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Lo que el reino es para los creyentespor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-7228-2
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Actualmente disponible en: Capítulo 7 de 10 Sección 4 de 4

EJERCITAR FIELMENTE LOS DONES
QUE HEMOS RECIBIDO DE PARTE DEL SEÑOR

No quiero amenazar a nadie, pero sí debo hablarles la palabra de Dios con sinceridad. Cuando Dios venga, no sólo juzgará nuestra conducta, sino también nuestro servicio. Algunos dirán: “Creo que estoy bien, y mi conciencia está limpia. Yo tampoco voy a cine ni salgo a bailar. En la noche cuando examino mi conciencia, puedo decir que no hay ninguna ofensa”. Sin embargo, mientras vivimos en la tierra, no es suficiente simplemente tener una conciencia sin ofensa; pues el Señor aún juzgará la manera en que lo servimos. Todos hemos recibido de parte del Señor al menos un talento, un don espiritual. Quizás no hayamos recibido dos talentos ni cinco, pero sí recibimos al menos un talento. No podemos decir que no somos salvos, que no tenemos la vida del Señor o que no tenemos al Espíritu Santo. Todos tenemos estas cosas. Por haber recibido estas cosas, tenemos al menos un talento, un don espiritual, y debemos usarlo apropiadamente y obtener alguna ganancia para el Señor (Mt. 25:14-30).

La Biblia muestra que después que el esclavo que recibió cinco talentos hubo ganado otros cinco talentos, su señor le respondió: “Bien, esclavo bueno y fiel [...] entra en el gozo de tu señor” (v. 21). El que recibió dos talentos también ganó otros dos talentos. Ambos sirvieron a su señor fielmente y usaron sus dones al máximo potencial. De la misma manera, cuando nosotros usemos la vida, el Espíritu Santo y el talento que hemos recibido de parte del Señor, habrá un resultado completo. El señor les dijo a ambos esclavos: “Bien, esclavo bueno y fiel [...] entra en el gozo de tu señor” (vs. 21, 23).

El señor también llamó al esclavo que había recibido un solo talento. Éste se acercó cautelosamente y dijo: “Señor, te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no aventaste; por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; mira, aquí tienes lo que es tuyo” (vs. 24-25). Este esclavo era como una persona salva que le dice al Señor: “Tú eres un hombre duro. Siempre me pides hacer un trabajo que es muy difícil. Me enviaste a predicar el evangelio a lugares donde nadie creería en Ti. Las personas allí eran duras y frías de corazón; era imposible llevarlas a que creyesen en Ti. Ellas endurecieron sus corazones hacia Ti, pero a pesar de ello Tú me enviaste a predicarles el evangelio. Señor, puesto que tuve temor, mucho temor, no hice la obra. No obstante, guardé aquí Tu talento. Mira, la vida que me diste está aquí, el Espíritu Santo que me diste está aquí, la salvación que me diste está aquí y el talento que me diste está aquí. Todos Tus dones están aquí; no malgasté ni perdí ninguno de ellos. Esta explicación debe bastarte”.

Quisiera preguntarles, ¿es esta explicación suficiente? Por supuesto que no lo es, puesto que este esclavo no usó fielmente los dones que había recibido de parte del Señor. Después de escuchar al esclavo que había recibido un solo talento, el amo no refutó lo que él dijo, ni le respondió: “Lo que dices no es cierto. No soy un hombre duro. La obra que te mandé hacer era fácil. Si hubieras sembrado, algo habría crecido; si hubieras segado, habría habido una rica cosecha. Lo que dijiste es totalmente equivocado”. El amo no refutó de esta manera. En vez de ello, reconoció el hecho y respondió: “Esclavo malo y perezoso, sabías que siego donde no sembré, y que recojo donde no aventé. Por tanto, debías haber entregado mi dinero a los banqueros, y al venir yo, hubiera recobrado lo que es mío con los intereses. Quitadle, pues, el talento, y dadlo al que tiene diez talentos. Porque a todo el que tiene, le será dado, y tendrá en abundancia; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Y al esclavo inútil echadle en las tinieblas de afuera; allí será el llanto y el crujir de dientes” (vs. 26-30). El amo decía que puesto que el esclavo sabía que él estaba obligando a sus esclavos a hacer lo que ellos no podían hacer, el esclavo debió haber hecho lo posible por usar su talento. Al final el amo hizo que le quitaran el talento a ese esclavo y se lo dieran al que tenía diez talentos; además, echó al esclavo inútil en las tinieblas de afuera.

TANTO LA VIDA COMO LA OBRA
DE LOS CREYENTES HOY
DETERMINAN SI ELLOS SERÁN RECOMPENSADOS O
CASTIGADOS EN EL DÍA DEL JUICIO

Nunca debemos pensar que una vez que seamos salvos, no tendremos más problemas. No debemos pensar que mientras no hagamos nada contrario a nuestra conciencia, estaremos libres de ofensa ante Dios y los hombres, ni debemos pensar que mientras tengamos una conducta impecable, no tendremos problemas. En realidad, la manera en que servimos y laboramos para el Señor después de ser salvos reviste gran importancia. En 1 Corintios 3 Pablo dice: “Cada uno mire cómo sobreedifica” (v. 10b). Esto significa que todos debemos prestar atención a nuestra obra. Podemos edificar con oro, plata y piedras preciosas o con madera, hierba y hojarasca. Un día la naturaleza de nuestra obra en nuestro servicio al Señor será probada por fuego. Si hemos edificado con madera, hierba y hojarasca, nuestra obra inmediatamente será consumida cuando pase por fuego. Sólo la obra que es de oro, plata y piedras preciosas permanecerá. Por consiguiente, Pablo dice: “Si permanece la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa” (v. 14). Aparte de la salvación, está también el asunto de la recompensa. No se trata de que si laboramos bien, seremos salvos. El asunto de la salvación ya fue resuelto, pero el asunto de la recompensa aún no ha sido resuelto. Ello dependerá de cómo sirvamos al Señor después de ser salvos.

Si nuestra obra para el Señor es de oro, plata y piedras preciosas, recibiremos una recompensa; pero si es de madera, hierba y hojarasca, sufriremos pérdida (v. 15a). Algunos creen que sufrir pérdida es perder nuestra salvación, es decir, perecer. Pero no es así, pues aún seremos salvos, “como pasado[s] por fuego” (v. 15b). Por lo tanto, no debemos pensar que después de ser salvos, no tendremos más problemas. Después que somos salvos, aún quedarán asuntos muy importantes por resolverse. Nuestra conducta es uno de estos asuntos y también nuestra obra. Cuando el Señor regrese, habrá un juicio. En ese juicio Él determinará si recibiremos una recompensa o un castigo.

Si continuamos llevando una vida relajada y descuidada, la palabra en este mensaje será para nuestra condenación. Un día Cristo descenderá y se manifestará. Sus ojos serán como llama de fuego, y de Su boca saldrá una espada aguda de dos filos. Su rostro resplandecerá como el sol cuando resplandece en su fuerza, y Sus pies serán semejantes al bronce bruñido, fundido en un horno (Ap. 1:14-16). Él vendrá a juzgar a Sus hijos. La secuencia que se sigue en Apocalipsis, de 2:1 a 3:22, es primero la iglesia y después el mundo. Cristo traerá Su reino por medio de Su juicio. Los hombres quizá se rebelen contra Él y le desobedezcan hoy, pero tendrán que prepararse para afrontar Su juicio. Sólo un grupo de personas, los vencedores, podrá permanecer en pie ante el tribunal en el futuro. Hoy en día ellos ya viven bajo el adiestramiento del reino, permitiendo que los cielos rijan y reinen, y ese día entrarán en el reino en plenitud.


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