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Espíritu divino con el espíritu humano en la Epístolas, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-7893-2
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Actualmente disponible en: Capítulo 4 de 13 Sección 3 de 5

EL ESPÍRITU QUE MORA EN NUESTRO INTERIOR,
QUIEN ALIMENTA, TRANSFORMA Y EDIFICA

En 1 Corintios 3:1 se nos dice: “Yo, hermanos, no pude hablaros como a hombres espirituales, sino como a carne, como a niños en Cristo”. En el capítulo 2 Pablo dice que debemos ser hombres espirituales. Si somos anímicos, no podemos disfrutar a Cristo. No obstante, en el capítulo 3, Pablo dice que no les pudo hablar a los corintios como a hombres espirituales, sino como a carne. Carne es una expresión más fuerte que carnales. En los capítulos del 1 al 4, los corintios tenían celos, contiendas y divisiones. Todas éstas son cosas carnales. Sin embargo, en los capítulos 5 y 6 algunos cometieron cosas aún más malignas. Aquellos que hicieron tales cosas eran de la carne, estaban hechos de carne y pertenecían totalmente a la carne. Pablo les habló a los corintios como a carne, pues entre ellos había uno que incluso cometió incesto con su madrastra. Esto era comportarse no sólo como alguien anímico o carnal, sino como uno que es completamente de la carne.

El capítulo 3 continúa, diciendo: “Os di a beber leche, y no alimento sólido; porque aún no erais capaces de recibirlo. Pero ni siquiera sois capaces ahora, porque todavía sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos y contiendas, ¿no sois carnales, y andáis según lo humano?” (vs. 2-3). Los creyentes corintios, quienes habían recibido toda palabra y conocimiento y no carecían de don alguno, estaban escasos de Cristo. Ellos eran infantiles, anímicos, carnales e incluso de la carne.

Los versículos del 7 al 9 dicen: “Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento. Ahora bien, el que planta y el que riega uno son; pero cada uno recibirá su propia recompensa conforme a su propia labor. Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios”. Aquí Pablo dice que somos dos cosas. Somos labranza de Dios para producir una cosecha, y también somos el edificio de Dios. Como labranza, necesitamos crecer, y como edificio es necesario que seamos edificados. La casa de Dios no es una casa sin vida; es una casa viviente, una casa que está llena de vida. Por lo tanto, la edificación de esta casa depende del crecimiento de la vida. No sólo necesitamos ser edificados juntamente, sino también crecer juntamente.

Los versículos del 10 al 13a dicen: “Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como sabio arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica. Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. Y si sobre este fundamento alguno edifica oro, plata, piedras preciosas, madera, hierba, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta”. Luego los versículos 16 y 17 continúan diciendo: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios es santo, y eso es lo que sois vosotros”.

En conformidad con una lectura cuidadosa de este capítulo, el Espíritu Santo hoy es el Espíritu que mora en nosotros para darnos el crecimiento en vida, transformarnos en materiales preciosos y edificarnos juntamente. A esto le sigue el templo de Dios. Nuevamente, esta casa de Dios es una casa viviente. Es un edificio que requiere el crecimiento de la vida. Por una parte, somos la labranza de Dios, y por otra, somos el edificio de Dios. Por lo tanto, necesitamos crecer. Crecemos por el Espíritu. Entonces, al crecer somos transformados en oro, plata y piedras preciosas. Originalmente, todos nosotros sólo éramos barro; no éramos oro, plata ni piedras preciosas. Sin embargo, al crecer en vida somos transformados en estos materiales preciosos, y al ser transformados somos edificados juntamente. La obra del Espíritu que mora en nosotros consiste en darnos el crecimiento de la vida, transformarnos en materiales preciosos y edificarnos juntamente como templo de Dios.

El Espíritu nos da el crecimiento al alimentarnos (v. 2). El Espíritu que mora en nosotros nos alimenta con Cristo, ya sea como leche o alimento sólido. Si somos muy jóvenes o infantiles, el Espíritu sabe que debe alimentarnos con Cristo como leche. Las madres saben que ellas no pueden alimentar bebés con bistec. Ellos necesitan ser alimentados con leche poco a poco. El apóstol Pablo alimentó a los creyentes corintios de este modo. El crecimiento en vida no surge meramente de la enseñanza. El crecimiento proviene de alimentarnos de algo de Cristo, ya sea como leche o como alimento sólido (He. 5:12-14). Crecemos al alimentarnos, al crecer en vida somos transformados y es por medio de esta transformación que llegamos a ser piedras preciosas que son útiles para la edificación del templo de Dios. Por consiguiente, en 1 Corintios 3, el Espíritu que mora en nuestro interior es el Espíritu que alimenta, el Espíritu que transforma y el Espíritu que edifica.

No sólo debemos conocer a Cristo, sino también alimentarnos de Cristo. Necesitamos disfrutar a Cristo al comerle y beberle (Jn. 6:57; 7:37). Entonces creceremos en vida, y es por este crecimiento que gradualmente somos transformados en materiales preciosos para la edificación de la casa de Dios. Podemos ver esto también en las seis parábolas de Mateo 13. Las primeras cuatro parábolas tratan acerca del sembrador que sembró la semilla, la semilla que crece hasta ser trigo, el grano de mostaza que crece y la flor de harina de trigo que llega a ser pan. Todas éstas se relacionan con la labranza de Dios que produce granos a fin de que se mezclen como flor de harina para formar un pan, que representa el Cuerpo de Cristo. A esto le siguen las parábolas del tesoro escondido en el campo y la perla escondida en el agua. Tanto el tesoro como la perla son materiales preciosos útiles para el edificio de Dios. Esto indica que los materiales preciosos provienen de la transformación de aquello que crece de la tierra.

Este crecimiento de la vida se produce al alimentarnos de Cristo como nuestra comida, nuestro nutrimento. Necesitamos alimentarnos de Cristo día a día. Entonces seremos nutridos para crecer y, por este crecimiento, espontánea y gradualmente seremos transformados en materiales preciosos para el edificio de Dios. Todo esto es la obra del Espíritu que mora en nosotros.


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