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Ejercicio de nuestro espíritu para la liberacion de nuestro espíritu, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-3969-8
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DEBEMOS SER SENCILLOS Y PERMANECER ABIERTOS

Hoy en día en el cristianismo hay dos clases de personas. Por un lado, están los creyentes mundanos que se han descarriado, quienes no sienten ningún interés por el Señor. Ellos son indiferentes hacia las cosas espirituales, las cosas del Señor, y vienen a las reuniones con una actitud de indiferencia. Obviamente, les resultará muy difícil a tales personas abrir su ser. Por otro lado, están aquellos que supuestamente son creyentes espirituales, quienes por lo general son tan espirituales que cierran su ser. Por consiguiente, tanto los creyentes descarriados como los creyentes espirituales cierran su ser, de tal modo que no hay ninguna abertura en ellos por donde pueda entrar la corriente de aire y, como resultado, el Espíritu no podrá arder en ellos.

No debemos pensar que nosotros seamos mejores que los creyentes descarriados. No debemos pensar que ellos no han visto la visión y que nosotros sí la hemos visto. No debemos pensar que somos muy espirituales o que somos superiores a otros. En lugar de ello, debemos quitar cualquier obstrucción que haya en nuestro ser y permitir que entre la corriente de aire, de modo que el Espíritu Santo pueda arder. Debemos ser sencillos y abiertos como un niño (Mt. 18:3). Por ejemplo, cuando oremos, no debemos orar de una manera exageradamente espiritual; más bien, debemos orar como niños (cfr. Lc. 18:10-14). Nuestra necesidad más urgente como cristianos que buscan del Señor es abrirnos, volvernos sencillos y quitar toda obstrucción para que el Espíritu pueda actuar libremente y arder en nosotros.

SER SENCILLOS Y ABIERTOS EN LAS REUNIONES

Cuanto más tiempo tengamos de estarnos reuniendo, más formales tenderemos a ser, y cuanto más formales seamos, más apagaremos al Espíritu. Cuando somos formales en las reuniones, todos son cautelosos y no abren su ser, de modo que nadie se atreve a abrir la boca. Debemos vencer esta barrera, olvidarnos de todo y hacer que nuestras reuniones sean sencillas. Debemos venir a la reunión como si acabáramos de ser salvos. Interiormente, debemos ser nuevos. No debe haber nada viejo; todo debe hacerse en novedad.

Más aún, debemos estar pendientes de los demás en la reunión. Todos los hijos de Dios deben venir a la reunión y sentirse libres de participar. Cuando hacemos oraciones demasiado espirituales, intimidamos a los que no se sienten cómodos de abrir su boca y a los que temen no poder estar a nuestro nivel. Algunas veces en las reuniones los santos dicen amén únicamente cuando hablan los hermanos más espirituales, pero nunca cuando comparten los más jóvenes. Esto muestra que ellos prefieren a los más espirituales. Sin embargo, los más espirituales no necesitan que se les anime más, porque ya tienen suficiente denuedo para hablar. Por otro lado, los santos más jóvenes son débiles y tímidos, así que necesitan de nuestro apoyo. Cuando ellos oren, debemos decir “Amén” para animarlos.

No debemos dejar que las reuniones sean demasiado espirituales, puesto que esto echa a perder la reunión. Cuanto más espirituales se vuelvan los hermanos, más muertos estarán y más muertas se volverán las reuniones. Por tanto, debemos olvidarnos de nuestra espiritualidad y ser sencillos y abiertos. Debemos esforzarnos por no interesarnos en la espiritualidad, el cristianismo, el conocimiento, las doctrinas ni nada más. Debemos preocuparnos únicamente por abrir nuestro ser, por ser sencillos, por alabar al Señor y por quitar todas las obstrucciones, permitiendo que entre la corriente de aire a fin de que el Espíritu pueda arder. En nuestras reuniones debe arder un verdadero fuego. Debemos orar como niños para que los demás se sientan motivados a orar. Si somos como niños, nuestras reuniones serán sencillas, libres y abiertas. Nuestras reuniones deben liberar a las personas en lugar de atarlas. Cada vez que las personas vengan a nuestras reuniones, deben tener la sensación de que han sido emancipadas y liberadas. Para ello, es necesario que arda el Espíritu.

Al respecto, los hermanos responsables y que llevan la delantera juegan un papel muy importante. Aquellos que llevan la delantera en las iglesias deben asumir esta responsabilidad. Si no se ocupan de estos asuntos, siempre se apagará al Espíritu en las reuniones. Los hermanos responsables deben ser los primeros en abrir su ser, en romper la barrera de la formalidad, en olvidarse de toda regla y precepto espiritual, e incluso en olvidarse de su propia espiritualidad. Deben entender que no nos interesa nada que no sea Cristo mismo en el Espíritu. Lo que necesitamos hoy en día no es más conocimiento, sino estar en el espíritu. Si en nuestro interior arde el Espíritu Santo, tendremos poder, impacto y autoridad. Así pues, dependiendo de la misericordia, la gracia y la ayuda del Señor, tomemos la decisión de abrir nuestro ser y permitamos que entre la corriente de aire para que el Espíritu pueda arder en nosotros.

ALGUNOS ASUNTOS QUE PUEDEN APAGAR AL ESPÍRITU

En términos espirituales, es relativamente fácil iniciar un fuego, pero igualmente es fácil apagarlo. Incluso un asunto tan insignificante como ser un poco descuidado en algo o decir algo que es ligeramente inapropiado, puede apagar el fuego del Espíritu. Cuando usted quiere prender el fuego en la estufa, debe hacer ciertas cosas para que éste arda. De igual manera, el Espíritu requiere nuestra cooperación en ciertos aspectos a fin de arder; de lo contrario, será difícil que el Espíritu arda. Si somos ligeros y descuidados en nuestra manera de hablar, en nuestra actitud y en nuestras acciones, por insignificantes que parezcan, apagaremos al Espíritu. Por consiguiente, debemos estar atentos y no comportarnos de manera descuidada e indisciplinada.

Muchas veces en las reuniones y en nuestra vida diaria tenemos el sentir de orar, pero no obedecemos este sentir. Incluso una desobediencia de este tipo puede apagar al Espíritu. Sin embargo, si obedecemos este sentir y oramos, el Espíritu arderá. Si usted es una hermana, y mientras lava platos en la cocina tiene el sentir de orar, entonces de inmediato debe empezar a orar. No es necesario que deje de lavar los platos; puede orar mientras los lava. Sin embargo, si siente la carga de dejar de lavar los platos y ponerse a orar, debe dejar lo que está haciendo en ese momento y arrodillarse en la cocina para orar. No es necesario que vaya a orar a otro lugar.

El chisme también apaga al Espíritu. Nada apaga al Espíritu tanto como contar un pequeño chisme. Debemos comprender que siempre que chismeamos, estamos apagando al Espíritu. Como cristianos debemos renunciar completamente a la práctica de chismear. Tal vez pensemos que estos asuntos son triviales y que no tienen mucha importancia; sin embargo, sí tienen mucha importancia puesto que ellos determinan si el Espíritu arderá o se apagará. Si en lugar de chismear, oramos, el Espíritu arderá. Bromear también puede apagar al Espíritu. Si bromeamos demasiado, apagaremos al Espíritu. Eso no significa que siempre debamos ser formales o ceremoniosos. No obstante, no debemos bromear, porque nuestras bromas no ayudan a que el Espíritu arda, sino que, más bien, lo apagan.

Cuando acudamos al Señor en oración, no debemos tratar de pensar por qué cosas debemos orar, ya que esto también apagará al Espíritu. Cuando vayamos a orar, debemos olvidarnos de todo y orar de una manera espontánea, natural y viviente. Cuanto más oremos de esta manera, más experimentaremos el fluir y el fuego del Espíritu. Debemos preocuparnos por todos estos detalles, porque éstas son las cosas que pueden apagar al Espíritu. Si nos preocupamos por estos asuntos, seremos personas que siempre tienen el fuego encendido. Lo más fundamental es que aprendamos a abrir nuestro ser al regocijarnos, al orar sin cesar y al dar gracias en todo.


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