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Ministerio de la Palabra de Dios, Elpor Watchman Nee

ISBN: 978-0-7363-0700-0
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LA META DEL MINISTERIO DE LA PALABRA

¿Para qué se proclama la Palabra? El propósito de este ministerio no es simplemente librar a los hermanos de la deplorable situación en la que se encuentren; nuestra meta es que conozcan al Señor. Toda revelación debe tener como meta revelar a Cristo; de lo contrario, no tiene ningún valor. Debemos comprender que la meta máxima del ministerio de la Palabra es guiar a las personas a conocer a Cristo. Cuando Dios nos pone en ciertas circunstancias o permite que enfrentemos ciertas dificultades, deseamos ser consolados. Esta necesidad nos obliga a buscar al Señor. Recordemos que cada vez que el Espíritu Santo nos templa, nos revela una necesidad. El nos pone en ciertas circunstancias para que nos demos cuenta de que por nosotros mismos no las podemos sobrellevar. En tales circunstancias, la única solución es conocer al Señor. Sin aflicciones, uno no busca al Señor. Si Pablo no hubiera tenido un aguijón, no habría conocido la gracia del Señor. Las aflicciones no nos vienen para que las venzamos, sino para que conozcamos al Señor por medio de ellas. Pablo no dijo: “Lo único que me queda es sufrir”, sino que conocía la gracia, o sea que conocía al Señor. Dios tiene que usar la disciplina del Espíritu para crear una necesidad en nosotros que sólo puede ser satisfecha cuando conocemos al Señor; sólo El puede sacarnos adelante. La necesidad nos induce a conocer ciertos aspectos y atributos del Señor. En 2 Corintios 12 vemos que Pablo llegó a conocer el poder del Señor por medio de su debilidad. Mientras padecía, encontró la gracia. El aguijón lo debilitó, pero también lo llevó a conocer la gracia. El Señor lo llevó a un estado de debilidad a fin de que conociera Su poder, y a un estado de sufrimiento para que conociera Su gracia. Cuando surge la necesidad viene el conocimiento. Si queremos conocer al Señor plenamente, debemos ser experimentados en quebrantos. De no ser así, no tendremos el conocimiento pleno del Señor. Es posible que conozcamos algunos aspectos del Señor, pero necesitamos conocerle en todos los aspectos. Si la disciplina que el Espíritu nos inflige es incompleta, nuestro conocimiento del Señor también lo será. Si los sufrimientos por los que pasamos son de corta duración, careceremos de la expresión adecuada para ministrar la Palabra a los demás.

Necesitamos orar para que Dios nos discipline, es decir, para que suscite las circunstancias y los sufrimientos adecuados; y al mismo tiempo, debemos permitir que nos saque adelante. Cuando aceptamos los padecimientos, permitimos que el Señor nos dé un conocimiento más profundo de Sí mismo. Con cada situación difícil que pasamos, adquirimos un nuevo conocimiento de Cristo. Cuando nuestra comprensión de Cristo aumenta, ministramos a la iglesia lo que conocemos de El.

¿Entonces, qué es la Palabra? La Palabra o el Verbo es Cristo. El Verbo que adquirimos por medio de los padecimientos y la disciplina es el resultado de conocer a Cristo. La iglesia se compone de millares y millones de hijos de Dios; sin embargo, el conocimiento que tienen de Cristo es muy limitado. Necesitamos que surjan más ministros que impartan a los hijos de Dios un conocimiento profundo de Cristo. Cuando el ministro de la Palabra pasa por padecimientos y pruebas, adquiere un conocimiento profundo de Cristo que lo equipa de palabras en abundancia, cuyo objeto es suministrarles a Cristo a los oyentes. El Hijo de Dios es el Verbo, es decir, Cristo es la Palabra de Dios. Lo que conocemos de la Palabra es lo que Cristo nos ha manifestado. Es posible que nos encontremos con un creyente que en ciertos aspectos todavía no conozca a Cristo. Si por la misericordia de Dios hemos pasado por cierta situación que nos ha permitido conocer al Señor más, esa experiencia nos permitirá proveerle a ese hermano nuestro propio suministro. No importa qué vacío tenga, podremos suplir su necesidad. El servicio que brindamos a los hijos de Dios se basa en la experiencia que hayamos adquirido al pasar por padecimientos. Cuando nuestro ministerio está edificado sobre este fundamento, nuestro mensaje se convierte en el Verbo de Dios.

En ocasiones usamos las experiencias de otros; pero esto no es tan sencillo, ya que si no tenemos cuidado, sólo será un ejercicio o actividad intelectual. Una persona que tenga la suficiente habilidad, puede usar las experiencias de otros; pero ¿en dónde está su propia experiencia? Si ella no ha tenido sus propios padecimientos, esta actividad no traerá resultados. Es importante que antes de usar las experiencias de otros, pasemos por muchos padecimientos delante del Señor. Cada vez que tomamos prestada la experiencia de otra persona, tenemos que preservarla y cultivarla en nuestro espíritu. Lo mismo debemos hacer con nuestras propias experiencias. Todo lo que se guarda en el espíritu se mantiene vivo. Supongamos que Dios nos da el debido entendimiento acerca del Cuerpo de Cristo. Tal conocimiento tiene que ser cultivado en nuestro espíritu a fin de impartirlo a otros. Podemos tomar prestadas las experiencias de los demás, con la condición de que primero tengamos algo en nuestro espíritu. Si somos individualistas e ignoramos lo que es el Cuerpo de Cristo, no podremos usar las experiencias de los demás. Debemos vivir en la realidad del Cuerpo de Cristo, y preservar nuestra experiencia en el espíritu, a fin de comunicar el Verbo de Dios a los demás. De no ser así, todo consistirá en un producto de la mente y no conducirá a nada. Posiblemente pensemos que hemos dado un mensaje muy comprensible, sin que en realidad hayamos tocado la verdad; en consecuencia, cuando los demás nos escuchen, no recibirán la verdad.

Lo mismo sucede cuando citamos las Escrituras. Si hemos pasado por la experiencia correspondiente, los versículos vienen a nuestra memoria uno tras otro. Aún así, es importante que éstos provengan de nuestro espíritu, no de nuestra mente. Podemos decir lo mismo con respecto a nuestra conversación con los hermanos. No importa qué tema toquemos, las palabras deben proceder del espíritu. Sólo debemos ministrar lo que se haya sembrado allí. Lo que no cultivamos de manera que permanezca vivo, de nada sirve. Inclusive las experiencias que tuvimos hace años, deben ser guardadas y cultivadas en el espíritu; de esta manera podremos usarlas cuando las necesitemos. Lo mismo se puede decir de las Escrituras, ya que si nuestro espíritu no puede usarlas, ellas no pueden formar parte de nuestro ministerio.

Dios debe formar las palabras en nuestro interior, las cuales al ser expresadas constituyen Su Palabra, y no el producto de nuestros pensamientos o de lo que aprendimos de terceros. Dios nos refina con fuego por años, para forjar Sus palabras en nosotros. Estas palabras son esculpidas y moldeadas en el creyente a través de los años y son forjadas en éste por el Espíritu Santo. El Espíritu Santo tiene que operar en nosotros por un largo tiempo a fin de forjar estas palabras. Estas palabras son una especie de garantía del Señor. Ellas se forman en nosotros al pasar por el duro trato del Señor. Estas palabras son netamente nuestras y, sin embargo, son netamente de Dios. Es así como nuestras palabras llegan a ser la Palabra de Dios. Unicamente cuando entramos en lo profundo del valle, y Dios lava y prueba nuestras palabras, éstas se convierten en Su Palabra. Debemos entender claramente que la fuente de nuestro mensaje es la disciplina divina, y la base del mismo es la luz que hay en nosotros, ya que lo que expresamos es el resultado de la disciplina por la que hemos pasado. Tenemos que aprender la lección en las profundidades del valle, a fin de proclamarla en las alturas. Es importante que veamos algo en nuestro espíritu a fin de que pueda ser luz para los demás. Cada palabra que expresamos debe salir de lo profundo de nuestro ser como resultado de haber sido afligidos y agobiados. Lo que somos, las pruebas que pasamos y las lecciones que aprendimos, se reflejarán en la palabras que expresemos.

La palabra se produce por medio de las aflicciones, el dolor, los quebrantos y la oscuridad. El ministro de la Palabra de Dios no debe temer cuando Dios permita que pase por dichas circunstancias. Si estamos conscientes de esto, alabaremos a Dios pues sabremos cuándo está a punto de darnos más palabras. Al principio, posiblemente no sepamos qué está sucediendo ni tengamos idea de cómo actuar; pero a medida que atravesemos estas adversidades adquiriremos más mensajes; con cada tribulación que pasemos, nuestro cúmulo de palabras aumentará. Cuando comprendamos esto, con cada angustia, pena, fracaso o debilidad, dentro de nosotros una voz dirá: “Gracias Señor por darme nuevas palabras”. De esta manera, nos volveremos sabios en la adquisición del verbo. En la iglesia de Dios, el ministro de la Palabra debe tomar la iniciativa, no sólo para dar mensajes, sino también en los sufrimientos. Si no precedemos a la iglesia en experimentar la disciplina del Espíritu Santo, no tendremos las palabras para ministrar. Este asunto es muy serio. Es importante que avancemos en experimentar sufrimientos para ministrar a la iglesia; de lo contrario, nos engañamos a nosotros mismos y a la iglesia, y nuestro ministerio carecerá de valor. Un himno titulado “Contemplemos la vid”, nos muestra que cuanto más nos sacrificamos, más podemos dar a los demás. Si no nos sacrificamos por los demás, no podemos ser ministros de la Palabra, ya que no tendremos nada que dar. El ministerio de la Palabra consiste en proclamar la Palabra desde lo profundo de nuestro ser. De ahí debe proceder lo que expresamos, si esperamos que nuestro mensaje produzca resultados.

En conclusión, es importante recordar el principio que Pablo presenta en 2 Corintios 1 donde dice: “Porque hermanos, no queremos que ignoréis acerca de nuestra tribulación que nos sobrevino en Asia; pues fuimos abrumados sobremanera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de vivir. De hecho tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte” (vs. 8-9). Pablo nos dice que en todo esto Dios tenía un propósito. Lo que le acontecía tenía como objeto enseñarle a no confiar en sí mismo, sino en Dios que resucita a los muertos. Esto lo confortó de tal manera que cuando los santos pasaban por la misma tribulación, él los podía consolar. “Porque de la manera que abundan para con nosotros los sufrimientos del Cristo, así abunda también por el Cristo nuestra consolación. Pero si somos atribulados, es para vuestra consolación y salvación; o si somos consolados, es para vuestra consolación, la cual se opera en el soportar con fortaleza los mismos sufrimientos que nosotros también padecemos. Y nuestra esperanza respecto de vosotros es firme, sabiendo que así como sois copartícipes de los sufrimientos, también lo sois de la consolación” (vs. 5-7). El principio fundamental del ministerio de la Palabra consiste en ser los primeros en pasar por los sufrimientos, a fin de que nuestra experiencia pueda ayudar a los demás. Primero nosotros somos consolados, y luego consolamos a otros con la misma consolación que nosotros recibimos. Nuestros mensajes no deben ser superficiales, sino que deben basarse en las experiencias que hemos adquirido al pasar por diferentes sufrimientos. Ciertas expresiones y ejemplos hacen que nuestro mensaje se vuelva superficial. Así que es importante aprender a hablar con exactitud; para ello es necesario aprender a usar los términos y las expresiones que se encuentran en la Palabra de Dios. El Señor nos disciplina hasta que nuestras palabras concuerden con las de la Biblia. Las palabras del ministerio, son palabras que proceden de nuestro interior como resultado de la disciplina por la que hayamos pasado.

La palabra se origina en la disciplina que uno recibe; así que si tiene otro origen, no tiene valor y la iglesia no recibe ningún beneficio. Hermanos, no menospreciemos la disciplina del Espíritu Santo. Las lecciones espirituales sólo se aprenden cuando uno pasa por el fuego.


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