Dios Triuno es vida para el hombre tripartito, Elpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-0254-8
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Anteriormente no vimos la distinción entre vivir con Cristo y andar por Cristo. El Cristo con quien vivimos es Emanuel. Emanuel significa Dios con nosotros, Dios con el hombre. Esto se revela en Mateo, el primer libro del Nuevo Testamento (1:23; 18:20; 28:20). El capítulo 1 introduce el asunto de la presencia de Cristo, Emanuel, con nosotros (v. 23); el capítulo 18 además indica que debemos estar congregados en Su presencia (v. 20); y el capítulo 28 enfatiza que la presencia de Cristo estará con nosotros hasta la consumación del siglo (v. 20).
Cristo fue constituido como Emanuel primeramente al encarnarse como hombre. Mateo 1:23, una cita de Isaías 7:14, dice: “He aquí, una virgen estará encinta y dará a luz un hijo, y llamarán su nombre Emanuel”. El hijo que nació de la virgen era Dios con ella. Él era un niño nacido con la naturaleza humana y un hijo dado con la naturaleza divina (Is. 9:6). Su encarnación fue el primer paso que se dio para que Dios estuviera con nosotros. Luego, Él vivió en la tierra y salió a ministrar a la edad de treinta años. Después de tres años y medio de Su ministerio, Él pasó por la muerte y entró en resurrección. En resurrección fue hecho Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Que Él fuera hecho el Espíritu vivificante fue el segundo paso que se dio para que Dios estuviera con nosotros como Emanuel.
En el Nuevo Testamento, la palabra griega traducida “llegar a ser” se usa dos veces con respecto a Cristo. Primero, el Verbo, quien es Dios, se hizo carne (Jn. 1:1, 14). El Dios eterno, Jehová, el Dios Triuno, el Creador y Aquel que sostiene todo el universo se hizo carne. Él se hizo Emanuel, Dios con el hombre. En segundo lugar, después de treinta y tres años y medio, Él pasó por la muerte y la resurrección y llegó a ser el Espíritu vivificante. Primero se hizo carne y luego el Espíritu vivificante. Estos dos “llegar a ser” son de suma importancia.
Los títulos Renuevo de Jehová y Fruto del país (Is. 4:2) nos transmiten un cuadro admirable y maravilloso acerca de Cristo en Su divinidad y humanidad. En la eternidad Dios existía en Su divinidad. Él permaneció en Su divinidad hasta que se hizo carne por medio de la encarnación. Tal como el renuevo de cualquier planta marca un nuevo comienzo, un nuevo desarrollo, Cristo, como Renuevo de Jehová, fue un nuevo comienzo, un nuevo desarrollo, un brote de la divinidad en la humanidad.
Dios creó al hombre a Su imagen y conforme a Su semejanza con la intención de que un día Él mismo se hiciera hombre. Pero Él no entró en el hombre inmediatamente. Después de la creación del hombre, Dios esperó cuatro mil años antes de hacerse hombre. Esto muestra que nuestro Dios verdaderamente es un Dios de paciencia. Dios prometió a Abraham que a través de su simiente todas las naciones de la tierra serían benditas (Gn. 12:2-3). Desde el día en que dio aquella promesa, Dios siguió siendo paciente otros dos mil años hasta que el ángel del Señor, Gabriel, vino a María y le dijo: “¡Regocíjate, pues se te ha concedido gracia! El Señor está contigo [...] María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y he aquí, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás Su nombre Jesús” (Lc. 1:28-31). Primero, Dios creó al hombre. Dos mil años después, dio una promesa a Abraham. Luego, después de otros dos mil años, se hizo hombre por medio de la encarnación.
Dios vino de Su divinidad y con Su divinidad para entrar en la humanidad. El nacimiento de Jesús fue la extensión de Dios, el Renuevo del Dios eterno e ilimitado. Él fue un nuevo desarrollo, un nuevo comienzo, el brote de la Persona divina dentro de la humanidad. En el momento del nacimiento del Señor, los hombres no entendieron su significado; pero los ángeles lo entendieron y lo celebraron (Lc. 2:13-14). Dios había entrado en otra esfera. El Dios eterno en Su divinidad entró en la humanidad. Él llegó a ser una persona de dos naturalezas, dos estatus. En la eternidad pasada Él era divino, pero en el tiempo se hizo hombre para ser humano. Él ya no era meramente Dios; Él había llegado a ser un Dios-hombre.
Su encarnación para llegar a ser el Dios-hombre fue la iniciación del proceso por el cual Él llegaría a ser vida para el hombre. La consumación de este proceso tuvo lugar cuando esta persona maravillosa, el Dios-hombre, salió de la muerte y entró en la esfera de resurrección. Él había vivido en la tierra treinta y tres años y medio; luego, voluntariamente entró en la esfera desagradable de la muerte, se quedó allí tres días, y salió de la muerte, entrando en resurrección. Con este paso, Él terminó el proceso. En resurrección Él llegó a ser el Espíritu vivificante. Ahora nuestro Salvador Dios es tanto Emanuel como el Espíritu vivificante para nosotros. Puesto que Él es Emanuel, debemos vivir con Él. Él está con nosotros, y nosotros tenemos que estar con Él.
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