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Cristo maravilloso en el canon del Nuevo Testamento, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-7796-6
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Actualmente disponible en: Capítulo 9 de 14 Sección 6 de 7

PIEDRAS PRECIOSAS, NO LADRILLOS

Ahora debemos ver algo de la edificación. Todos saben que para tener un edificio bien construido se necesitan los materiales apropiados. Es por ello que con relación al edificio de Dios se necesita urgentemente la transformación. Ya vimos que la Nueva Jerusalén es edificada con piedras preciosas (Ap. 21:19-20). Las piedras preciosas no son creadas sino transformadas. Por consiguiente, por causa de la edificación de la iglesia, todos necesitamos ser transformados. Por naturaleza, fuimos hechos de barro. Pero Dios jamás podría hacer la Nueva Jerusalén con barro. Todos los edificios de Satanás, como la ciudad y torre de Babel, las ciudades de placeres de Egipto, y Babilonia, fueron edificados con ladrillos. En la Biblia el ladrillo es el producto de la obra natural del hombre, de la labor humana realizada con barro. Pero las piedras preciosas son producto de la transformación, no de la labor humana. Todas las ciudades de Satanás fueron edificadas con ladrillos, pero la ciudad de Dios es edificada con piedras preciosas. Ninguna de las cosas naturales es apta para el edificio de Dios. Para el edificio de Dios, la transformación es necesaria.

Es claro que todos tenemos diferentes clases de personalidad. Unos actúan con rapidez y otros lentamente. Unos son humildes, y otros son orgullosos. Unos son amables y otros son duros. Sin embargo, ninguna de estas personalidades es útil para la edificación de la iglesia, pues no son más que lodo. Independientemente de cuán amoroso usted sea, su amor es un amor lleno de lodo. Su humildad está cubierta de lodo e igualmente su bondad. Todo lo natural está lleno de lodo. Es por eso que el Señor nos llevó a todos nosotros a la cruz y nos puso fin allí. La manera natural de ser de ninguno de nosotros es apta para la edificación. Todos nuestros temperamentos deben ir a la cruz. Por consiguiente, necesitamos algo nuevo, algo divino, algo celestial, algo santo y algo eterno para que se reemplace nuestra constitución natural. Es debido a esto que necesitamos la transformación. Entre los cristianos de hoy, es difícil hallar un lugar donde uno pueda oír a alguien dar un mensaje sobre la transformación. La mayoría de los mensajes habla de cómo corregirnos, cambiarnos y mejorarnos a nosotros mismos. Incluso citan 2 Timoteo 3:16, diciendo que la Biblia es útil para corregir. Pero el Señor no necesita cosas que han sido corregidas, sino cosas que han sido transformadas. Así que, por causa de la edificación de la iglesia, tenemos que experimentar la transformación. No importa cuán buenos seamos, nuestro carácter natural jamás podría ser de provecho para la edificación de la iglesia. Eso sería como edificar con ladrillos, los cuales no tienen cabida alguna en el edificio de Dios. En la Nueva Jerusalén sólo hay una clase de material: las piedras preciosas que han sido transformadas. Lo que Dios necesita es piedras preciosas transformadas para Su edificación.

EL VERDADERO ALIMENTO Y LA VERDADERA BEBIDA
PARA LA TRANSFORMACIÓN

La transformación no denota algo que ha sido corregido, sino algo que ha sido transformado de una esencia a otro elemento. Por lo tanto, necesitamos que entre en nosotros otro elemento, el cual es Cristo mismo. Por ejemplo, comer y beber hace que se produzca una buena medida de transformación. Día a día en nuestro cuerpo se lleva a cabo un proceso de transformación. Nuevos elementos entran en nuestro cuerpo, los cuales desechan y reemplazan los viejos elementos. Esto es llamado metabolismo. Nuestro cuerpo constantemente está sujeto a un metabolismo, el cual nos permite experimentar una novedad diaria. De la misma manera, debemos recibir a Cristo diariamente. Es por eso que la Biblia nos dice que Cristo es nuestro alimento y nuestra bebida (Jn. 6:35, 57; 1 Co. 10:4). Esto no debe ser un término más, sino nuestra realidad espiritual. Entonces Cristo entrará en nosotros para ser el nuevo elemento que reemplaza y desecha las cosas viejas. De esta manera, experimentaremos un metabolismo divino. Esto es la transformación. Solamente los hermanos y hermanas que han sido transformados son útiles para la edificación de la iglesia. La medida en que podamos ser edificados en la iglesia dependerá de cuánto seamos transformados, y somos transformados al comer y beber a Cristo. En la Nueva Jerusalén tenemos el árbol de la vida y el río de agua de vida (Ap. 22:1-2). Toda la ciudad es una entidad transformada porque toda la ciudad es sustentada al comer del árbol de la vida y al beber del agua de la vida (vs. 14, 17).

Hoy la vida de iglesia es una miniatura de la Nueva Jerusalén. Lo que necesitamos hacer por el bien de la iglesia es simplemente comer y beber a Cristo diariamente. Jamás funcionará que tratemos de corregirnos o mejorarnos a nosotros mismos. Lo que debemos hacer es aprender a tomar a Cristo cada día, comiéndole al orar-leer la Palabra, y al beber de Él invocando Su nombre. Durante el día debemos invocar al Señor y decir: “¡Oh Señor Jesús, oh Señor Jesús, oh Señor Jesús!”. Sé que algunos se oponen a esta clase de invocar, diciendo que esto es vana repetición. Es cierto que es una repetición, pero no es vana. Respirar es repetitivo, pero yo no le sugeriría que dejara de hacerlo. Jamás podemos graduarnos de respirar. Yo he estado respirando por más de setenta años, y no pienso dejar de hacerlo. Comer también es algo repetitivo, todos los días comemos al menos tres veces. Todas las cosas que sustentan la vida deben hacerse de forma repetitiva.


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