Visión celestial, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-0927-1
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Así como los substitutos de Cristo son un impedimento que estorba nuestra visión de Cristo, y el costo requerido es un obstáculo que nos impide recibir la visión de la iglesia; de igual manera, lo que estorba nuestra visión del Cuerpo y nuestra práctica de la vida del Cuerpo es nuestro yo. Cierta- mente practicamos la vida de iglesia sobre la base de la unidad, pero, ¿estamos siendo conjuntamente edificados? ¿estamos relacionados y entrelazados los unos con los otros? Aunque asistamos a las reuniones, puede ser que no estemos siendo edificados conjuntamente. Es posible tener reuniones sin tener edificación. Necesitamos la visión del Cuerpo, pero esta visión nos ha de costar que neguemos nuestro yo. Si queremos ser edificados en el Cuerpo, el yo debe ser eliminado. Por esta razón es necesario estudiar el siguiente capítulo, donde hablaremos de la visión del yo. El yo es un gran problema para el Cuerpo.
Una vez que tenemos la visión de Cristo, somos aptos para obtener la visión de la iglesia. No obstante, en cuanto a la iglesia, debemos tener presente que hay un costo requerido. Si no estamos dispuestos a pagar el precio, tal vez nos detengamos en la visión de Cristo diciendo: “Es suficiente conocer a Cristo. El lo es todo. Será mejor no hablar mucho de la iglesia. Basta con hablar acerca de Cristo. Es suficiente predicarles a Cristo a los pecadores y ministrarles a Cristo a los santos. No hay necesidad de hablar de la iglesia”. Este razonamiento es muy sutil, y no es más que un pretexto para no pagar el precio requerido por practicar la vida de iglesia sobre la base de la unidad genuina.
Examinemos las palabras que el Señor dirigió a Pedro en Mateo 16. Inmediatamente después de que Pedro declaró, refiriéndose al Señor Jesús: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, Jesús le dijo: “Sobre esta roca edificaré Mi iglesia” (vs. 16, 18). Esto indica que tanto el conocimiento de Cristo como la experiencia de El tienen como fin la edificación de la iglesia. Hay algunos que nos condenan diciendo que hacemos demasiado énfasis en la iglesia, que le damos más importancia a ésta que a Cristo. Algunos llegan al extremo de decir que hacemos de la iglesia un ídolo. Tal argumento es demasiado sutil. ¡Cuán astuto es el enemigo! Sabemos que Cristo murió en la cruz por la iglesia (Ef. 5:25). Así que, si nosotros nos entregamos por completo a la iglesia, está bien, pues Cristo fue el primero que lo hizo, El fue hasta el extremo por causa de ella.
Después de que recibamos la visión de la iglesia, el Señor abrirá nuestros ojos para que veamos el Cuerpo. Entonces entenderemos que necesitamos ser edificados en el Cuerpo. No solamente somos miembros de la iglesia, sino también, miembros del Cuerpo. Por el Cuerpo, no sólo debemos estar dispuestos a pagar el precio, sino también a perder nuestro yo.
Por la misericordia del Señor puedo testificar que desde que comencé a reunirme sobre la base local de la unidad, hace más de treinta años, no he cambiado mi posición respecto a este asunto. Aun más, después de haber adoptado esta posición, por la misericordia del Señor comencé a ver el Cuerpo y a practicarlo, y aun prosigo en esta práctica hasta el día de hoy. No me he movido ni he variado mi postura en cuanto a este asunto de la unidad.
Tal vez usted no haya cambiado en lo que respecta a la base o terreno de la unidad de la iglesia, pero quizás sí haya cambiado su posición en el interior del terreno mismo. Suponga que acumulamos diversos materiales de construcción en un determinado lugar, el cual constituiría el terreno. Todos estos materiales están ahora en el mismo terreno. Sin embargo, a pesar de haber permanecido en la misma área donde se llevará a cabo la edificación; es posible que algunos de estos materiales hayan variado su ubicación original dentro de esta misma área. De igual forma, todos nosotros hemos sido traídos al terreno apropiado de unidad, y en este terreno practicamos la vida de iglesia. Tal vez un hermano dócil sea puesto junto a un hermano de carácter fuerte. El hermano dócil tal vez clame al Señor, diciéndole: “Señor, ya no aguanto más a este hermano. Quiero que me mudes a otro sitio”. Este hermano no está procurando cambiar de terreno, sino cambiar su posición dentro del mismo ámbito. El permanece en el terreno, pero desea cambiar su relación dentro de éste. Les sucede lo mismo a muchos en la vida de iglesia, y uno mismo puede estar en esta situación. Tal vez uno no haya cambiado de terreno, pero es posible que sí haya variado la posición en cuanto a su relación con los demás.
Algunos creyentes de hoy deambulan entre las diferentes denominaciones, entre los diferentes ámbitos. Hoy se reúnen con un determinado grupo, y mañana con otro. Algunos tal vez no estén vacilantes entre diversas denominaciones, pero puede ser que aunque permanezcan en el terreno de la unidad, anden errantes en lo que respecta a su posición dentro del terreno mismo. Esto indica que en ellos hay una carencia de edificación, es decir, que no han sido edificados con los demás miembros del Cuerpo. Pero, una vez que hayamos sido edificados, al igual que los materiales que conforman una casa no pueden cambiar su posición, nosotros tampoco podremos cambiar la nuestra. Estaremos estables y fijos en el debido lugar y no andaremos errantes de una posición a otra, cambiando de relación frecuentemente.
¿Por qué nos resulta tan difícil ser edificados? Porque la dificultad es precisamente nuestro yo. No importa si nuestro yo es bueno o malo, placentero o desagradable, en tanto que esté presente, no puede llevarse a cabo la edificación.
Por ejemplo, algunos hermanos tienen un yo muy dominante, y a causa de ello, no pueden coordinar con otros en ningún servicio práctico de la iglesia. No importa cuál sea la situación, estos hermanos siempre quieren dominar a los demás. ¿Cómo podrán participar así en la edificación? A fin de que sean edificados con los demás, su yo debe ser quebrantado. El problema no es tanto su carácter fuerte, sino su yo tan dominante. Quizás esté bien que sean fuertes de carácter, pero no deberían imponerse sobre los demás. Una persona de carácter firme puede ser edificada con otras, siempre y cuando tenga una relación apropiada con ellas, y exista una constante comunión mutua. En un edificio, una columna de mármol ciertamente es muy dura, pero está relacionada y conectada con muchas otras piezas. Es sólida, pero no domina. La situación es la misma con un hermano de carácter sólido, quien ha sido edificado con otros en el Cuerpo.
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