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Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 079-098)por Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-7011-0
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Actualmente disponible en: Capítulo 83 de 6 Sección 2 de 4

B. EL ESPÍRITU DE DIOS

El uso del título el Espíritu de Dios es bastante común. Se usó en Génesis 1:2, donde dice que el Espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas. En Su naturaleza Dios es Espíritu (Jn. 4:24), y en la Deidad Triuna, el último es el Espíritu (Mt. 28:19). El Espíritu de Dios es Dios mismo para nuestra experiencia y disfrute. Dios el Padre es la fuente, Dios el Hijo es el cauce, la expresión, y Dios el Espíritu es quien llega a nosotros y es aplicado a nosotros (2 Co. 13:14). Por tanto, el Espíritu de Dios es Dios mismo que llega a nosotros y es aplicado a nosotros como nuestra porción. Con respecto al Espíritu de Dios hay dos asuntos cruciales: primero, que el Espíritu de Dios en realidad es Dios mismo; segundo, que el Espíritu de Dios es Dios que llega a nosotros y es aplicado a nosotros.

Mateo 3:16 y 12:28 mencionan al Espíritu de Dios. Después que el Señor Jesús fue bautizado, el Espíritu de Dios descendió como una paloma sobre Él. Aunque Él ya tenía al Espíritu de Dios dentro de Él, todavía necesitaba tener el Espíritu de Dios sobre Él para Su ministerio. En Mateo 12:28 el Señor dice: “Si Yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, entonces ha llegado a vosotros el reino de Dios”. El Espíritu de Dios es el poder del reino de Dios. Allí donde el Espíritu de Dios está en poder, allí está el reino de Dios y los demonios no tienen cabida. En todo lugar en el cual el Espíritu de Dios ejerce Su autoridad sobre la situación de oposición, allí está el reino de Dios.

En Romanos 8:9 Pablo habla del Espíritu de Dios que mora en nosotros, y en el versículo 14 nos dice que los hijos de Dios son guiados por el Espíritu de Dios. No debiéramos interpretar el título el Espíritu de Dios con el significado de que el Espíritu es algo que procede de Dios. En el Nuevo Testamento, frases tales como el amor de Dios o la vida de Dios significan que el amor y la vida son Dios mismo. Bajo el mismo principio, el término el Espíritu de Dios significa que el Espíritu es Dios. Por tanto, que el Espíritu de Dios more en nosotros y nos guíe significa que Dios mismo mora en nosotros y nos guía.

C. EL ESPÍRITU DEL PADRE

El Espíritu del Padre (Mt. 10:20) es el fluir del Padre, el cual fluye con el Padre como fuente infundiéndose en los hijos del Padre para su íntimo disfrute de Él. Por tanto, el Espíritu del Padre es la comunión entre el Padre y Sus hijos.

Con referencia a los tiempos en que enfrentamos persecución, el Señor Jesús dijo en Mateo 10:20: “No sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros”. Aquí vemos que el Espíritu del Padre confronta la persecución de los opositores. Por tanto, debemos aprender a enfrentar la persecución no en nosotros mismos, sino volviéndonos a nuestro espíritu con la convicción de que el Espíritu del Padre está con nosotros y que Él se hará cargo de los opositores y perseguidores. Debemos confiar en Él, permitirle guiarnos y permitir que sea Él quien hable.

D. EL ESPÍRITU DEL SEÑOR

El Espíritu del Señor (Lc. 4:18; Hch. 5:9; 8:39; 2 Co. 3:17) se refiere al Espíritu de Jehová (Jue. 14:6). El nombre Jesús usado en el Nuevo Testamento es equivalente a Jehová que se usa en el Antiguo Testamento. Por tanto, el Espíritu de Jehová es el Espíritu del Señor en el sentido neotestamentario. Por esta razón, 2 Corintios 3:17 habla del Espíritu del Señor. En realidad, el Espíritu del Señor es el propio Señor.

Tal como es revelado en el Nuevo Testamento, el Espíritu es la realidad de Dios el Padre y del Señor mismo. Esto significa que sin el Espíritu, Dios no es real para nosotros. Asimismo, sin el Espíritu del Padre no tenemos la realidad del Padre, y sin el Espíritu del Señor no tenemos la realidad del Señor. Únicamente cuando tenemos al Espíritu tenemos la realidad de Dios el Padre y del Señor.

E. EL ESPÍRITU DEL HIJO DE DIOS

Gálatas 4:6 dice: “Por cuanto sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de Su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!”. El Hijo de Dios es la corporificación de la vida divina (1 Jn. 5:12). Por tanto, el Espíritu del Hijo de Dios es el Espíritu de vida (Ro. 8:2). Dios nos da Su Espíritu de vida porque somos Sus hijos. Como hijos de Dios tenemos la posición con el pleno derecho para participar del Espíritu del Hijo de Dios, quien posee el abundante suministro de vida.

El Dios Triuno está produciendo muchos hijos para el cumplimiento de Su propósito eterno. Dios el Padre envió a Dios el Hijo para que nos redimiera de la ley a fin de que recibiésemos la filiación (Gá. 4:4-5). Él también envía a Dios el Espíritu para impartir Su vida a nuestro ser a fin de que lleguemos a ser Sus hijos en realidad. A fin de que nosotros disfrutemos la filiación divina, necesitamos del Espíritu. Aparte del Espíritu, no podemos nacer de Dios para poseer la vida divina. Una vez que hemos nacido del Espíritu, necesitamos del Espíritu para crecer en vida. Sin el Espíritu no podemos tener la posición, el derecho o el privilegio de la filiación. Todos los puntos cruciales con respecto a la filiación dependen del Espíritu. Sin el Espíritu, la filiación es algo vano para nosotros, apenas un término vacío. Pero cuando el Espíritu viene, la filiación es hecha real. El Espíritu del Hijo de Dios, por tanto, es la realidad de la filiación. El Espíritu del Hijo hace que la filiación divina sea real para nosotros en nuestro diario vivir.

No debiéramos pensar que el Espíritu del Hijo está separado del Hijo. En realidad, el Espíritu del Hijo es otra forma del Hijo mismo. Aquel que fue crucificado era Cristo, pero Aquel que entra en los creyentes es el Espíritu. Primero, Él vino como Hijo bajo la ley a fin de hacernos aptos para la filiación y para abrir el camino con miras a que participemos en la filiación. Pero después que Él finalizó esta obra, en resurrección Él llegó a ser el Espíritu vivificante y viene a nosotros como Espíritu del Hijo. El Espíritu del Hijo de Dios hace vital la filiación y la hace real en nuestra experiencia. En la actualidad, nuestra filiación depende del Espíritu del Hijo de Dios.


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