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Autoridad y la sumisión, Lapor Watchman Nee

ISBN: 978-0-7363-3690-1
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EL SIERVO DE DIOS

En Números 12:7, Dios dice: “Mi siervo Moisés, que es fiel en toda mi casa”. Este versículo es citado en el Nuevo Testamento, en el libro de Hebreos, donde se nos muestra a Moisés, como un tipo de Cristo el Hijo de Dios, quien fue fiel en toda la casa de Dios (3:2). Parece que Dios les estuviera diciendo a Aarón y a María: “Tal vez Moisés no haya sido fiel en vuestra casa por haberse casado con una mujer cusita, pero él sirve a mi pueblo y es fiel en toda mi casa. Vosotros hablasteis en contra de él porque su esposa tal vez no sea una buena cuñada en vuestra casa, pero él es Mi siervo. ¿Por qué no tuvisteis temor de hablar contra Mi siervo Moisés?”

Dios llamó a Moisés Su siervo. Ser siervo de Dios significa pertenecerle a El. Yo soy la herencia de Dios, y El me compró. Si llego a perderme, será una pérdida para Dios, y no para mí. Los que tienen siervos pierden su propiedad cuando sus siervos se pierden. Moisés era siervo de Dios, es decir, era propiedad Suya; por lo tanto, cuando alguien hablaba en contra de Su siervo, Dios tenía que intervenir y defenderlo. No tenemos que defendernos a nosotros mismos, y no necesitamos establecer nuestra propia autoridad, ya que esto es asunto de Dios. Si yo soy Su siervo, cuando alguien habla contra mí, El intervendrá. Si Dios no interviene, ¿de qué servirá defenderme? ¿De qué me servirá establecer mi autoridad? Si es Dios quien me delega Su autoridad, no tengo que hacer nada para establecerme como autoridad; sólo debo permitir que la revelación me vindique. Si otros tienen la revelación y la provisión, esto demuestra que Dios no me ha establecido a mí. Pero si Dios me establece a mí, quitará la revelación de otros para vindicarme a mí. Si uno es una autoridad delegada y otros ponen eso en tela de juicio, ellos estarán discutiendo con Dios. Si ellos tienen vida en ellos, experimentarán que los cielos se cierran y tendrán que ceder y reconocer la autoridad que hay en uno.

Espero que nadie se levante para reclamar su autoridad. Debemos permitir que el tiempo y la revelación nos vindique, debido a que la revelación es la mejor vindicación. Supongamos que uno dice que Dios lo escogió y que posee revelación y autoridad; si otros se oponen y se rebelan contra uno, y si acuden a Dios y también reciben revelación, significa que Dios no lo respalda a uno. En ese caso será inútil tratar de vindicarse. Si somos fieles en toda la casa de Dios, si ponemos todo lo que debemos poner en ella y si vemos que Dios quita Su revelación a otros, significa que Dios nos escogió a nosotros como autoridad. La autoridad está en las manos de Dios y no depende de uno. El mayor problema de hoy es el yo. Pero si uno entiende el significado de la autoridad y los caminos de Dios, entenderá que, como hemos dicho reiteradas veces, cuando otros discutan con uno, ellos estarán discutiendo con Dios puesto que uno le pertenece a Dios. Cuando otros lo atacan a uno, Dios les cerrará los cielos, y ellos no tendrán otra alternativa que arrepentirse y reconocer que uno es la autoridad de Dios. Por lo tanto, no necesitamos establecer nuestra autoridad, ya que todo depende de la vindicación que proviene de Dios. Si Dios quita Su revelación a otros, ello indicará que El lo escogió a uno para que sea Su autoridad delegada.

NO GUARDA RENCOR

Al final del versículo 8 Dios dijo: “¿Por qué pues no tuvisteis temor de hablar contra mi siervo Moisés?” Dios sabe que existen algunas cosas a las cuales debemos temer. El es Dios y, por eso, conoce el significado del amor, la luz, la gloria y la santidad. Inclusive conoce el significado del temor porque preguntó a Aarón y a María: “¿Por qué no tuvisteis temor de hablar contra mi siervo Moisés?” Aunque Dios no teme nada, les dijo a Aarón y a María que hablar contra Moisés era una cosa a la cual debían temer. Para Dios, ése era un asunto que se debía temer. A menos que ellos estuvieran en tinieblas, en ignorancia y en una insensibilidad total, ellos debían temer. En ese momento, Dios se detuvo y no ejecutó Su juicio todavía; sin embargo partió pues Su ira se encendió contra ellos (v. 9).

Dios se esfuerza por mantener Su autoridad. Permítanme repetir esto seriamente: Dios respalda Su propia autoridad; El no apoya la autoridad de Moisés. Podemos decir con todo respeto que cuando un siervo de Dios comete un error, ese asunto le corresponde exclusivamente a Dios. Por eso Dios no dijo: “Habéis hablado contra la autoridad de Moisés”, sino: “contra mi siervo Moisés”. En este caso, el siervo de Dios era Moisés, pero si hubiera sido otra persona habría pasado lo mismo; pudo haber sido “Mi siervo Fulano”. Dios defendió Su autoridad y no la de Moisés. Dios no permitirá que nadie infrinja Su autoridad. Tan pronto como el hombre se rebela contra Su autoridad, El se alejará airado.

Cuando Dios se alejó, la nube se apartó del tabernáculo (v. 10). La nube representa la presencia de Dios. Así que, si la nube se alejó, significa que la presencia de Dios se fue. Cuando la nube avanzaba, Dios avanzaba y el tabernáculo también avanzaba. Pero esta vez cuando la nube se movió, María quedó leprosa. En la tipología, cuando la nube se movía, los israelitas reanudaban el viaje, pero aquel día, no pudieron continuar la marcha debido a que la rebelión se había manifestado. Cuando Aarón vio esto, tuvo temor porque él había participado en esa rebelión. Debido a que María había tomado la iniciativa en esta rebelión, ella fue la que quedó leprosa.

Moisés guardó silencio, debido a que el tabernáculo no trajo ninguna revelación. El había aprendido su lección. Aunque era elocuente, mantuvo su boca cerrada y habló cuando Aarón le rogó que los perdonara. Aquellos que no han aprendido a refrenar su corazón ni su lengua, no son aptos para ser la autoridad. Quienes ejercen la autoridad de Dios, la tendrán tanto en el corazón como también en la lengua. Cuando Aarón le suplicó a Moisés que intercediera, éste clamó a Jehová. Pero hasta ese momento, Moisés era un espectador, y de él no salió ninguna murmuración ni reproche ni crítica. Cuando Aarón le rogó que intercediera, él oró. Aquí vemos la cruz, pues vemos que Moisés era una persona que no guardaba ningún rencor. Cuando vio a María leprosa y a Aarón rogando con temor, inmediatamente clamó a Dios. Moisés no dijo: “Está bien, como un favor, voy a tratar de pedirle a Dios que los perdone” ¡No! Por el contrario, Moisés clamó a Dios de inmediato y no les guardó rencor, ni mantuvo ningún pensamiento de justificación ni de retribución. Cuando el propósito de Dios se llevó a cabo, Moisés olvidó todo lo demás. Así que, la autoridad tiene el propósito de ejecutar las órdenes de Dios, y no de exaltar a nadie. La autoridad delegada debe traer la presencia de Dios y no su propia presencia, a los hijos de Dios. Nuestra meta es traer al hombre a la autoridad de Dios y no a la nuestra. Por consiguiente, no tiene importancia si nosotros somos rechazados. En el versículo 13 Moisés oró así: “Te ruego, oh Dios, que la sanes ahora”. He aquí un hombre que era apto para ser una autoridad debido a que no albergaba ningún rencor. Que Dios nos libre de nuestros sentimientos personales; ya que cuando el hombre se enreda en sus propios sentimientos, los intereses de Dios son afectados y restringe a Dios.

Moisés no se alegró por el sufrimiento de Aarón y de María; al contrario, él le pidió a Dios que tuviera misericordia y oró para que María fuera sana. Si Moisés no hubiese tenido misericordia ni hubiese manifestado gracia, habría podido decirle a Aarón: “Ya que dijiste que Dios puede hablar también a través de ti, ¿por qué no oras a Dios tú?” O pudo decirle a Dios: “Si Tú no me vindicas, renunciaré”. Parece como si Dios le hubiera dado una oportunidad a Moisés para que se vindicara, pero Moisés no la buscó; ella vino sola. Moisés pudo haber dicho: “Si Dios no hubiese dicho nada, yo tampoco habría podido actuar, pero ahora que El intervino puedo aprovechar esta oportunidad para vindicarme”. El no tomó ninguna oportunidad para vindicarse ni defenderse. El pudo haber dicho: “Mi hermano y mi hermana me están criticando, si Tú no haces nada por mí, yo renunciaré”. Al hombre le es fácil aprovechar el momento en el cual Dios lo respalde, para vindicarse y vengarse. Pero Moisés no se justificó, ni se aprovechó de la oportunidad para defenderse cuando Dios lo vindicó. Moisés no guardó rencor, pues era una persona que no vivía centrado en su yo. Tales críticas eran muy pequeñas para él, pues su carne había sido completamente anulada. El no se vengó, sino que clamó a Dios que sanara a María. Es como cuando Cristo oró en la cruz por sus perseguidores (Lc. 23:34). Algunas personas piensan que es fácil ser una autoridad delegada por Dios, pero no lo es; pues tal persona debe estar completamente vacía de sí misma a fin de llegar a ser una autoridad delegada.

Moisés fue verdaderamente un tipo del Hijo de Dios; pues pudo actuar como una autoridad que representaba fielmente a Dios. El no fue provocado en su carne ni se protegió ni se vindicó. Tampoco se vengó de quienes lo atacaron. Esa es la razón por la cual la autoridad de Dios pudo fluir por medio de él sin obstáculos. Podemos decir que en verdad él fue un hombre que se había encontrado con la autoridad de Dios. Ni su carne ni su hombre natural ni su yo se manifestaron; en consecuencia, era apto para ser la autoridad delegada por Dios.


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