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Economía de Dios, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-87083-536-0
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Actualmente disponible en: Capítulo 13 de 24 Sección 2 de 4

LAS DOS PARTES QUE PELEAN POR EL ALMA

Todos conocemos la triste historia. Antes de que el Dios glorioso entrara en nuestro espíritu, Satanás, el enemigo de Dios, entró en nosotros primero. El diablo entró en el cuerpo humano mediante Adán, cuando éste comió del fruto del árbol de la ciencia. En consecuencia, el Pecado personificado mora en los miembros de nuestro cuerpo y allí gobierna como un amo ilegal, forzándonos a hacer cosas que no nos gustan. Este es el pecado mencionado en los capítulos 6, 7 y 8 del libro de Romanos; no es otro que el maligno y pecaminoso de todo el universo. El es el enemigo de Dios. Cuando entró en nuestro cuerpo, nuestro cuerpo fue transmutado, o cambiado, en naturaleza, llegando así a ser la carne. La carne es el cuerpo corrompido, arruinado y dañado, en el cual mora el maligno. Esta carne, por consiguiente, amenaza con dominar el alma.

Tal como el espíritu humano viene a ser una base desde la cual Dios puede extenderse, así el mismo principio se aplica en cuanto a este cuerpo corrupto. La carne, bajo la posesión de Satanás, viene a ser la base desde la cual él puede hacer su obra diabólica. Satanás toma su lugar en la carne para influir sobre el alma, y luego, a través del alma, pone al espíritu en una condición de muerte. La dirección de la obra satánica siempre empieza en el exterior y sigue hacia el interior. En cambio, la obra divina siempre comienza desde el centro y se extiende hacia la circunferencia. Podemos ilustrarlo de este modo:

El alma no puede resistir a Satanás, quien es mucho más fuerte que el alma humana. Antes de ser salvos nuestra condición era que nuestra alma estaba envenenada por Satanás por medio de la carne. Cuando escuchamos el evangelio y fuimos iluminados en la mente y en la conciencia, llegamos a estar contritos y quebrantados en el espíritu, nos arrepentimos y abrimos nuestro ser al Señor, después de lo cual El gloriosamente entró en nuestro espíritu para ser nuestra vida en el Espíritu Santo. Aunque Satanás, el enemigo, ha tomado la carne como base desde la cual pelear, dirigiéndose hacia adentro, hacia el espíritu, el glorioso Señor usa el espíritu como base desde la cual pelear dirigiéndose hacia afuera, hacia la carne.

¡Somos muy complicados porque hemos llegado a ser un campo de batalla! Somos el campo de batalla universal para la batalla universal. Satanás y Dios, Dios y Satanás, pelean el uno contra el otro dentro de nosotros día tras día. Satanás pelea orientado hacia el centro, mientras que Dios pelea hacia la circunferencia. ¿Cuál es nuestra actitud? No podemos ser neutrales; tenemos que tomar partido. En la parte exterior del hombre se encuentra el enemigo de Dios, y en la parte interior se encuentra Dios mismo. Entre los dos, en medio, se encuentra el alma. Satanás está en el cuerpo corrupto, Dios está en el espíritu regenerado, y nosotros estamos en medio, en el alma humana. Somos una persona muy importante. Podemos cambiar toda la situación. Si nos ponemos de parte de Satanás, Dios, en cierto sentido, será derrotado. Por supuesto, Dios nunca puede ser derrotado; pero si nos hiciéramos del lado de Satanás, parecería como si Dios fuera temporalmente derrotado. En cambio, si nos ponemos de parte de Dios, eso será maravilloso, y Satanás será totalmente derrotado.

¿De parte de quien estará usted? Este es el problema. Escuche al Señor: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo”. ¡Negar el yo! En otras palabras, entregar el alma a la muerte en la cruz, porque el alma es el yo. Siempre debemos negar el yo, darle muerte, crucificarlo. ¿Qué pasará cuando el alma haya sido crucificada? Cuando al alma se le haya dado muerte, solamente quedarán Dios y Satanás. Al crucificar el alma, le habremos quitado el puente al enemigo.

Satanás está en la carne porque él es el Pecado encarnado, y el yo está en el alma. El Pecado y la carne están ilegalmente casados; de hecho, celebraron su boda hace mucho tiempo. Todos los problemas que tenemos por dentro se deben al hecho de que el yo está casado con el Pecado y los dos han llegado a ser uno. Sin embargo, cuando fuimos salvos, Dios, Cristo y el Espíritu Santo entraron en nuestro espíritu como la vida divina. En la carne, el cuerpo corrupto, está el Pecado; en el alma, el alma amenazada, está el yo, mientras que en el espíritu humano regenerado está la vida divina, la vida eterna, la cual es la vida y el poder que regulan. Vivir y andar por la vida del alma significa vivir y andar por nosotros mismos, lo cual nos involucra en matrimonio con Satanás. Este matrimonio significa que no somos personas libres, sino que estamos bajo las ataduras del maligno, el Pecado. El maligno que está en la carne se levantará para echarnos mano y derrotarnos, llevándonos bajo su cautiverio, haciendo de nosotros la persona más miserable. Sin embargo, si negamos el alma, el yo, y vivimos y andamos por el espíritu, Cristo como vida regulará y saturará todo nuestro ser.


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