Disfrutar las riquezas de Cristo para la edificación de la iglesia como Cuerpo de Cristopor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-7932-8
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Los dos extremos de la Biblia contienen muchas figuras. Éstas no son meramente palabras impresas; son cuadros. Por tanto, debemos ver su significado. Adán era un hombre hecho del barro, del polvo de la tierra, pero Dios lo puso frente al árbol de la vida. Además del árbol de la vida había un río fluyente, y en el fluir del río no había barro, sino oro, perla y piedras preciosas. Finalmente, al final de Génesis 2 está una mujer, como una novia, la cual no nace sino que es edificada por Dios. Este cuadro es muy significativo. Requerimos toda la Biblia para que nos diga lo que esto significa.
Esta figura indica que el hombre, hecho del polvo de la tierra, una pieza de barro, necesita ser transformado para llegar a ser oro, perla y piedra preciosa, a fin de que sean conjuntamente edificados y lleguen a ser una novia. La novia al final de la Biblia es una ciudad edificada con oro, perlas y piedras preciosas. Para esto es necesaria la transformación. Una pieza de barro no es buena para el edificio de Dios. Los edificios del enemigo, Satanás, siempre están hechos con ladrillo. La torre de Babel en Génesis 11 y las dos ciudades de Faraón en Éxodo 1 fueron edificadas con ladrillos hechos de barro cocido (vs. 11, 14). Faraón mandó al pueblo de Israel que recogieran paja y quemaran el barro para que hicieran ladrillos. No obstante, el edificio de Dios siempre está hecho con piedra. Dios no necesita nada que esté lodoso. Dios necesita oro, perlas y piedras preciosas. Si hemos de llegar a ser estos elementos, es imprescindible que seamos transformados.
La manera de ser transformados es recibir el árbol de la vida en nuestro interior, esto es, comer a Cristo. Según nuestra experiencia, cuando recibimos a Jesús como el árbol de la vida, hay algo en nuestro interior que comienza a crecer. Al recibir a Jesús en nuestro interior, obtenemos un fluir interior. Ahora el árbol de la vida está dentro de nosotros, y hay algo que fluye. Podemos tener la intención de ir a algún lado, pero quizás fluye algo en nuestro interior, diciéndonos: “No vayas. Más bien, levántate, ora y comienza a prepararte para la reunión de esta noche”. Tenemos tal fluir en nuestro interior. Cuanto más fluir hay, más vida tenemos, y las cosas “lodosas” que hay en nosotros son transformadas en algo dorado. Si aún seguimos llenos de “lodo”, necesitamos recibir más el fluir. Cuando invocamos: “Oh, Señor Jesús”, hay un fluir en nuestro interior.
Recibimos el fluir no por medio de una enseñanza, sino al comer a Jesús. Cuando comemos a Jesús, tenemos el río de vida en nuestro interior. En Juan 6:57 Jesús dijo: “El que me come, él también vivirá por causa de Mí”, y en 7:38 dijo: “El que cree en Mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva”. En Juan 6 se halla el asunto del comer, y en el capítulo 7 se halla el fluir. Cuando el árbol de la vida entra en nosotros, se convierte en un río. Este río fluye dentro de nosotros, y este fluir nos transforma en oro, perlas y piedras preciosas. Todos debemos decir: “¡Aleluya por la transformación! No sólo somos regenerados, sino que también estamos siendo transformados”.
Aún no estamos plenamente transformados. Tal vez a un hermano le guste jugar básquetbol, pero mediante la transformación efectuada por el fluir de la vida de Cristo, dejará de jugar básquetbol. En Los Ángeles, durante los últimos años, ha venido un buen número de hippies a nuestra reunión. Una noche tras otra, venía una de estas personas con cabello largo y barba y descalzo, y se sentaba en la primera fila. Otro venía vestido con una sucia túnica que parecía una frazada. Un querido santo me advirtió en ese tiempo que la iglesia estaba en peligro de convertirse en una “iglesia hippie”. Yo simplemente le dije que debía esperar; el Señor lo arreglaría todo. Aun así, después que pasaron varios días y semanas yo tenía la expectativa de ver que el hermano se quitara aquella frazada. Esto para mí fue una verdadera prueba. Aleluya, después de varios meses él se quitó su frazada. Además, el hermano que llevaba el cabello largo llegó bien rasurado. Cuando él entró en la reunión así, todos gritamos de gozo. No obstante, él todavía iba descalzo. Estuve bajo prueba por varias semanas más. Me sentí tentado de dar un mensaje acerca de vestirse adecuadamente, pero interiormente el Señor me dijo: “No lo hagas. No confíes en una enseñanza. Confía en Mí. Confía en el fluir, en el agua que riega, en la vida que transforma”. No mucho tiempo después, este hermano se puso un buen par de zapatos. Esto era la transformación. Alabado sea el Señor que tenemos la vida que nos transforma.
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