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Espíritu y el cuerpo, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-4516-3
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Actualmente disponible en: Capítulo 2 de 21 Sección 3 de 5

LA COMUNIÓN DEL ESPÍRITU

En 2 Corintios 13:14 dice: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. La gracia de Cristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu están con nosotros. El amor es la fuente, la gracia es el cauce y la comunión es el fluir. La comunión es un asunto de transmisión, de impartir algo en nosotros. Con respecto al Padre, la fuente, tenemos amor. Cuando el amor brota, entonces tenemos el cauce, que es la gracia de Cristo el Hijo. Cuando esta gracia nos es transmitida, llega a ser la comunión del Espíritu. La comunión del Espíritu transmite para nuestro disfrute todo lo que Cristo es junto con el Padre. Esta transmisión es el fluir, la comunión. En ella el propio Dios el Espíritu es transmitido a nuestro ser para que nosotros lo disfrutemos. Aquí, en esta transmisión, disfrutamos de la gracia de Cristo y gustamos el amor de Dios. Aquí estamos en la comunión, la comunicación, el fluir, del Dios Triuno. Día y noche algo es transmitido a nuestro ser para nuestro disfrute. De esta manera disfrutamos del amor de Dios y de la gracia de Cristo en la comunión del Espíritu. Hoy este Espíritu constantemente fluye a nosotros, por medio de nosotros y desde nosotros. Ésta es la comunión del Espíritu.

EL DIOS TRIUNO FLUYE COMO EL ESPÍRITU

Hasta ahora, hemos abarcado dos aspectos del Espíritu: que Dios es Espíritu y que el Dios Triuno fluye como el Espíritu. El Dios Triuno con el Padre como la fuente y con el Hijo como el cauce, finalmente fluyen como el Espíritu, quien es el fluir. El Padre y el Hijo vinieron a nosotros en el fluir del Espíritu. Por lo tanto, el Dios Triuno fluye como Espíritu para nuestro disfrute.

EL REDENTOR LLEGA A SER EL ESPÍRITU VIVIFICANTE

Ahora llegamos a un punto crucial: el hecho de que Cristo, el Redentor, llegó a ser Espíritu vivificante. En 1 Corintios 15:45 dice: “Fue hecho [...] el postrer Adán, Espíritu vivificante”. El postrer Adán era Jesucristo en la carne. Como hombre en la carne, Él era el Cordero de Dios que quitó nuestros pecados. Más aún, al ser crucificado, Él puso fin a nuestra vida natural, a nuestro hombre natural y a nuestro yo. Al resolver el problema de nuestros pecados y de nuestro yo, Cristo hizo posible que nosotros recibiéramos la vida divina. La intención de Dios era impartirnos Su vida. El postrer Adán, quien es el Cordero de Dios, logró estas dos cosas en la cruz: quitó nuestros pecados y puso fin a nuestro yo y a nuestra vida natural. Ambas cosas forman parte de las buenas nuevas. Es preciso que veamos que nuestros pecados fueron quitados y que nuestro yo fue aniquilado. Por consiguiente, nosotros podemos recibir la vida divina. Después de morir en la cruz para quitar nuestros pecados y eliminar nuestra vida natural, el postrer Adán, nuestro Redentor, llegó a ser en resurrección el Espíritu vivificante, a fin de impartirse en nosotros como vida.

Cuando creímos en el Señor Jesús y lo recibimos como nuestro Redentor, quien entró en nosotros fue el Espíritu vivificante. Muchos creyentes no han visto que no sólo recibieron al Señor Jesús como su Redentor y Salvador, sino también como el Espíritu vivificante. Cuando creímos en el Señor Jesús, nos dimos cuenta de que éramos pecaminosos. Por lo tanto, oramos, nos arrepentimos, confesamos nuestras faltas y lo recibimos a Él como nuestro Redentor. Sin embargo, no se nos dijo que Él también entraría en nosotros como nuestra vida. Al menos a mí nunca me dijeron eso cuando fui salvo. Sin embargo, más tarde descubrí que después que creí en Él, había algo dentro de mí que me hacía sentir contento y gozoso. Incluso en momentos sentía ganas de saltar. ¿No tuvo usted la misma experiencia? Ésta es la experiencia de Cristo como el Espíritu vivificante. Si bien lo recibimos como nuestro Redentor, Él entró en nosotros no sólo como nuestro Redentor, sino también como Espíritu vivificante. Hoy en día Él está en nosotros principalmente como el Espíritu vivificante.

Si usted les pregunta a los creyentes dónde está su Redentor, el Señor Jesús, muchos alzando la mirada, señalarán al cielo, diciendo: “Él está en el cielo”. Raras veces uno se encuentra con un cristiano que al preguntarle dónde está el Señor Jesús, diga gozosamente: “¡Cristo está en mí!”. Si ustedes me preguntan dónde está mi Jesús, yo les diré: “Jesús, mi Redentor, por un lado está en el cielo como mi Señor y, por otro, está en mí como Espíritu vivificante”. Por esta razón, algunas veces me regocijo, desbordo de alegría y hasta me sobreviene un éxtasis de gozo. ¡Regocíjense, Jesucristo es ahora el Espíritu vivificante que mora en nosotros! Antes de venir a las iglesias, probablemente usted nunca escuchó que el Redentor llegó a ser el Espíritu vivificante. Tal parece que los que están en el cristianismo no cuentan con la segunda parte de 1 Corintios 15:45. Después de completar la obra redentora, Cristo llegó a ser el Espíritu vivificante.


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