Sacerdocio, Elpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-0324-8
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Cuando los sacerdotes se debilitan y los reyes yerran, surge la necesidad de que el profeta los corrija y los calibre. Aunque Samuel era sacerdote, desempeñó la función de profeta a fin de establecer el reinado. El rey David también llegó a ser un profeta que profetizó. Pero hoy en día, el ministerio básico que se necesita entre los hijos del Señor no es el de los profetas, sino el de los sacerdotes y el de los reyes. Lo que necesitamos primordialmente en la iglesia es el sacerdocio y el reinado.
Cuando el pueblo de Israel cayó en degradación, no había ni rey ni sacerdote, y por eso Dios llamó a Elías. Para cuando éste empezó a profetizar, todos los sacerdotes habían desaparecido, y las puertas del templo se habían cerrado. Por otro lado, los reyes se habían corrompido. Durante ese tiempo Dios levantó a Elías y a Eliseo. Cuando los sacerdotes caen y los reyes se corrompen, se levantan los profetas.
En la actualidad, en el cristianismo tenemos muchos predicadores, pero pocos sacerdotes y reyes. Cuando viene un predicador, la gente se congrega para escuchar su predicación, pero cuando se va, las personas se dispersan. Este concepto degradado está en todos nosotros; anhelamos escuchar a un gran profeta, lo cual es erróneo. Necesitamos ayudar a todos los hermanos a que sean sacerdotes y reyes. Si todos practicamos el sacerdocio y el reinado, la iglesia se enriquecerá.
¿Hemos notado que es una de las epístolas a los corintios donde se menciona el don de profecía? Sabemos que la iglesia en Corinto se encontraba en una situación carnal, arruinada, débil y confusa. No existían el sacerdocio ni el reinado. Puesto que sólo había confusión, era necesario que el profeta enseñara, corrigiera y calibrara a los corintios. Cuando una iglesia necesita profecía, deducimos que no es fuerte ni rica, sino débil y pobre.
Si todos fuésemos verdaderos sacerdotes y reyes, no se necesitarían predicadores como hoy. Los cristianos de hoy son muy pobres y débiles; y el sacerdocio ha desaparecido casi por completo. Muchas veces los hermanos de varias ciudades me han dicho cuánto necesitan que alguien les ministre, lo cual indica que el sacerdocio no está presente. Debemos aprender que debemos funcionar como sacerdotes.
Apliquemos esto a nuestra vida cotidiana. Supongamos que un hermano tiene un problema con su esposa. ¿Necesita que le ayude un profeta o un sacerdote? Si yo sólo fuese profeta, le diría: “Hermano, debes confesar tus faltas a tu esposa y humillarte. Además, debes amarla”. Este consejo es obra de un profeta. El hermano tal vez se diga interiormente: “Hermano, ya sé muy bien todo eso, pero no puedo hacerlo. Sé que me equivoqué y debo confesarlo a mi esposa, pero no soy capaz. Sé que debo humillarme, pero no puedo. Sé que debo amarla, pero no logro hacerlo. ¿Qué haré?” Entonces el profeta diría: “Si no haces esto, tu esposa se divorciará de ti”. Así habla un profeta típico.
Pero ¿en que consiste el ministerio del sacerdote? Si yo fuese sacerdote, tomaría a este hermano sobre mis hombros (sabemos que el sumo sacerdote llevaba los nombres de todas las tribus de Israel sobre sus hombros y su pecho) y permanecería en la presencia del Señor, orando por él sin cesar. Después lo visitaría, no para enseñarle, instruirle, censurarlo ni reprenderlo, sino para impartirle la vida del sacerdocio. Tal vez me sentaría con él por media hora sin decirle nada. Entonces, podría preguntarle: “Hermano, ¿quieres orar-leer conmigo?” El ministerio sacerdotal consiste en poner en la mesa los panes de la proposición, encender el candelero y quemar el incienso dentro de sí. Después de ese tiempo de oración, algo interiormente nutrirá e iluminará al hermano necesitado. Algo en él se encenderá como incienso. Sin siquiera mencionarle el problema con la esposa, le impartí algo de Cristo. Este es el ministerio del sacerdocio.
Finalmente, la vida que se le imparte al hermano le dará energía y lo fortalecerá; inclusive, lo conquistará. Unos días más tarde, él confesará con lágrimas sus faltas a su esposa. No solamente será resuelto su problema, sino que la vida sorberá la muerte. En esto consiste el ministerio sacerdotal, y es algo que no puede lograr el ministerio profético. Este ministerio no se lleva a cabo cuando un profeta trae enseñanzas, sino cuando un sacerdote imparte a Cristo. El sacerdote pone los panes de la proposición, enciende el candelero y quema el incienso.
No hay duda de que la iglesia de hoy necesita enseñanzas y mensajes, pero la necesidad primordial es la función del sacerdocio. Si el sacerdocio se ejerce entre los creyentes, no habría tanta necesidad del profeta ni del maestro, como sucede en el presente. Los hermanos y las hermanas simplemente ministrarán vida a los demás. Tal vez no puedan predicar, pero pueden ministrar vida. La profecía es un don, pero el sacerdocio y el reinado no son dones, sino el desarrollo de la vida, el resultado del crecimiento en la vida [divina]. Cuando la vida interna se desarrolla hasta cierto grado, surge el sacerdocio.
Durante los últimos cien años, muchas enseñanzas han sido recobradas entre los cristianos. Desde mediados del siglo XIX, los dones que se promueven entre los pentecostales se han extendido de Inglaterra, a los Estados Unidos y al Oriente, pero después de más de un siglo de esto, vemos que sólo han causado divisiones y confusión. Las facciones producidas son el resultado de las enseñanzas, y la confusión es fruto de lo que ellos llaman “la manifestación de los dones”. Examinemos los hechos históricos. El recobro del Señor no se compone de enseñanzas ni de dones, sino que procede de la vida interior estimulada por medio del sacerdocio y del reinado. Cuantas más enseñanzas tengamos, más divisiones se producirán, y cuantos más dones tengamos, más confusión habrá.
Es más importante ejercitar el espíritu para tener contacto con el Señor y pasar más tiempo en Su presencia para ser llenos de El y aprender las experiencias y lecciones necesarias para ministrar vida. En esto consiste el ministerio del sacerdocio, el cual, junto con el reinado, imparte y suministra vida. Necesitamos ambos ministerios.
Mi corazón anhela ver en cada ciudad un grupo de hermanos que sepan ejercer el sacerdocio y ministrar vida, en vez de prestar atención a las enseñanzas y a los dones. De este modo, serán sacerdotes y reyes, en vez de profetas. En esto consiste verdaderamente el recobro del Señor. Cuando nos congreguemos, no debemos prestar atención a las enseñanzas ni a cosas por el estilo; simplemente debemos ejercer el sacerdocio. ¡Qué maravilloso sería esto! Creo que eso es lo que el Señor busca en estos días. ¡Que Su gracia lo logre!
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