Dos oraciones más grandes del apóstol Pablo, Laspor Witness Lee
ISBN: 978-0-87083-795-1
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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En este capítulo necesitamos aprender algo en cuanto a la veracidad. Según Juan 4:23-24, necesitamos ser aquellos que adoran a Dios, el Padre, tanto en espíritu como con veracidad. Aunque quizá sepamos cómo estar en el espíritu, quizá no tengamos mucha realidad. La veracidad es simplemente Cristo como nuestra experiencia. Cuanto más experimentemos a Cristo, más veracidad tendremos. Poco a poco, tenemos que ganar más veracidad.
Todas las cosas positivas del Antiguo Testamento eran sólo una “sombra de lo que ha de venir; más el cuerpo es de Cristo” (Col. 2:16-17). Todas las cosas de la ley ceremonial eran sombras. El cuerpo, la substancia sólida, la realidad, de las sombras es Cristo. Cristo es la realidad (Jn. 14:6). Cuando venimos a adorar a Dios, tenemos que venir con Cristo como nuestra realidad. En tiempos antiguos los hijos de Israel venían a adorar a Dios con diversas clases de ofrendas (Dt. 12:5-7; Lv. 1—5). Todas aquellas ofrendas eran tipos de Cristo. Moisés escribió cuatro largos libros en cuanto a la adoración de Dios: Exodo, Levítico, Números y Deuteronomio. En esos libros Moisés no les dijo a los israelitas cómo arrodillarse, cómo inclinarse, ni cómo postrarse. No les dijo cómo estar callados, cómo cantar una canción, un himno o un salmo, ni tampoco cómo alabar. Con esos libros, Moisés les dio instrucciones precisas y detalladas de cómo relacionarse con las ofrendas. Les enseñó cómo traer las ofrendas y cómo matar los sacrificios. También les enseñó cómo ofrecer los sacrificios. Les dijo cuál parte de los sacrificios tenían que quemar, cuál parte podían guardar, cuál parte podían disfrutar, cuál parte tenían que compartir con otros, y aun cuál parte tenían que disfrutar con otros en presencia de Dios. Adorar a Dios es un asunto de cómo uno se relaciona con las ofrendas.
Hoy en casi todo el cristianismo, la gente adora en una forma callada, formal y organizada. Este es el concepto natural, humano y religioso de adorar. De los libros escritos por Moisés, podemos ver que la adoración que Dios desea no concuerda con este concepto religioso. La adoración genuina es plena y absolutamente un asunto de cómo relacionarse con las ofrendas. Tenemos que adorar a Dios con las ofrendas, y todas las ofrendas son tipos de los diferentes aspectos de Cristo. Todos debemos aprender cómo relacionarnos con Cristo.
En los tiempos antiguos cuando un israelita venía a adorar a Dios, debía tener una ofrenda (Dt. 16:16). De la misma manera, nosotros debemos tener algo de Cristo para llevarle a Dios (1 Co. 14:26). Tener algo de Cristo depende de nuestras experiencias diarias, nuestro laborar diario en Cristo. Cada israelita recibió una porción de la buena tierra. Tenía que laborar en esa tierra para poder tener algún producto, y tenía que guardar la mejor parte de su cosecha para la adoración de Dios. El diez por ciento del producto de la tierra, el diezmo, tenía que ser apartado para la adoración de Dios (Dt. 14:22-23). Luego cuando llegaba el tiempo de la fiesta, todos traían sus ofrendas a Dios. Ponían todas esas ofrendas juntas, las ofrecían a Dios, y las disfrutaban juntos, en la presencia de Dios. Cómo se relacionaban con las ofrendas y cómo las disfrutaban significaba todo. Eso es un cuadro claro que nos muestra que la adoración verdadera y genuina, no es más que manejar a Cristo, ofrecer Cristo a Dios, y compartir Cristo con otros.
Tener a Cristo como nuestra ofrenda depende de nuestras experiencias diarias. Si no ha estado experimentando a Cristo en su vida diaria, seguramente estará muerto y silencioso. Eso se debe a que no ha ganado nada de Cristo en su vida diaria. Como no ha ganado nada de Cristo, llega a la reunión con sus manos vacías, sin nada en su espíritu. No tiene nada de Cristo para compartir con otros, para agradar a Dios, ni para glorificar al Padre. Así que, sólo puede ser un adorador religioso, sentado y callado. Si uno labora en Cristo cada día, experimentándole y disfrutándole, seguramente ganará algo de Cristo. Debe ganar a Cristo día a día poco a poco. Esta mañana ganamos un poquito de Cristo, esta noche un poquito, mañana en la mañana un poquito, mañana en la noche un poquito más. Día a día algo de Cristo es ganado por usted. Entonces usted vendrá a la reunión de la iglesia con el rico suministro de Cristo en su espíritu. Tendrá algo de Cristo que compartir con otros. No podrá mantenerse silencioso porque algo está rebosando desde el interior. Está lleno y desbordante. Usted puede decir: “¡Oh, aleluya! Estoy tan lleno de Cristo. Hermanos, anoche Cristo fue tan dulce para mí”. Esta es la verdadera adoración que Dios desea. Dios no puede estar satisfecho con su condición callada en las reuniones de la iglesia. Dios sólo puede estar satisfecho con Su amado Hijo, Cristo. Debemos tener algo de Cristo para traer a la reunión, para ofrecer a Dios y para compartir con otros. La mejor adoración es compartir Cristo con otros.
Puedo testificar que Cristo es mi ofrenda de paz para Dios. El es mi paz; El es su paz; y El es la paz que está entre nosotros. Sin Cristo, yo no puedo estar en paz con los hermanos. ¿Cómo podemos ser uno? Sin Cristo, peleamos unos con otros, pero Cristo es nuestro pacificador. “El mismo es nuestra paz” (Ef. 2:14). Con Cristo, no hay problemas. El ha neutralizado toda diferencia entre nosotros. No hay lugar para las diferencias naturales, religiosas ni culturales en la iglesia, el nuevo hombre. Sólo Cristo está aquí. En el nuevo hombre, “no hay judío ni griego, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo ni libre; sino que Cristo es el todo, y en todos” (Col. 3:11). Ahora podemos compartir Cristo como nuestra paz con todos los santos. Compartir esta clase de experiencia genuina de Cristo es la verdadera adoración. La verdadera adoración a Dios es relacionarnos con Cristo.
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