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Ejercicio de nuestro espíritu para la liberacion de nuestro espíritu, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-3969-8
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Actualmente disponible en: Capítulo 1 de 4 Sección 3 de 4

LA LIBERACIÓN DEL ESPÍRITU EN LAS REUNIONES

Si ejercitamos y liberamos nuestro espíritu, el Espíritu que está en nuestro espíritu será liberado. Sin embargo, a fin de liberar nuestro espíritu, debemos abrir nuestro ser. Muchas veces estamos cerrados debido a nuestros sentimientos. Quizás hayamos tenido problemas con nuestra esposa, o hayamos recibido malas noticias durante el día, por lo cual nos sentimos descontentos. En consecuencia, cuando venimos a la reunión, venimos tristes y oprimidos. Venimos a la reunión con un espíritu atado por nuestros sentimientos, y nos convertimos en una carga en la reunión. Si todos los hermanos vienen a la reunión con esta clase de espíritu, la atmósfera de la reunión se sentirá muy pesada, y nadie querrá quedarse en la reunión. Por tanto, debemos aprender a permitir que nuestros sentimientos sean quebrantados, es decir, debemos aprender a olvidarnos de nuestros sentimientos. Debemos aprender a no hacer caso a nuestros sentimientos, sino a nuestro espíritu. Si permitimos que nuestros sentimientos sean quebrantados y aprendemos a liberar nuestro espíritu, el Espíritu que está en nuestro espíritu automáticamente será liberado.

Eso no significa que debamos condenar nuestros sentimientos. De hecho, cuanto más espiritual una persona es, más emotivo será. El Espíritu no puede llenar a nadie que sea impasible; por tanto, no debemos tener temor de ser emotivos. Sin embargo, no está bien que seamos emotivos simplemente en nosotros mismos. Es correcto que seamos emotivos en el espíritu. Tal vez estas palabras suenen contradictorias; pues, por un lado, debemos aprender a negarnos a nuestros sentimientos y, por otro, debemos aprender a ser emotivos. Sin embargo, creo que ustedes pueden entender lo que les digo.

Algunas personas están atadas no por su parte emotiva, sino por su mente. Cuando vienen a las reuniones, vienen con muchos pensamientos y consideraciones, los cuales esclavizan su espíritu. Por tanto, tales personas deben ser quebrantadas para que aprendan a ejercitar su espíritu y para que el Espíritu en su interior pueda ser liberado. Entonces habrá una corriente, un fluir, que refrescará, fortalecerá y renovará a otros, y dicha corriente traerá vida a la reunión. Si tan sólo unos pocos santos vienen a la reunión con un espíritu liberado, negándose a su mente, parte emotiva y voluntad, y ejercitando su espíritu, los demás santos también se sentirán motivados a liberar su espíritu.

Nuestras reuniones necesitan ser vivientes y llenas del Espíritu Santo que opera, arde y fluye libremente. Esta clase de reunión satisfará muchas de las necesidades de las personas. Es posible que algunos de nosotros menospreciemos a los hermanos y hermanas que no vienen a las reuniones. Por supuesto, no es apropiado que estos santos descuiden las reuniones; sin embargo, no debemos menospreciarlos. En lugar de ello, debemos preguntar por qué ellos han dejado de asistir a las reuniones y, por otro lado, examinar cuál es la condición de nuestras reuniones. Si nuestras reuniones no son vivientes, fervientes, refrescantes, ni brindan satisfacción ni ningún suministro a las personas, los santos que son fríos o se han descarriado no vendrán, debido a que no reciben ninguna ayuda en dichas reuniones. Sin embargo, si las reuniones son fervientes, vivientes y refrescantes, las personas se sentirán atraídas, y quienes vengan recibirán la ayuda que necesitan.

La vitalidad de las reuniones depende de que ejercitemos el espíritu. Si queremos tener una reunión viviente, todos debemos aprender a ejercitar nuestro espíritu. Al venir a la reunión, debemos ser como los miembros de un equipo de básquetbol; no debemos venir simplemente para sentarnos, sino ejercitarnos y “pasar la pelota”. Sin embargo, muchas veces cuando venimos a las reuniones, simplemente nos quedamos allí sentados, y escuchamos, observamos y criticamos en nuestro interior. Esta clase de actitud trae muerte. En lugar de ello, nuestra actitud debe ser: “Yo vine a la reunión para ejercitar mi espíritu. No me importa si otros vienen o no; yo vine aquí para ‘jugar con la pelota’”.

Todos debemos ejercitar nuestro espíritu, y seguirnos unos a otros y cooperar unos con otros, así como lo hacen los jugadores de un equipo. Esto liberará el Espíritu, liberará a otros, y también será de gran ayuda para todos.

Por lo general pensamos que en las reuniones debemos aconsejar a las personas, amonestarlas y darles advertencias. Sin embargo, nada de esto sirve si el Espíritu Santo no se está moviendo. Pero si el Espíritu se mueve tan sólo un poco en las reuniones, las personas serán subyugadas, convencidas, encontrarán salida a sus situaciones y resolverán sus problemas. En cierto sentido, no necesitamos enseñanzas ni conocimiento. Hoy en día los cristianos tenemos mucho conocimiento, pero no mucha realidad. Por ejemplo, sabemos que debemos amar a los demás, pero no amamos verdaderamente. Esto se debe a que no estamos en la corriente del Espíritu ni le damos al Espíritu la oportunidad de moverse en nosotros. Lo que necesitamos es la corriente, el mover y el fluir del Espíritu por medio de nosotros y desde nuestro interior. Las enseñanzas son útiles, pero únicamente cuando son dadas en el fluir y en la corriente del Espíritu Santo. Si no está presente el fluir del Espíritu Santo, las enseñanzas serán enseñanzas muertas e inútiles.

No hay necesidad de ser formales en la reunión. La formalidad en las reuniones trae muerte y mata las reuniones. Cuando nuestras reuniones son demasiado formales, los que asistan a la reunión sentirán que algo los ata. A veces cuando los santos vienen a la reunión temprano, simplemente esperan y miran el reloj, hasta que uno de los hermanos responsables se pone en pie y empieza formalmente la reunión. Sin embargo, si todos venimos con un espíritu liberado, negándonos a nuestra mente, parte emotiva y voluntad, empezaremos a orar sin importarnos qué hora es. Simplemente oraremos para liberar nuestro espíritu, y entonces el Espíritu Santo será liberado. Si más santos llegan a la reunión, sus espíritus serán también liberados, y empezarán a arder porque ya hay algo ardiendo en la reunión. Quizás ni siquiera habrá necesidad de que alguien pida que se cante un himno o se comparta un mensaje. No estoy diciendo que no deba haber ningún orden. Debe haber un orden apropiado, pero eso no significa que debamos ser formales. Una cosa es que la reunión tenga un orden apropiado, y otra, que sea formal. Si simplemente liberamos nuestro espíritu y le damos al Espíritu Santo la oportunidad de ser liberado, el Espíritu podrá operar libremente en la reunión, y los espíritus de los santos serán fortalecidos, refrescados, renovados, nutridos y satisfechos.

Esto es lo que está en mi corazón. Nuestras reuniones necesitan que el Espíritu sea liberado. Debemos vencer todas las barreras y todas las ataduras de nuestros sentimientos, de nuestra mente, de nuestra voluntad y de nuestros formalismos. Todos debemos ejercitar nuestro espíritu para vencer y conquistar esta situación. Cuando vayamos a la reunión, simplemente debemos liberar nuestro espíritu. Si el Espíritu es liberado en nuestras reuniones, éstas siempre serán ricas; las personas se sentirán atraídas a las reuniones, y el número de los asistentes aumentará continuamente. Cada uno de nosotros debe tener esta carga y asumir esta responsabilidad. La responsabilidad no recae en una sola persona, sino en todos. Si no asumimos esta responsabilidad, no tendrá ningún sentido que nos reunamos porque el propósito de reunirnos es ejercitar nuestro espíritu para que el Espíritu sea liberado y para que el Señor sea exaltado, magnificado, exhibido y glorificado. Cuando el Espíritu está atado y oprimido, el Señor se ve muy limitado e impedido. El diablo, el enemigo de Dios, es la fuente de la muerte, y su deseo es traer muerte a las reuniones. Él se siente muy contento cuando hay muerte en las reuniones. Por consiguiente, debemos pelear la batalla contra el diablo. Debemos decirle al Señor: “Señor, no estamos de acuerdo con que haya muerte en las reuniones. No estamos de acuerdo con que la muerte prevalezca en nuestras reuniones”. Debemos pelear la batalla con la ayuda del Espíritu.


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