo y experimentar la obra de Dios, la obra del Espíritu Santo, por medio de la cruz, a fin de que Cristo se forje en nosotros, y nosotros nos mezclemos o compenetremos con Cristo, y seamos llenos y saturados de Él.

Debemos regresar a la Palabra de Dios, donde no vemos ningún énfasis en las doctrinas, las formas, los dones, las sanidades ni el hablar en lenguas. El centro y énfasis en la Palabra de Dios es la persona viva de Cristo. El enemigo es muy sutil. Es por eso que el apóstol nos dijo que mientras predicaban a Cristo, ellos, por un lado y en un sentido negativo, exhortaban y amonestaban a las personas, y, por otro lado y en un sentido positivo, enseñaban a las personas (Col. 1:28). Era necesaria la advertencia del apóstol porque algunas cosas sutiles habían sido introducidas por el enemigo.

En Colosenses 2:8 Pablo dijo: “Mirad que nadie os lleve cautivos por medio de su filosofía y huecas sutilezas”. La filosofía es algo bueno, no algo pecaminoso ni mundano. Lo que nos aparta de Cristo no es algo que se presenta a nosotros con un vestido negro y oscuro, sino algo con un vestido blanco y resplandeciente. Es algo agradable y bueno, pero que, al mismo tiempo, nos engaña, desvía y distrae; es algo que nos aparta y extravía del camino correcto, a saber, Cristo mismo. Siempre que prestemos atención a cualquier cosa que no sea Cristo, ya nos habremos desviado. Si centramos nuestra atención en algo que no es Cristo, por muy bueno que sea, nos habremos desviado, y ya no nos encontraremos en el camino correcto.

Hermanos y hermanas, es aquí donde se libra la batalla. No estamos luchando contra los hombres; estamos luchando contra el enemigo, el astuto, quien en todas las generaciones pasadas ha venido causando daño al Cuerpo de Cristo, algunas veces con cosas malas y otras veces con cosas buenas. Hebreos, Gálatas, Colosenses y 1 Corintios no confrontan asuntos negativos, sino asuntos positivos. El libro de Hebreos confronta el asunto de la religión; Gálatas confronta el asunto de hacer el bien conforme a la ley; Colosenses confronta la mejor invención humana, la filosofía; y 1 Corintios confronta los dones. Todos estos asuntos son sustitutos de Cristo que reemplazan a Cristo, usurpando el lugar que le corresponde a Él en los creyentes. Esto es una batalla. Debemos recibir la carga de orar por esto. El enemigo está luchando para estorbar, dañar, perjudicar, confundir y complicar la edificación pura de la iglesia.

Le pido al Señor que nuestros ojos sean abiertos para que podamos ver estas cosas de una manera cabal, al grado en que lleguen a ser muy claras para nosotros. Es preciso que veamos que Cristo es el centro, que Cristo es la circunferencia y que Cristo es el todo.


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