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Cristo maravilloso en el canon del Nuevo Testamento, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-7796-6
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Actualmente disponible en: Capítulo 19 de 24 Sección 3 de 6

LOS SIETE PASOS QUE PRODUJERON
LA INCORPORACIÓN DE DIOS

Ahora quisiera usar otra expresión nueva: este Cristo-Cuerpo es Dios incorporado. Dios ha formado una incorporación con el hombre. La divinidad ahora forma una incorporación con la humanidad. Esto es Dios incorporado. Sin embargo, Dios no podía lograr esto de la noche a la mañana. Esto le tardaría al menos seis mil años. Lo que sí sabemos es que esta incorporación aún no se ha terminado de formar.

A fin de llevar a cabo este enorme proyecto, Él designó a Su Hijo Cristo para que fuese el Ungido. Como Aquel que fue designado y ungido Él dio siete pasos para llevar a cabo esta obra. El primer paso fue la encarnación, el segundo fue la crucifixión, el tercero fue la resurrección, el cuarto fue la ascensión, el quinto fue el bautismo y el séptimo será Su segunda venida. ¿Cuál es entonces el sexto paso? Es el paso de morar en nosotros. En los capítulos anteriores vimos todas las definiciones de estos pasos. La encarnación es la verdadera mezcla de la divinidad con la humanidad. La crucifixión no sólo nos habla de redención, sino también de eliminación. Todas las cosas negativas junto con la vieja creación fueron eliminadas en la cruz. Luego la resurrección es la germinación de la nueva creación. La ascensión es la investidura del Ungido de Dios. Cristo ascendió a los cielos para ser investido en Su oficio. Luego Dios declaró ante todo el universo que Él ha hecho a Su Hijo Señor de todos y lo dio por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia. Después de esto, Él descendió en la forma del Espíritu. En Su investidura Dios el Padre le otorgó todas las funciones y capacidades para que edificara y terminara el proyecto divino de Dios, que es la edificación de la morada eterna de Dios. A fin de hacer esto, Él necesitaba la vida que hace germinar, el Espíritu Santo que reviste de poder y las personas dotadas. El día de Su ascensión Él recibió todas estas cosas. Luego, después de Su investidura, Él regresó en la forma del Espíritu el día de Pentecostés para reunir a todo el pueblo escogido por Dios de entre los hebreos para hacerlos Sus miembros, y los introdujo en Sí mismo bautizándolos en el Espíritu. Después de esto, en la casa de Cornelio, reunió a todos Sus creyentes gentiles y los bautizó en Sí mismo. En la Biblia sólo estas dos ocasiones son llamadas el bautismo en el Espíritu Santo. Por ende, el bautismo del Espíritu Santo fue efectuado una vez para siempre. Es por eso que en 1 Corintios 12:13 leemos: “En un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un solo Cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu”. Todos fuimos bautizados en un solo Espíritu; no necesitamos ser bautizados nuevamente. La encarnación fue efectuada una vez para siempre; la crucifixión fue efectuada una vez para siempre; la resurrección fue efectuada una vez para siempre; la ascensión fue efectuada una vez para siempre; y el bautismo en el Espíritu Santo también fue efectuado una vez para siempre.

BEBER DEL ESPÍRITU

Hay sólo un paso entre estos siete que no se lleva a cabo instantáneamente, una vez para siempre. Ése es el paso de morar en nosotros. Aunque el Señor en efecto viene a morar en nosotros en el momento en que nacemos de nuevo, se requiere un largo periodo de tiempo para que Él logre morar plenamente en nosotros. Es por eso que necesitamos beber de Él momento a momento. El bautismo en el Espíritu Santo ocurrió una vez para siempre, mas no el beber del Espíritu. “En un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un solo Cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (v. 13). Beber es un asunto continuo que dura toda la vida. El bautismo en el Espíritu se efectuó para que estuviéramos en la posición apropiada para beber. Así que ahora todos tenemos que beber continuamente del único Espíritu, y la manera de beber del Espíritu es invocar al Señor. Hay un versículo en el mismo capítulo que nos muestra esto claramente: “Nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, sino en el Espíritu Santo” (v. 3). Cada vez que invocamos: “Señor Jesús”, bebemos del Espíritu. Es muy significativo que de entre las Epístolas escritas por el apóstol Pablo, que fueron más de trece, solamente 1 Corintios empieza con el asunto de invocar el nombre del Señor: “A la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, los santos llamados, con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro” (1:2). Esto no es simplemente orar sino invocar. La palabra invocar en el griego significa clamar, llamar a una persona por su nombre. ¡Jesús es muy viviente! Él está muy cerca de nosotros. ¡Él está presente y muy disponible! Cuando le invocamos, Él viene como agua viva para que nosotros le bebamos.

Ha habido muchas personas que han discutido conmigo acerca de la práctica de invocar el nombre del Señor. Algunos han dicho que esto es meramente algo psicológico. Pero yo los he retado diciéndoles que intenten invocar cualquier otro nombre. Trate de decir: “Oh Confucio”, o: “Oh Platón”. Usted no sentirá nada ni recibirá nada. Pero todos sabemos que todo el que invoque el nombre del Señor será salvo (Ro. 10:13). El Señor es rico para con todos los que le invocan (v. 12). No dice que el Señor es rico para con todos los que estudian la Biblia, ni para con todos los que meditan. No, ¡el Señor es rico para con todos los que invocan Su nombre! Un hecho es un hecho. Tal vez nos digamos a nosotros mismos que no necesitamos respirar más porque eso es demasiado repetitivo; pero eso no es una vana repetición. Mientras discutimos que no necesitamos respirar más, estamos respirando.

¡Alabado sea el Señor porque todos fuimos puestos en una posición en la cual podemos beber! Ya fuimos bautizados en el Espíritu, y ahora estamos en la posición apropiada para beber del Espíritu. No hemos sido puestos en una posición para que trabajemos para el Señor; más bien, ¡fuimos puestos en la posición apropiada para beber! A todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu. El Señor fue investido en Su oficio, y nosotros fuimos investidos en el nuestro. Nuestra investidura consiste en beber, no en laborar; y la manera de beber es invocar el nombre del Señor desde lo más profundo de nuestro ser. Incluso fuimos llamados para invocar. Somos personas que invocan y también los llamados. Durante todo el día debemos invocar el nombre del Señor.

Para el Señor, ésta es la manera en que Él mora en nosotros; pero para nosotros, es la manera en que bebemos de Él. Beber así da por resultado nuestra transformación. Todos fuimos bautizados en el Espíritu, pero no todos hemos sido transformados. Fuimos plenamente puestos en Cristo, pero Cristo aún no se ha forjado plenamente en nosotros. Esto tarda toda una vida. El Señor Jesús se encarnó para ser un hombre a fin de poder ser nuestro Redentor. Luego, Él fue a la cruz y efectuó la redención. Tres días después, en Su resurrección, Él llegó a ser el Espíritu vivificante a fin de entrar en nosotros, morar en nosotros e impartirse a nosotros como vida día a día. Incluso ahora Él está esperando encontrar la oportunidad de tener más cabida en nosotros. Él es como el aire y, como tal, espera que haya una pequeña abertura para poder entrar más. Pero son demasiadas las veces que no nos abrimos, y lo confinamos en una pequeña caja. Que el Señor abra nuestros ojos para que veamos que Él desea tomar el control de nuestro ser, poseernos, y llenarnos y saturarnos de Sí mismo. Él desea poder morar plenamente en nuestra mente, en nuestra parte emotiva, en nuestra voluntad y en nuestra conciencia, a fin de hacer plenamente Su hogar en nuestro corazón.

En el libro de Efesios, Pablo en ningún momento oró pidiendo que los cristianos efesios fuesen bautizados en el Espíritu y hablasen en lenguas. Sin embargo, sí oró pidiendo que el Señor poseyera su hombre interior. “Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre [...] para que os dé, conforme a las riquezas de Su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por Su Espíritu; para que Cristo haga Su hogar en vuestros corazones por medio de la fe” (3:14, 16-17a). A Pablo le preocupaba que Cristo pudiera extenderse de su espíritu regenerado a su corazón, a fin de poder establecerse y hacer Su hogar allí. Es por eso que nosotros también necesitamos orar. Todos fuimos bautizados una vez para siempre, pero bebemos muy esporádicamente. Me temo que algunos de nosotros no hayamos bebido casi nada por dos semanas. Necesitamos beber del Señor Jesús diariamente, hora tras hora, a cada momento, constantemente y sin cesar. Necesitamos beber de todas las riquezas divinas del Cristo que mora en nosotros. Entonces Sus ingredientes espirituales serán asimilados en nuestro ser. Es así como el Cristo-Cuerpo es producido.


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