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LA META MÁS ELEVADA DE LA SALVACIÓN DE DIOS
ES LA MEZCLA DE DIOS CON EL HOMBRE

Nuestra comunión con Dios no anula nuestra humanidad; más bien, por medio de la comunión la divinidad se mezcla con nuestra humanidad. Éste es el principio básico de la obra de Dios en Su salvación. El propósito de la salvación no es anular al hombre sino transformarlo. Además, Dios mismo es nuestra salvación. La vida y la naturaleza de Dios elevan y fortalecen nuestra humanidad. No es que el hombre necesita ser salvo debido a que es un ser caído. Incluso si el hombre no hubiera caído, aún necesitaría ser salvo. Necesitamos ser salvos no simplemente porque caímos en pecado o en el mundo, o porque llegamos a ser carne. La razón por la que necesitamos ser salvos es que nosotros, hombres creados, somos de la tierra, somos terrenales. A fin de que un hombre de la tierra llegue a ser celestial, necesita pasar por el proceso de la salvación de Dios.

Antes de que Adán pecara en el huerto del Edén, era de la tierra (Gn. 2:7; 1 Co. 15:45-47); por ende, era terrenal y no tenía nada que ver con el cielo ni con las cosas de los lugares celestiales. Él pertenecía al reino terrenal, no al reino celestial. Por lo tanto, necesitaba ser salvo a fin de participar en las cosas del cielo. Podemos comparar esto a una persona que está en el primer piso de una casa y que necesita ascender si desea estar en el segundo piso. Adán no sólo era terrenal e incompatible con el Dios celestial, sino que además carecía de la vida de Dios y era incompatible con Dios, quien es vida. La gente piensa que el hombre necesita ser regenerado porque es corrupto. Sin embargo, aun si el hombre no fuera corrupto, todavía necesitaría ser regenerado debido a que carece de la vida de Dios. Incluso antes que Adán cayera, siendo aún incorrupto, no tenía la vida de Dios; por lo tanto, necesitaba ser regenerado a fin de poseer la vida y la naturaleza de Dios. Una vez que recibimos la vida y la naturaleza de Dios, nuestra naturaleza humana es elevada. Anteriormente, éramos hombres terrenales, pero ahora hemos llegado a ser Dios-hombres celestiales.

Toda persona salva posee una naturaleza que es superior a la naturaleza de Adán. Adán era simplemente un hombre de polvo, pero toda persona salva es un hombre de oro. Aunque los creyentes aún no han llegado a ser totalmente de oro, con todo, poseen el elemento del oro. Adán tenía un cuerpo que fue creado del polvo, pero el cuerpo de un creyente un día será cambiado para ser un cuerpo glorificado. Aunque nuestro cuerpo sigue siendo de polvo, ha empezado a cambiar, porque el elemento de Dios está en nosotros. Por lo tanto, nuestro cuerpo gradualmente está siendo elevado en naturaleza. El espíritu de Adán no era su persona; era un espíritu creado y limitado. El espíritu de un creyente está mezclado con Dios y posee un elemento increado y una naturaleza ilimitada, esto es, el Espíritu divino. Como resultado, nuestro espíritu es superior al espíritu de Adán. Por consiguiente, aun si el hombre nunca hubiera caído, todavía necesitaría de la salvación, porque el hombre es simplemente una criatura que carece del elemento increado; es terrenal, no celestial.

LA SALVACIÓN DE DIOS CONSISTE EN ELEVAR
Y FORTALECER LA HUMANIDAD

El hombre creado es un ser finito y terrenal; en cambio Dios es increado, infinito y celestial. Dios es grande y elevado, mientras que nosotros somos criaturas pequeñas e inferiores; por ende, no podemos comunicarnos con Él. Aunque no hubiésemos pecado, ni caído en el mundo ni llegado a ser carne, con todo, seguiríamos siendo seres inferiores. Es por ello que necesitamos ser salvos.

Los seres humanos no sólo somos inferiores, sino también caídos. La salvación de Dios primeramente nos salva de nuestra condición caída y luego nos eleva. Cuando el Dios infinito, eterno, elevado y celestial entra en nosotros, experimentamos un cambio en naturaleza. Nuestra humanidad es elevada y fortalecida. La salvación cambia nuestra naturaleza de tal modo que ésta deja de ser baja y limitada y llega a ser elevada e ilimitada. Dios nos salva al entrar en nosotros y al mezclarse con nosotros a fin de que participemos de Su vida y naturaleza y obtengamos Su elemento. El resultado de esta mezcla es que podemos tener comunión con Dios. Sin embargo, ni Dios ni el hombre son anulados.

En 1 Corintios 2:15 leemos: “El hombre espiritual juzga todas las cosas”. Un hombre espiritual es capaz de discernir todas las cosas porque tiene un entendimiento ilimitado y una sabiduría celestial. Un hombre limitado no es capaz de discernir todas las cosas; sólo un hombre ilimitado puede discernirlas. Tanto el entendimiento ilimitado como la sabiduría celestial provienen de Dios; son eternos. El grado al cual seamos ilimitados lo determina el grado de nuestra espiritualidad. No es posible saber a qué grado un hombre espiritual puede amar a otros; incluso él mismo no sabe el grado al cual puede amar a otros porque él es ilimitado. Un hombre espiritual también tiene un poder ilimitado. En Efesios Pablo habla de “la supereminente grandeza de Su poder para con nosotros los que creemos” y de “Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o pensamos, según el poder que actúa en nosotros” (1:19; 3:20). Las palabras supereminente grandeza y mucho más abundantemente dan a entender este aspecto ilimitado. La comunión que tenían la señora Guyón y el padre Fenelón pudo trascender los límites del tiempo y del espacio, porque ellos tocaron lo infinito en su espíritu. El hombre finito está mezclado con el Dios infinito, de tal modo que lo que es finito llega a ser infinito y lo que es bajo llega a ser elevado y fortalecido. ¡Qué salvación más grande!