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Experiencia subjectiva que tenemos del Cristo que mora en nosotros, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-9033-0
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Actualmente disponible en: Capítulo 1 de 9 Sección 3 de 4

EL ESPÍRITU DE JESUCRISTO
COMO NUESTRA SALVACIÓN

Filipenses 1:19 dice: “Por [...] la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo, esto resultará en mi salvación”. Independientemente de nuestras circunstancias, el Espíritu vivificante llega a ser nuestra salvación mediante Su abundante suministración. Por ejemplo, si un hombre cae al agua, yo puedo salvarlo al arrastrarlo fuera del agua. Esta clase de salvación meramente lo libera de ahogarse; él no me gana a mí. Él es salvo, pero no me gana a mí como su salvación. Lo que este versículo significa es que cuando un hermano está en medio de aflicciones, puesto que el Espíritu del Señor está en él, él es fortalecido al invocar: “¡Oh, Señor!”. Cuanto más él invoca, más fortalecido es. A la postre, cuando es lleno del Espíritu Santo, él es fortalecido y revestido de poder para vencer la opresión que sufre a causa de las aflicciones. De este modo el Señor llega a ser su salvación en él. Aquí podemos ver que este hermano no sólo es salvo, sino que más aún ha experimentado al Espíritu en él como su salvación. Muchos cristianos, al leer esta palabra que dice: “Esto resultará en mi salvación”, lo interpretan como una salvación objetiva. No obstante, que el Espíritu de Jesucristo resulte ser nuestra salvación es algo subjetivo. Él no sólo nos salva externamente, sino que más aún Él llega a ser nuestra salvación internamente.

Que Cristo en nosotros llegue a ser nuestra salvación podría compararse a que la vida en nuestro cuerpo sea nuestra salvación diaria. Por ejemplo, si sus pies se quedan atrapados en el lodo y usted es una persona hecha de madera, una persona sin vida, o si usted es un debilucho, entonces necesita que otros lo saquen del lodo. Pero siempre y cuando usted sea una persona viviente con el poder de la vida en su interior, la vida que está en usted lo capacitará para extraer sus pies del lodo. Por ende, la vida que está en su cuerpo es su salvación. Cuando los médicos diagnostican enfermedades, siempre les dicen a los pacientes que la medicina ayuda a sanar una enfermedad, pero que la verdadera cura para la enfermedad de alguien es la vida que está en el cuerpo. Si su vida física es saludable y fuerte, ella lo sana a usted cada día hasta que su cuerpo se recupere plenamente. De este modo, la vida en su cuerpo es su salvación; ésta no es una salvación objetiva y externa, sino más bien una salvación subjetiva e interna. El Señor Jesús ha llegado a ser el Espíritu de vida en nuestro espíritu como nuestra salvación subjetiva.

Filipenses 1:20 dice: “Como siempre, ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte”. Aunque el Señor Jesús como Espíritu que mora en nuestro espíritu es abstracto, impalpable e invisible, Él de hecho nos salva internamente. El Señor Jesús ha llegado a ser el Espíritu vivificante que está en nosotros como nuestra vida y nuestra salvación.

LA EXPERIENCIA QUE TENEMOS DE LA SALVACIÓN
DE CRISTO EN NUESTRO ESPÍRITU HUMANO

Cristo ha llegado a ser el Espíritu vivificante como vida y suministro de vida en nuestro espíritu. Por ende, debemos vivir en nuestro espíritu a fin de experimentar la salvación y la abundante suministración del Espíritu. El hombre está constituido de tres capas: la capa exterior es el cuerpo; dentro del cuerpo está la segunda capa, la cual es el alma; y dentro del alma está la tercera capa, la cual es el espíritu. Hoy Cristo es el Espíritu, y en nosotros también tenemos un espíritu; por lo tanto, podemos experimentarlo. Los dos espíritus —el Espíritu del Señor y nuestro espíritu— están mezclados y tienen comunión el uno con el otro. Esto podría compararse a un metal que conduce electricidad. Si pecamos, viene un aislante entre nosotros y el Señor, y entonces la “electricidad” no puede pasar. En tal momento necesitamos abrirnos a Él en nuestro espíritu para arrepentirnos y confesar nuestros pecados. De este modo la barrera del pecado es quitada; podemos tener comunión con el Señor Espíritu de inmediato y una vez más experimentar Su salvación en nosotros. Entonces el Señor Jesús ya no es una doctrina para nosotros, sino una realidad. Como Espíritu, Él ahora mora en nuestro espíritu, de modo que a diario lo podemos experimentar como nuestra salvación.

UN PROBLEMA: ESTAR ACOSTUMBRADOS A VIVIR
CONFORME AL ALMA Y NO CONFORME AL ESPÍRITU

Aunque tenemos un espíritu, ¿acaso vivimos por medio de este espíritu en nuestra vida diaria? Éste es nuestro problema. Ciertamente tenemos el espíritu en nosotros, pero no vivimos conforme al espíritu. Estamos acostumbrados a vivir conforme a nuestra alma en nuestra vida diaria. Nos deleitamos en usar nuestra mente para considerar, nuestra parte emotiva para amar o aborrecer y nuestra voluntad para decidir, y estamos acostumbrados a ello. Cada día vivimos conforme a nuestra alma en vez de vivir conforme al espíritu que está en nosotros. Antes de ser salvos, hablábamos imprudentemente y mentíamos. Pero ahora que nos hemos arrepentido y hemos creído en el Señor, nos percatamos de que deberíamos comportarnos de forma diferente. Por ende, no cometemos pecados externos ni mentimos. No obstante, así como mentir era algo propio de nosotros mismos, ahora el hecho de que ya no mentimos también es algo propio de nosotros mismos; anteriormente nuestro comportamiento imprudente procedía de nosotros mismos, pero ahora nuestro comportamiento apropiado también procede de nosotros mismos. No vivimos conforme al espíritu, sino conforme a nosotros mismos. Por consiguiente, aunque el Señor Jesús vive en nuestro espíritu, Él está firmemente confinado y restringido en nosotros; no permitimos que Él sea manifestado en nuestro vivir. Más bien, aún manifestamos en nuestro vivir a nuestros viejos hábitos y nuestro viejo yo.

Los viejos hábitos son muy difíciles de cambiar. Permítanme contarles una historia verídica. En mis primeros años, en mi ciudad natal de Chifú, había lámparas y teléfonos eléctricos, pero sólo muy pocas personas los tenían instalados en sus hogares. Siempre que llegábamos a casa luego de haber oscurecido, buscábamos un fósforo para encender la lámpara de queroseno; hacíamos esto cada día, de modo que llegó a ser nuestro hábito. En 1939 al fin mi casa tuvo lámparas eléctricas. Sin embargo, durante el primer par de meses, cuando llegaba a casa al cabo de un día ocupado y me percataba de que la habitación estaba oscura, de todos modos buscaba un fósforo espontáneamente para encender la lámpara de queroseno. Mis hijos se reían de mí. Ésta también es la historia de nuestra vida diaria. Nuestro hablar y nuestros pensamientos podrían compararse a encender una lámpara de queroseno. La lámpara de queroseno es nuestro yo, mientras que la lámpara eléctrica es el Espíritu. Aunque tenemos la lámpara eléctrica procedente del cielo instalada en nosotros, todavía somos controlados por nuestro viejo hábito. En vez de apropiarnos de la lámpara eléctrica al activar el interruptor, nuestro espíritu, encendemos nuestra lámpara de queroseno. No utilizar lo que uno ya tiene es equivalente a no tener nada en lo absoluto. Como creyentes, tenemos al Señor Jesús en nuestro espíritu, pero nuestro problema es que no utilizamos nuestro espíritu. Estamos acostumbrados a vivir conforme al alma y no conforme al espíritu.


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