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Ejercicio de nuestro espíritu, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-4880-5
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CAPÍTULO SEIS

VIVIR, ANDAR Y HACERLO TODO
EN EL ESPÍRITU

Lectura bíblica: Ro. 8:4; Ef. 6:18; Ap. 1:10; 4:2; 17:3; 21:10; Ef. 1:17; Gá. 6:1; Fil. 2:1; 1 P. 3:4

Romanos 8:4 dice: “Para que el justo requisito de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al espíritu”. Diferentes traducciones de la Biblia escriben la palabra espíritu en Romanos 8 con una E mayúscula para referirse al Espíritu Santo y con minúscula para referirse a nuestro espíritu humano. Según el Nuevo Testamento, en el versículo 4 la palabra espíritu denota nuestro espíritu humano regenerado que está mezclado con el Espíritu que mora en él. Cristo como Espíritu vivificante se ha mezclado con nuestro espíritu humano regenerado y ambos espíritus se han mezclado para ser uno (1 Co. 15:45; 6:17; Ro. 8:16). Debemos andar conforme a este espíritu. Efesios 6:18 dice: “Con toda oración y petición orando en todo tiempo en el espíritu”. Aquí, nuevamente, se hace referencia al espíritu mezclado, a nuestro espíritu regenerado en el que mora el Espíritu de Dios.

En Apocalipsis 1 Juan recibió la visión de los siete candeleros de oro junto con el Hijo del Hombre de pie en medio de ellos. El versículo 10 dice: “Yo estaba en el espíritu en el día del Señor”. Aquí nuevamente se hace referencia al espíritu mezclado. Antes de recibir la segunda visión sobre el juicio con el que Dios juzgará al mundo por las eras, 4:2 dice: “Al instante yo estaba en el espíritu”. Después, al comienzo de la tercera visión sobre Babilonia la Grande, en el capítulo 17, el versículo 3 dice: “Me llevó en espíritu”; y antes de recibir la visión de la Nueva Jerusalén en el capítulo 21, el versículo 10 dice: “Me llevó en espíritu”. Al recibir cada una de las cuatro visiones principales en el libro de Apocalipsis, Juan estaba en el espíritu.

Efesios 1:17 dice: “Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el pleno conocimiento de Él”. El espíritu mezclado es un espíritu de sabiduría y de revelación. Gálatas 6:1 dice: “Hermanos, si alguien se encuentra enredado en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado”. Una persona espiritual es una persona que vive y anda por el Espíritu de Dios, el cual mora en su espíritu regenerado y se ha mezclado con él. Si hemos de visitar a un hermano que ha caído a fin de restaurarlo, tenemos que estar en el espíritu. Filipenses 2:1 dice: “Por tanto, si hay alguna consolación en Cristo, si algún consuelo de amor, si alguna comunión de espíritu, si algún afecto entrañable y compasiones”. Nuestra comunión se lleva a cabo en el espíritu mezclado. Por último, 1 Pedro 3:4 dice: “El del hombre interior escondido en el corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu manso y sosegado, que es de gran valor delante de Dios”. El hombre interior escondido en el corazón es nuestro espíritu humano, pues el corazón, que está compuesto por todas las partes del alma más la conciencia, rodea nuestro espíritu. Pedro nos dice que las hermanas deben adornarse del hombre escondido, es decir, del hombre interior, su espíritu.

VIVIR HACIÉNDOLO TODO EN EL ESPÍRITU

Todos los versículos citados anteriormente nos muestran que nosotros, los que hemos sido regenerados, tenemos que andar, vivir y hacerlo todo en el espíritu. Es posible que tengamos el concepto equivocado de que ejercitar nuestro espíritu únicamente consiste en orar. Orar es una de las muchas maneras en que ejercitamos nuestro espíritu, pero no es la única. En realidad, podemos ejercitar nuestro espíritu en todo cuanto hacemos. Cuando conversamos con otros, tenemos que hacerlo ejercitando nuestro espíritu. Cuando estamos enojados con alguien, tenemos que enojarnos ejercitando nuestro espíritu. Por supuesto, si ejercitamos nuestro espíritu, tal vez no nos enojemos, pero si estamos enojados, debemos poder afirmar que estamos enojados en el espíritu. Sólo entonces nuestro enojo podría ser justificado. Incluso nuestro amor, si no es en el espíritu, no es justificado. Lo que importa no es si amamos u odiamos. Lo que importa es si vivimos por el viejo hombre o por la nueva persona en nuestro espíritu.

Lucas 14:25 y 26 dice: “Grandes multitudes iban con Él; y volviéndose, les dijo: Si alguno viene a Mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun la vida de su alma, no puede ser Mi discípulo”. Hoy en día lo único que importa no es si se ama o se odia de manera externa, sino si se actúa en el alma o en el espíritu; o sea, si vivimos por el viejo hombre o por el nuevo hombre. Es erróneo amar por nuestra alma, pero es correcto aborrecer por nuestro espíritu. En cierta ocasión, el Señor Jesús se enojó en el templo y echó fuera del mismo a los cambistas valiéndose de un azote y hasta volcó sus mesas (Jn. 2:14-15). En otras ocasiones Él llamó a los fariseos cría de víboras (Mt. 3:7; 12:34; 23:33). En 1 Corintios 4:21 el apóstol Pablo dijo: “¿Qué queréis? ¿Iré a vosotros con vara, o con amor y espíritu de mansedumbre?”. A veces, al estar en nuestra alma y no en nuestro espíritu, somos más mansos y amables que el Señor Jesús y el apóstol.

Ejercitar nuestro espíritu no consiste únicamente en orar. Es hacerlo todo en el espíritu. Si no tenemos una confirmación o un sentir en nuestro espíritu cuando hacemos o decimos algo, no debiéramos hacerlo o decirlo. La manera apropiada de vivir que es propia de los cristianos no es preguntarse si algo está bien o mal, sino discernir si al hacer algo lo hacemos por nuestro yo, en el alma, o por el Señor como Espíritu vivificante mezclado con nuestro espíritu de una manera subjetiva. Tenemos que ejercitar nuestro espíritu en todo momento. Incluso al relacionarnos con nuestra familia, tenemos que aprender a ejercitar nuestro espíritu. A veces, el espíritu nos impide decirle algo a nuestra esposa. En tales casos, debemos permanecer callados. Sin embargo, cuando nuestro espíritu nos libera para decir algo, debemos hacerle caso a nuestro espíritu.


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