Lecciones básicas acerca de la vidapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-1467-1
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Ahora queremos ver la manera en que somos regenerados.
Ante todo, debemos comprender que necesitamos la vida de Dios. Esto se relaciona con el propósito eterno de Dios, que consiste en obtener un pueblo corporativo que lo exprese. A fin de que dicho pueblo le exprese a Él, ciertamente necesita la vida y naturaleza de Dios. Si únicamente poseemos la vida humana, sólo podremos expresar lo humano; no podremos expresar a Dios, el Ser Divino. La vida específica que tiene un ser vivo produce cierta expresión. Por ejemplo, los perros expresan la vida canina, y los gatos la vida felina. Un manzano no puede expresar la vida ni la naturaleza de un duraznero, puesto que no tiene la vida y naturaleza del durazno. Para expresar a Dios, los seres humanos necesitamos la vida de Dios. Génesis 1 muestra que el propósito de Dios para con el hombre es que éste le exprese a Él, y en Génesis 2 vemos que el hombre necesitaba participar del árbol de la vida, la vida de Dios. Tengamos presente que necesitamos la vida de Dios a fin de expresar a Dios.
Algunos maestros de la Biblia afirman que la razón por la cual necesitamos ser regenerados es que caímos y somos pecaminosos. Este concepto es erróneo. Debemos proclamar que aunque el hombre no hubiese caído, de todos modos necesitaría ser regenerado. Incluso antes que el hombre cayera, necesitaba la vida divina. El propio hombre a quien Dios puso frente al árbol de la vida no había caído; era puro, bueno, perfecto y no tenía pecado, pero era simplemente humano, no divino. Es por eso que Génesis 2 indica claramente que este hombre que no tenía pecado, que era perfecto, bueno y puro, necesitaba la vida de Dios. Tenemos que ser depurados de la idea errónea y tradicional de que la regeneración se hizo necesaria por la caída del hombre. Según este concepto, si el hombre no hubiera caído, no habría tenido necesidad de ser regenerado. No obstante, la Biblia revela que aunque el hombre nunca hubiese caído, necesitaría ser regenerado.
A fin de ser regenerados, debemos comprender primero que necesitamos la vida divina. En Juan 3:3 el Señor dijo: “De cierto, de cierto te digo: El que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios”. En la esfera espiritual ver equivale a entrar (v. 5). Si uno no ha nacido de Dios, no puede entrar en la esfera del reino de Dios, ni verla. Si uno carece de la vida de las aves, no puede entrar en el reino de ellas. Si no tiene la vida animal, no puede entrar en el reino animal. A fin de entrar en algún reino, es necesario poseer la vida correspondiente; de lo contrario, no puede entrar en ese reino, en ese ámbito, ni puede entender en realidad lo que hay allí.
Si no tuviésemos la vida humana, no podríamos pertenecer al reino humano, el reino del hombre. Pero nacimos con la vida humana en el reino de los hombres. Ahora necesitamos nacer con la vida divina para poder entrar en el reino de Dios. Si sólo fuésemos hombres, sólo podríamos estar en el reino de los hombres y jamás tendríamos acceso al reino de Dios. Para estar en el reino de Dios, necesitamos nacer de Dios, o sea, nacer de nuevo. Juan 3:3 demuestra que necesitamos la vida de Dios.
A fin de ser regenerados, es necesario comprender que nuestro ser natural debe ser sepultado en el agua del bautismo. En Juan 3:5 el Señor Jesús dijo: “De cierto, de cierto te digo: El que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”. Cuando el Señor Jesús le dijo a Nicodemo que tenía que nacer de nuevo, éste preguntó: “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?” (v. 4). Entonces el Señor le explicó que nacer de nuevo es nacer de agua y del Espíritu.
Juan 3:5 es un versículo que muchos eruditos a lo largo de los siglos han interpretado mal. Una de las enseñanzas más raras es que el agua a la que alude este versículo es el agua en el vientre de la madre. Pero ésa no es la manera de interpretar la Biblia. Es imprescindible interpretar la Biblia tomándola como base y ajustándose a ella misma. Nicodemo era un fariseo. Antes que Nicodemo se acercara al Señor, los fariseos habían oído a Juan el Bautista decir: “Yo os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí [...] os bautizará en el Espíritu Santo” (Mt. 3:11). Juan les había dicho que él vino y bautizaba en agua y que el que venía después de él bautizaría en el Espíritu. Cuando el Señor habló con Nicodemo, usó las palabras de agua y del Espíritu. Esas palabras, seguramente le eran familiares y claras a Nicodemo sin necesidad de explicación, puesto que Juan el Bautista ya se las había dicho a los fariseos.
El agua y el Espíritu se refieren a dos ministerios. El agua es el agua del bautismo, que fue el tema central del ministerio de Juan el Bautista, un ministerio de arrepentimiento. El ministerio de Juan con respecto al arrepentimiento consistía en sumergir a las personas en el agua, o sea, sepultarlas, poner fin a las personas de la vieja creación. Todo aquel que venía arrepentido a Juan era bautizado en el agua para que se le diese fin con el propósito de que recibiera a Cristo, quien había de venir y los sumergiría en el Espíritu de vida. Por lo tanto, el agua se refiere al ministerio de Juan, y el Espíritu, al del Señor Jesús. El hombre es regenerado por medio de estos dos ministerios.
No sólo debemos comprender que necesitamos la vida de Dios, pero también debemos darnos cuenta de que nuestro ser natural tiene que llegar a su fin. En el uso del Nuevo Testamento, la palabra arrepentimiento significa comprender que uno sólo sirve para ser sepultado. Supongamos que uno se ha alejado de Dios, pero reconoce que debe dar un giro y regresar a Él. Cuando uno se vuelve a Dios, cuando uno da un giro, es imprescindible que llegue a su fin, sea sepultado, sumergido bajo el agua. Después de esta sepultura, viene la resurrección, la cual procede del Espíritu. El agua es esencial para la sepultura, para ser aniquilados, y el Espíritu es esencial para resucitarnos de los muertos, para hacernos germinar. Estos dos aspectos constituyen lo que es la regeneración.
La regeneración pone fin a las personas de la vieja creación junto con sus obras, y hace germinarlas en la nueva creación con la vida divina. Nacer del agua significa ser sepultado, llegar a su fin, y nacer del Espíritu es ser levantado de entre los muertos para ser resucitado, germinado. Esto es lo que significa nacer de Dios. La verdadera regeneración consiste en nacer de agua y del Espíritu, es decir, llegar a su fin y ser sepultado en agua, y ser germinado y resucitado con el Espíritu a fin de tener otra vida.
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