Hombre espiritual, El (juego de 3 tomos)por Watchman Nee
ISBN: 978-0-7363-0699-7
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Mientras el creyente gradualmente progresa en su senda espiritual, cada vez ve más claramente que vivir para sí mismo es un pecado; de hecho, es el peor de todos. Un creyente que vive para sí mismo es como un grano de trigo que no está dispuesto a caer en la tierra para morir, y queda solo. Un creyente puede procurar ser lleno del Espíritu Santo y desear llegar a ser un hombre espiritual lleno de poder; sin embargo, ¿cuál es su meta? Su meta es ¡sentirse feliz y tranquilo! Si se le pide que viva exclusivamente para Dios y Su obra, sin preocuparse por su propia felicidad ni por sus sentimientos, inmediatamente retrocede. Esto indica que no ha comprendido lo que significa ser espiritual. En lo más recóndito de su corazón, no ha abandonado el amor por su vida anímica. Todo hijo de Dios es un siervo de El. Todos recibimos un don de parte del Señor; nadie carece por completo de dones (Mt. 25:15), Dios pone a cada creyente en Su iglesia y le asigna a cada uno una labor. Su intención, de principio a fin, no consiste en que el espíritu del creyente llegue a ser un estanque de vida espiritual. Si fuera así, el agua se secaría. El retroceso y la disminución del poder espiritual de un creyente, probablemente se deben a esto. Cuando la vida de Dios es obstruida en el espíritu, el creyente empieza a sentirse seco. Realmente, la vida espiritual es indispensable para la obra espiritual. La obra espiritual es simplemente la expresión de la vida espiritual. La llave para llevar una vida espiritual es permitir que la vida fluya sin interrupción y que llegue a los demás.
El alimento de la vida espiritual del creyente es la labor que lleva a cabo en la obra de Dios (Jn. 4:34). Si el creyente espiritual (los recién convertidos no han avanzado lo suficiente como para ser incluidos aquí) presta atención a su propia espiritualidad y se complace en leer la Biblia y en orar centrándose en sí mismo, el reino de Dios sufre una gran pérdida. El debe creer que Dios puede sostenerlo, no sólo físicamente sino también espiritualmente. Si al procurar hacer únicamente lo que Dios quiere de él, no busca comida y está dispuesto a soportar el hambre, hallará plena satisfacción. Obedecer y hacer la voluntad de Dios son alimento espiritual. Por el contrario, aquellos que desvían su atención a la comida, no obtendrán nada. Pero aquellos que con corazón sincero se ocupan de las cosas del reino de Dios serán satisfechos. Cuando el creyente no se preocupa por sí mismo y sólo piensa en los intereses del Padre, se encontrará lleno y satisfecho constantemente.
El creyente no debe desear desmedidamente algo nuevo. Lo que en realidad necesita es cuidar lo que ha obtenido para no perderlo, a fin de que sea su ganancia. Uno cuida lo que ha ganado usándolo, ya que si lo entierra, lo pierde. Cuando el creyente permite que la vida que está en su espíritu fluya en todas direcciones, él no sólo ganará a otras personas, sino que también se ganará a sí mismo. Sin embargo, esta ganancia no se debe a que quiere ganarse a sí mismo, sino a que se pierde para ganar a otros. La vida que mora en el hombre espiritual debe fluir hacia otros mediante la obra espiritual. Si el espíritu del creyente está abierto, aunque siempre debe estar cerrado para el enemigo, entonces la vida de Dios fluirá desde él para salvar y edificar a muchos. Si la obra espiritual se detiene, la vida espiritual es obstaculizada, ya que estas dos cosas no pueden separarse.
Independientemente del oficio secular que el creyente desempeñe, siempre tiene una esfera en la que trabaja. Asimismo el creyente espiritual, consciente de su lugar en el Cuerpo de Cristo, también conoce la esfera de su trabajo. Cada miembro tiene su función y debe llevarla a cabo. Algunos dones son necesarios para ciertos miembros, y otros para todo el Cuerpo. El creyente debe conocer la esfera de su propio don y operar dentro de esa esfera. En esto radica el error de muchos creyentes espirituales. Dejan de laborar, lo cual impide que la vida espiritual se desarrolle, o laboran fuera de esa esfera, lo cual deteriora la vida espiritual. El peligro de no usar las manos ni los pies es el mismo que usarlos indebidamente. Si uno retiene la vida espiritual, la pierde, y si labora desmedidamente, impide que dicha vida se libere.
Si queremos recibir poder para ser testigos de Cristo y para pelear en contra de Satanás, no tenemos otra alternativa que buscar la experiencia de ser llenos del Espíritu Santo. Es cierto que en estos días más y más personas procuran ser llenas del Espíritu Santo, pero ¿con qué propósito tratan de ser llenas de poder espiritual? ¿Cuántos buscan poder solamente para hacer alarde de ello? ¿Cuántos lo hacen para añadir lustre a su propia carne? ¿Cuántos esperan recibir el poder que hace que las personas caigan delante de ellos, ahorrándoles el esfuerzo de buscar a Dios y combatir espiritualmente? Tenemos que determinar cuál es nuestro motivo al buscar poder espiritual. Si nuestra intención no concuerda con Dios y no procede de El, no lo debemos buscar. El Espíritu Santo no reposa sobre la carne del hombre; sólo descansa en el espíritu nuevo que Dios creó en él. No debemos permitir que el hombre exterior (la carne) viva, mientras le pedimos a Dios que bautice nuestro hombre interior en el Espíritu Santo. Si la carne del hombre no ha sido quebrantada, el Espíritu de Dios no descenderá sobre su espíritu, porque si le da poder al hombre carnal, hará que se jacte y sea aún más carnal.
Hemos dicho reiteradas veces que la cruz antecede a Pentecostés; el Espíritu Santo no dará poder a los que no han pasado por la cruz. El único camino hacia el aposento alto que estaba en Jerusalén es el Calvario. Sólo quienes siguen este patrón tienen la posibilidad de recibir el poder del Espíritu Santo. La Palabra de Dios dice: “Este será mi aceite de la santa unción ... Sobre carne de hombre no será derramado” (Ex. 30:31-32). No importa si es la carne más perversa o la más refinada, el Espíritu Santo de Dios no puede descender sobre ella. Si no están las huellas de los clavos de la cruz, la unción del Espíritu Santo no puede estar presente. El veredicto de Dios sobre todos los hombres nacidos en Adán es la muerte del Señor Jesús: “Todos merecen morir”. Dios esperó hasta que el Señor Jesús murió; y sólo entonces envió al Espíritu Santo. De igual manera, a menos que un creyente experimente la muerte del Señor Jesús y haya muerto a todo lo que pertenece a la vieja creación, no puede esperar el poder del Espíritu Santo. Cronológicamente, Pentecostés viene después del Calvario; en la experiencia espiritual, uno es lleno del poder del Espíritu Santo sólo después de pasar por la cruz.
La carne, delante de Dios, está condenada para siempre. El desea que ella muera. El creyente tal vez no quiere que la carne muera, sino que desea recibir el poder del Espíritu Santo para adornarla y obtener más poder para laborar para Dios (esto es absolutamente imposible). ¿Cuáles son nuestros motivos al pedir esto? ¿Nos impulsa nuestra atracción personal y nuestra reputación, el deseo de ser apreciados o de ser admirados por los creyentes espirituales, tener éxito y poder ser aceptado entre los hombres, edificando así nuestro propio ser? Aquellos que no tienen motivos puros, que son de “doble ánimo” no pueden recibir el bautismo del Espíritu Santo. Tal vez pensemos que nuestros motivos son puros, pero nuestro gran Sumo Sacerdote nos permite conocer, valiéndose de las circunstancias, si verdaderamente lo son. Si no llegamos al punto en el cual nuestra obra fracasa totalmente y las personas nos desprecian y rechazan considerándonos malvados, será muy difícil conocer si nuestra intención es exclusivamente satisfacer a Dios. Todo aquel que verdaderamente ha sido usado por el Señor ha caminado por este sendero. Cuando la cruz efectúa su obra, recibimos el poder del Espíritu Santo.
¿No es cierto que muchos creyentes que no han experimentado la cruz de manera muy profunda tienen poder para dar testimonio del Señor y han sido grandemente usados por El? La Biblia dice que además del aceite de la santa unción, existe otro aceite que es “semejante” al auténtico (Ex. 30:33). Es igual al aceite compuesto, pero no es el aceite santo de la unción. No debemos desear éxito ni grandeza; solamente debemos observar si nuestra vieja creación, todo lo que poseemos por nacimiento, ha pasado por la cruz. Si la carne no pasa por la muerte de la cruz, el poder que tenemos no es el poder del Espíritu Santo. Todos los creyentes que tienen visión espiritual y han traspasado el velo, saben que el éxito que se tiene sin pasar por la cruz no tiene valor espiritual.
Cuando el creyente ha condenado su carne y anda según el espíritu, recibe el poder del Espíritu Santo. De no ser así, lo que el desea es que su carne reciba poder espiritual. Si la carne no pasa por la muerte, el espíritu no tiene posibilidad alguna de recibir poder, ya que cuando el poder de la carne permanece, ésta todavía reina y el espíritu es oprimido. El poder del Espíritu Santo únicamente desciende sobre un espíritu que está lleno de El, porque sólo entonces puede fluir el poder del Espíritu Santo. Cuando el espíritu está lleno, el poder que entró en él rebosará. Así que, por un lado, el creyente debe morir a la vieja creación y, por otro, aprender a andar juntamente con el Espíritu Santo en su vida diaria. Entonces, podrá recibir poder.
El creyente debe buscar el poder del Espíritu Santo, pues no basta con entenderlo en la mente. El Espíritu Santo debe envolver su espíritu. La obra del creyente será eficaz si tiene la experiencia de haber sido bautizado en el Espíritu Santo. El Espíritu Santo necesita hallar una salida para poder brotar; es una lástima que no la pueda encontrar en muchos de sus creyentes. Algunos son estorbados por el pecado, algunos son orgullosos, otros son fríos, otros están llenos de sus propias opiniones, y otros confían en su vida anímica; así que el poder del Espíritu Santo ¡no halla ninguna salida, pues aparte de El tenemos muchos otros recursos!
En cuanto a buscar el poder del Espíritu Santo, debemos mantener nuestra mente clara y nuestra voluntad activa. Esto nos guarda del engaño del enemigo. Además debemos permitir que Dios elimine de nuestras vidas todo lo que pertenezca al pecado y lo que sea injusto o dudoso, y debemos consagrar todo nuestro ser al Señor. “A fin de que por medio de la fe recibiésemos la promesa del Espíritu” (Gá. 3:14). Hermanos, no olvidemos que descansamos en Dios y sabemos que Dios hará todo según Su Palabra y en Su tiempo. Si El se tarda, entonces debemos permitir que Su luz examine aún más nuestra vida. Si El permite que sintamos algo cuando recibimos el poder, podemos regocijarnos, y si no lo permite, de todos modos debemos creer que El lo hizo.
Al ver la experiencia del creyente, podemos saber si recibió poder. A todo aquel que ha recibido poder se le agudizará la percepción del espíritu. Recibirá elocuencia (aunque no mundana) para dar testimonio del Señor. Su obra será eficaz y dará fruto que permanezca. El poder es indispensable para realizar la obra espiritual.
Después de que el creyente recibe el poder del Espíritu Santo, llega a estar consciente de los sentidos de su espíritu. En la obra de Dios el creyente debe mantener su espíritu despejado para que después de recibir poder permita que el Espíritu Santo haga brotar Su vida. Mantener un espíritu libre es mantener el espíritu en una condición en la que el Espíritu Santo pueda obrar.
Por ejemplo, Dios tal vez le ordene al creyente que tome el liderazgo en una reunión. Para ello, el espíritu del creyente necesita estar libre. El no debe ir a la reunión con cargas en su espíritu, pues eso haría que la reunión absorbiera el lastre de las mismas y fuera una reunión pesada y difícil. El que conduce la reunión no debe traer consigo sus propias cargas esperando que la congregación le ayude a librarse de ellas, ni depender de la respuesta de la congregación para aliviar su carga espiritual, ya que el resultado de esto será un fracaso.
El espíritu del creyente debe estar rebosando y libre de ataduras cuando llega a la reunión. Sin embargo, muchos hermanos cuando van a la reunión traen consigo sus cargas. El líder de la reunión primero debe librarlos mediante las oraciones, los himnos o la predicación de la verdad a fin de comunicarles el mensaje de Dios. Si el líder de la reunión tiene una carga de la cual no puede librarse, ¿cómo puede ayudar a otros a ser librados?
Debemos saber que las reuniones espirituales son una comunión entre espíritus. El orador comunica el mensaje de Dios desde su espíritu, y los que escuchan lo reciben con sus espíritus. Ya sea que el creyente sea un líder o un escucha, cuando su espíritu tiene una carga y no se ha librado de ella, no puede abrirse a Dios ni responder a Su mensaje; debido a eso, el espíritu del creyente debe estar libre de toda carga. Además, el líder, antes de proclamar un mensaje, debe esforzarse para librar los espíritus de los oyentes.
Tenemos que obtener el poder del Espíritu Santo a fin de hacer una obra poderosa. Debemos mantener nuestro espíritu libre para que de allí fluya el poder. La expresión del poder sobre el creyente tiene diferentes dimensiones. La medida en que él experimenta el Calvario determina hasta dónde experimentará Pentecostés. Si el espíritu del creyente está rebosando, el Espíritu Santo podrá hacer la obra.
Sin embargo, al predicar el evangelio, especialmente a un individuo, algunas veces el espíritu de éste no está abierto, lo cual tal vez sea problema de él; quizá tenga alguna circunstancia que hace que su espíritu esté cerrado. Es posible que ni su espíritu ni su mente estén abiertos o que él no tenga la capacidad de recibir la verdad; quizá tenga pensamientos impropios en su mente que impiden que fluya el espíritu. En casos así, el espíritu del obrero se puede sentir cerrado. En muchas ocasiones, solamente necesitamos ver la actitud del que viene a nosotros para saber si podemos hacer una obra espiritual con él o no. Si sentimos que nuestro espíritu se cierra por causa de él, no podremos impartirle la verdad.
Si nuestro espíritu se siente oprimido y nos forzamos a llevar adelante la obra de todos modos, ésta probablemente no será obra del espíritu, sino un producto de nuestra mente. Solamente la obra realizada por el espíritu tiene un poder duradero y un fruto perdurable. Lo que la mente produce carece de poder espiritual. Si primero no eliminamos los obstáculos de las personas mediante la oración y una labor previa para que nuestro espíritu sea libre para impartir la Palabra de Dios, nuestra obra perderá su eficacia. Los creyentes deben aprender a andar según el espíritu para laborar en el espíritu.
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