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Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, Elpor Watchman Nee

ISBN: 978-1-57593-377-1
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Actualmente disponible en: Capítulo 9 de 12 Sección 3 de 4

Obtiene con engaño la bendición de su padre

Jacob planeó junto con su madre engañar a su padre. Su padre le dijo a Esaú: “Toma, pues, ahora tus armas, tu aljaba y tu arco, y sal al campo y tráeme caza; y hazme un guisado como a mí me gusta, y tráemelo, y comeré, para que yo te bendiga antes que muera” (27:3-4). Pero Jacob, instruido por su madre, se aprovechó de la vejez y de la pobre vista de su padre. Se vistió con la ropa de Esaú, tomó pieles de cabritos, hizo viandas deliciosas, y con eso engañó a su padre; como resultado, recibió la bendición (vs. 6-29). Una vez más se ve la astucia y la iniquidad del carácter de Jacob. Alguien podría decir: “Si Esaú hubiera recibido esta bendición, el mayor no habría servido al menor y habría quedado en entredicho la promesa de Dios. La promesa de Dios consistía en bendecir a Jacob. Al hacer esto Jacob, se cumplió la promesa de Dios. ¿Acaso no estuvo bien esto?” Debemos entender que la promesa de Dios no necesita la mano del hombre para cumplirse. ¿Puede acaso ser sacudido el trono de Dios, de manera que sea necesaria la mano del hombre para sostenerlo y estabilizarlo? Estos son simplemente conjeturas humanas.

Jacob era un suplantador desde el vientre de su madre. Cuando era joven, engañó a su hermano. Luego engañó a su padre con artimañas. Estos incidentes revelan la naturaleza de Jacob. El era muy astuto y sagaz. Tal era el carácter de Jacob, tal era su vida natural.

LA DISCIPLINA QUE EXPERIMENTA JACOB

Dios tuvo que disciplinar a Jacob. Después de que obtuvo con engaño su bendición, no pudo permanecer en casa. Sabía que su hermano lo mataría, y no tenía más remedio que escapar. Tuvo que huir de su casa como un desterrado.

Lejos de su casa

Jacob despojó a su hermano de la bendición valiéndose de engaños. Sin embargo, recibió la disciplina de Dios. Sus actividades carnales requirieron la disciplina. Dios disciplina más a aquellos que son astutos, hábiles, sagaces y talentosos. Debemos darle gracias al Señor porque mediante el quebrantamiento, Jacob recibió la bendición. Desde entonces, Dios continuó disciplinándolo para poder bendecirlo. Se vio obligado a salir de la casa de su padre. Tuvo que separarse de sus padres y emprendió un viaje solitario a Padan-aram.

Acampa en Bet-el

Génesis 28:10-11 dice: “Salió, pues, Jacob de Beerseba, y fue a Harán. Y llegó a un cierto lugar, y durmió allí, porque ya el sol se había puesto; y tomó de las piedras de aquel paraje y puso a su cabecera, y se acostó en aquel lugar”. El acampó en el desierto, donde tuvo por almohada una piedra. Su vida de disciplina había comenzado. Los versículos 12-14 dicen: “Y soñó: y he aquí una escalera que estaba apoyada en tierra, y su extremo tocaba en el cielo; y he aquí ángeles de Dios que subían y descendían por ella. Y he aquí, Jehová estaba en lo alto de ella, el cual dijo: Yo soy Jehová, el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia. Será tu descendencia como el polvo de la tierra, y te extenderás al occidente, al oriente, al norte y al sur; y todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente”. Dios le da ahora a Jacob las promesas que le había dado a Abraham. ¿Cuándo le dio Dios estas promesas a Jacob? Mientras todavía seguía suplantando y antes de que su vida carnal y natural fuera quebrantada. Dios podía decirle estas palabras debido a que estaba seguro. Sabía que Jacob no podía huir de Su mano. Un día Dios acabaría Su obra, y haría de él un vaso útil para Su plan eterno. Nuestro Dios es un Dios de confianza; El puede lograr Su meta. Si ésta fuera obra del hombre, se habría preocupado, pues Jacob era una persona en la que no se podía confiar. ¿Qué pasaría si se involucraba en algún problema? Esto no afectaría el plan de Dios, pues El lo tenía todo bajo control. El pudo decir: “En tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra”. Dios lo había decidido. Nuestra esperanza yace en la fidelidad de Dios, no en la nuestra. Nuestra utilidad depende de la voluntad de Dios, no de la fuerza de nuestra voluntad. Hermanos y hermanas, necesitamos aprender a conocer a Dios como el Dios que nunca falla.

En Bet-el Jacob oyó que Dios le hablaba en sueño. Dios no lo reprendió. No le dijo: “Mírate a ti mismo. ¿Qué has hecho en tu casa recientemente?” Si hubiéramos sido nosotros, habríamos reprendido a Jacob. Pero Dios conocía a Jacob y sabía que era audaz, astuto y suplantador. Sabía que Jacob tenía más energía y un carácter más fuerte que los demás. Reprender y exhortar a una persona así no da mucho resultado. Dios tomó a Jacob en Su mano. Al obrar Dios en las circunstancias de Jacob, pudo cortar un filo aquí y una punta allá. Si no acababa Su obra en un año, lo haría en dos, y si no, en diez o veinte. Dios siempre acaba lo que empieza. Cuando volvió a traer a Jacob a Bet-el, éste había cambiado.

La promesa que Dios le hizo a Jacob, en realidad era mayor que la que le hizo a Abraham, y también mayor que la que le hizo a Isaac. Jacob recibió algo del Señor que ni Abraham ni Isaac habían recibido. Dios le dijo: “He aquí, yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres, y volveré a traerte a esta tierra; porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho” (28:15). ¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor! La promesa que Dios le hizo a Jacob fue incondicional. El no le dijo: “Si me tomas como tu Dios, Yo te tomaré como pueblo. Si cumples mis condiciones y guardas Mis mandamientos, recibirás Mi promesa”. Lo incondicional de la promesa indica que Dios hallaría la forma de disciplinar a Jacob sin importar si él era bueno o malo, honesto o sagaz. Dios cumpliría lo que dijo: “No te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho”. Nuestro Dios no puede fallar. No podemos detener a Dios a medio camino. Si Dios nos escogió, indudablemente cumplirá Su promesa en nosotros.

“Y despertó Jacob de su sueño, y dijo: Ciertamente Jehová está en este lugar, y yo no lo sabía. Y tuvo miedo, y dijo: ¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios, y puerta del cielo” (vs. 16-17). Jacob se olvidó de lo que Dios le había dicho. No pensó en la promesa del Dios de Abraham y de Isaac. Solamente tuvo temor porque aquel lugar era la puerta del cielo. Bet-el ciertamente es un lugar terrible a los ojos del hombre carnal. Sabemos que Bet-el es la casa de Dios, la cual ciertamente es un lugar terrible para los que no le han puesto fin a su carne. En la casa de Dios se encuentran Su autoridad y Su administración; allí están la impartición, la gloria, la santidad y la justicia de Dios. Si la carne de una persona no ha llegado a su fin, para tal persona la casa de Dios es, sin duda, un lugar terrible.

“Y se levantó Jacob de mañana, y tomó la piedra que había puesto de cabecera, y la alzó por señal, y derramó aceite encima de ella” (v. 18). Esto muestra que santificó la piedra. “Y llamó el nombre de aquel lugar Bet-el, aunque Luz era el nombre de la ciudad primero” (v. 19). Entonces Jacob hizo un voto: “Si fuere Dios conmigo, y me guardare en este viaje en que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir, y si volviere en paz a casa de mi padre, Jehová será mi Dios. Y esta piedra que he puesto por señal, será casa de Dios; y de todo lo que me dieres, el diezmo apartaré para ti” (vs. 20-22). Esta fue la respuesta de Jacob a Dios. Esta era la extensión del conocimiento que Jacob tenía de Dios.

Dios le dijo: “He aquí, yo estoy contigo”, y Jacob respondió: “Si fuere Dios conmigo”. Dios dijo: “Te guardaré por dondequiera que fueres”. y Jacob contestó: “Si fuere Dios conmigo, y me guardare en este viaje en que voy”. Esto muestra el escaso conocimiento que Jacob tenía de Dios.

Examinemos la petición de Jacob. Su petición revela las cosas que él buscaba. El dijo: “Si Dios me diera pan para comer y vestido para vestir”. Estaba interesado en lo relacionado con la comida y el vestido. No veía el plan de Dios. Este pasaje también nos muestra el tipo de disciplina que había recibido de sus padres. El había sido el niño consentido de la casa. Se había ido de allí sólo por causa de la disciplina de Dios. Esta era la primera noche que pasaba fuera de casa y que tenía por cabecera una piedra. Desde entonces, no sabría de donde le vendrían ni la comida ni el vestido. Así que expresó su preocupación por la comida y el vestido. Pudo ver que al haber obtenido con artilugios la bendición, había terminado sin alimento y sin vestiduras, y había tenido que irse de la casa de su padre. De modo que dijo: “Si fuere Dios conmigo, y me guardare en este viaje en que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir, y si volviere en paz a casa de mi padre...” Su esperanza era tener qué comer y con qué cubrirse y poder regresar a la casa de su padre. Si Dios hacía esto por él, él haría lo siguiente: “Esta piedra, que he puesto por señal, será casa de Dios; y de todo lo que me dieres, el diezmo apartaré para ti”. Tal era Jacob. Este era el grado de conocimiento que Jacob tenía de Dios al principio. De todo lo que Dios le diera, él le devolvería el diezmo. El tenía mentalidad de comerciante. Su comunicación con Dios era una especie de regateo. Si Dios iba con él, lo guardaba, le daba alimento y vestido y lo llevaba en paz a la casa de su padre, él recompensaría a Dios con el diezmo de sus posesiones.

Esta era la primera vez que Jacob se encontraba con Dios. Bet-el fue el lugar donde Dios le habló por primera vez. De ahí en adelante, cuando Dios le hablaba, le decía: “Yo soy el Dios de Bet-el” (31:13). Aunque Jacob no conocía bien a Dios en Bet-el, Dios dejó una profunda impresión en él allí. Aquella fue la primera vez que Dios habló con él. Veinte años más tarde, después de mucha disciplina, Jacob llegó a ser un hombre útil.


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