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Economía de Dios y el misterio de la transmisión de la Trinidad Divina, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-7101-8
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Toda la plenitud de la Deidad
habita corporalmente en Cristo

Pablo nos dijo en sus epístolas que Cristo el Hijo es Aquel en quien habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad (Col. 2:9). La palabra plenitud aquí es la expresión de las riquezas. La plena expresión de todas las riquezas de la Deidad habita en Cristo corporalmente. Antes de Su encarnación, Cristo como Palabra de Dios no tenía un cuerpo físico. En Su encarnación Él se hizo un hombre y como tal tenía un cuerpo humano. Puesto que Cristo es un hombre, Su cuerpo físico es Su misma persona, y en Él toda la plenitud de la Deidad está escondida. Esto se debe a que la Deidad incluye al Padre, y puesto que el Padre le dio todo al Hijo, el Hijo es la mina que contiene todas las riquezas del Padre. Más aún, ya que el Hijo se ha hecho carne, todas las riquezas del Padre espontáneamente habitan en el Hijo corporalmente. Esta acción de “habitar” es el segundo paso de la transmisión.

Todo lo que el Hijo tiene está en el Espíritu

El tercer paso consiste en que todo lo que el Hijo tiene y todo lo que Él ha obtenido ha sido transmitido al Espíritu. Juan 16:15 dice: “Recibirá de lo Mío”. El Espíritu ha recibido todo lo del Hijo; todo lo que el Padre tiene fue transmitido al Hijo, y ahora todo lo que el Hijo tiene, ha sido transmitido al Espíritu Santo y recibido por Él. Éste es el tercer paso de la transmisión.

TODO LO QUE EL PADRE,
EL HIJO Y EL ESPÍRITU TIENEN NOS ES TRANSMITIDO
A NOSOTROS POR EL ESPÍRITU

Después de recibir todo lo que el Hijo tiene, el Espíritu viene para hacérnoslo saber a nosotros. Esto significa que Él viene a transmitírnoslo. ¿Qué hace el Espíritu cuando viene? Él nos transmite todo lo que ha recibido del Hijo. Esto significa que todo lo que el Padre, el Hijo y el Espíritu tienen nos es comunicado y transmitido por el Espíritu.

Nuestro vivir cristiano muchas veces se parece a un auto que no quiere arrancar. Esto se debe a que no hemos recibido suficiente transmisión del Espíritu. A menudo nuestra “batería” está baja, y por eso el motor no arranca. Muchas veces cuando queremos orar, nos falta energía, porque no tenemos al Espíritu como el poder que nos motiva interiormente. En esos momentos necesitamos la transmisión del Espíritu; necesitamos que el Espíritu se transmita a nuestro espíritu y nos llene.

En Juan 16:15 tenemos algunas referencias: “Padre” se refiere al Padre, “dije” se refiere al Hijo, “recibirá” se refiere al Espíritu y “os” se refiere a nosotros. Por lo tanto, este versículo hace mención de cuatro personas: el Padre, el Hijo, el Espíritu y nosotros. Las riquezas que se hallan en el Padre son transmitidas al Hijo; luego todo lo que está en el Hijo es transmitido al Espíritu de realidad; y finalmente cuando el Espíritu de realidad viene, Él transmite a nuestro ser interior todo lo que ha obtenido y todo lo que posee.

El Padre, el Hijo y el Espíritu son misteriosos, pero a la vez muy sencillos. En contraste, nosotros los seres humanos somos muy complicados. El Señor Jesús era Dios, pero se hizo hombre, un hombre complicado. No piense que somos tan sencillos. De hecho, parece que cuanto más espirituales somos, más complicados llegamos a ser. Si amamos el mundo y pecamos, eso es muy sencillo, porque esto significa que en nosotros no hay otra cosa que tinieblas y que nosotros estamos totalmente en tinieblas y somos terrenales. Pero una vez que creemos en el Señor Jesús, pareciera que ya no estamos tan “claros”, pues no sabemos si estamos en el cielo, en la tierra o en el aire. Incluso nosotros mismos no podemos describir claramente la situación en que nos encontramos. A veces sentimos que estamos llenos del Espíritu Santo y llenos de vida, y otras veces sentimos que somos personas celestiales y elevadas. Sin embargo, la mayoría de las veces sentimos que estamos muy confundidos y que somos enteramente terrenales. La razón por la que somos tan complicados es que somos personas terrenales por naturaleza, pero también tenemos al Espíritu en nuestro interior. Una vez que el Espíritu entra en nosotros, Él nos trae los cielos; el Espíritu y los cielos están estrechamente relacionados. Sin embargo, si no experimentamos la debida transmisión del Espíritu a nuestro ser interior, entonces estamos muy lejos de los cielos y cerca de la tierra.

Por lo tanto, podemos ver que hay una maravillosa transmisión, una maravillosa transferencia, en este universo. Tal vez podríamos llamarla “la transmisión del Espíritu”, “la transmisión del Señor”, “la transmisión de Dios” o “la transmisión de los cielos”. En resumen, esto es simplemente la transmisión del Dios Triuno a nosotros. Por consiguiente, hemos llegado a ser personas que son del Espíritu, que son del Señor, que son de Dios y que son de los cielos. Éste es el significado espiritual de la “transmisión”.


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