Ministerio de la Palabra de Dios, Elpor Watchman Nee
ISBN: 978-0-7363-0700-0
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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El ministerio de la Palabra comienza con la revelación. La revelación que Dios nos da nos ilumina por dentro, pero se desvanece pronto, y lo que queda es sólo la sensación de haber visto algo, sin que podamos describirlo exactamente. Esa visión permanece en nosotros por algún tiempo, y con el tiempo desaparece. Este es el proceso de la iluminación. Bajo la iluminación, todo se ve muy claro; pero aún así, no podemos explicar lo que vemos y entendemos. Por una parte, entendemos todo con claridad, pero por otra, no estamos seguros si lo entendemos. Somos iluminados por dentro y quedamos confundidos por fuera. Es como si dentro de nosotros hubiera dos personas: una que entiende claramente; y otra, que está confundida. Con el paso del tiempo, parece que lo olvidamos todo, menos la iluminación que recibimos de Dios. Es posible que El nos ilumine de nuevo, y tal vez lo que vemos esta vez sea igual a lo que vimos la primera vez o tal vez sea diferente; pero debido a nuestra primera experiencia, nuestra reacción es diferente. Esta vez tratamos de asirnos firmemente de la luz por temor a que vuelva a desaparecer.
La luz tiene una característica muy peculiar: se desvanece fácilmente. Aparece como un destello, y desaparece tan pronto uno la quiere retener. Todos los ministros de la Palabra experimentan esto. Ellos quisieran que antes de que la luz desapareciera, se intensificara y se quedara el tiempo suficiente para poder analizarla. Lamentablemente, la luz no se puede asir ni retener. Podemos recordar infinidad de sucesos, pero no la luz que vimos. Aunque la luz de Dios es inmensa y poderosa, se disipa rápidamente sin dejar rastro; por ello, cuanto más luz recibimos, menos podemos recordarla. Muchos hermanos testifican que cuanto más leen los escritos de personas que tienen revelación, más tienden a olvidarlos. Tenemos que admitir que no es fácil recordar la luz. Nosotros vemos con nuestros ojos, no con nuestra memoria; ésta no puede aprisionar la luz. La luz suministra revelación, mas no se caracteriza por reforzar nuestra memoria.
Debemos prestar atención al carácter de la luz. Incluso mientras nos ilumina parece estar alejándose; tan pronto como la luz nos ilumina, se desvanece; se escapa como si fuera de paso, y nuestra memoria no puede retenerla. No podríamos decir con exactitud cuántas veces necesitamos ser iluminados, antes de que esta iluminación se convierta en revelación. Cuando la luz aparece por primera vez, no podemos recordar con claridad lo que vimos, pero sabemos que vimos algo. Cuando viene por segunda vez, posiblemente veamos un poco más, pero no lo suficiente como para recordarlo. La luz aparece y desaparece tan rápidamente que no podemos retenerla. Al venir por tercera vez, aunque vemos de nuevo lo que ya habíamos visto, esta vez la luz permanece más tiempo. Aún así, no podemos recordar lo que vimos. Ahora la luz viene con más frecuencia; pero cada vez que nos ilumina permanece en nosotros la sensación de que se desvanece, que vuela, que se escapa, que es fugaz. Unas veces esta luz penetra directamente en nuestro espíritu de una manera dinámica; otras veces nos llega por medio de la lectura bíblica. Pero no importa dónde se origine, ella conserva la característica de ser pasajera y efímera.
Veamos ahora cómo podemos traducir la luz divina. Dios trae Su luz al hombre en el momento de revelarle algo. Con la iluminación que produce la revelación comienza el ministerio de la Palabra. Pero debido a que la iluminación de esa revelación es momentánea y a que después de cierto tiempo se olvida, no se puede tomar como la fuente ni la base del ministerio. Para ello se necesita algo más que la luz; se necesitan los pensamientos. Los creyentes que han sido quebrantados y derribados por la disciplina del Señor, poseen una percepción muy elevada y pueden convertir la luz en pensamientos. La percepción de ellos es tan clara que pueden descifrar la luz y darle forma. Recuerdo que un hermano dijo en cierta ocasión: “Necesito hablar en griego para poder entender claramente el significado de una palabra y poder traducirla”. Según ese mismo principio, la luz es la palabra de Dios, la cual comunica Su voluntad. Pero ¿cómo podríamos conocer esta luz y entender lo que significa si no tuviéramos la mente? Necesitamos una mente lo suficientemente lúcida y receptiva para comprender esta luz e interpretar su significado. Esta luz no se puede recordar ni retener a menos que sepamos cómo interpretarla.
Vemos, entonces, lo crucial que son los pensamientos, la mente y el entendimiento en el ministerio de la Palabra. En nuestro aprendizaje como ministros de la Palabra, es crucial que veamos lo transcendental de la mente en 1 Corintios 14. Este capítulo dirige nuestra atención a la profecía. Profetizar hace que la mente tenga fruto; pero hablar en lenguas deja la mente sin fruto. “Porque si yo oro en lengua desconocida, mi espíritu ora, pero mi mente queda sin fruto” (v. 14). Y añade: “¿Qué, pues? Oraré con el espíritu, pero oraré también con la mente; cantaré con el espíritu, pero cantaré también con la mente” (v. 15). Y también: “Pero en la iglesia prefiero hablar cinco palabras con mi mente, para instruir también a otros, que diez mil palabras en lengua desconocida” (v. 19). La mente del hombre es decisiva en el ministerio de la Palabra. Dios desea que Su luz llegue a la mente de todo ministro de la Palabra.
Cuando la luz brilla, lo hace en el espíritu del hombre, pero Dios no desea que se quede allí, sino que llegue a nuestro entendimiento. Cuando la luz llega al entendimiento del hombre, ya no se va y la podemos retener. Aunque la revelación resplandece de repente como un relámpago y desaparece luego, en el instante que su luz brilla sobre nosotros, nuestra mente es iluminada y comienza a interpretarla. Es entonces cuando retenemos la luz y descubrimos lo que contiene. Cuando la luz está en el espíritu, llega y se va cuando menos lo esperamos, pero una vez que llega a la mente y al entendimiento, se queda. Sólo entonces podemos utilizarla. Debemos utilizar la luz, pero esto no es posible si se queda encerrada en nuestro espíritu. En Génesis 2:7 dice que el hombre es un “alma viviente”. No somos seres exclusivamente espirituales, ya que nuestro ser está constituido de espíritu, alma y cuerpo; por eso, lo que no llega a nuestra alma, nuestra personalidad no lo puede usar ni nuestra voluntad lo puede controlar. El hombre exterior no recibe la revelación directamente, ésta llega a nuestro espíritu y debe pasar a nuestro hombre exterior. La revelación no puede quedarse en nuestro espíritu; tiene que llegar a nuestra alma.
El proceso de convertir la luz en pensamientos varía de una persona a otra, pues hay una gran diferencia entre un hombre cuya mente es fértil en pensamientos y otro cuya mente no lo sea. Si la mente del hombre es errante o está demasiado cargada o no se compagina con la luz de Dios, la luz se disipa; pero si su mente es equilibrada y compatible con la luz, la puede retener. Muchas veces el problema no radica en la mente errante y sobrecargada, sino en una mente embotada, ya que cuando la luz de Dios resplandece, la mente no la reconoce. Dios exige que los que sirven como ministros de Su Palabra tengan una mente renovada.
Muchas personas tienen una mente activa pero desorientada; así que sus pensamientos son superficiales y están atentos constantemente a asuntos triviales. Es por eso que no saben discernir el lenguaje de la luz, ni la pueden definir, ni entender su significado. Dios es luz; y puesto que la naturaleza de Dios es la luz, y ésta es intensa, rica y transcendente como El. Si cuando la luz de Dios se manifiesta, nuestros pensamientos son viles, mezquinos o desorientados, entonces no nos aprovechará. La revelación que Dios desea darnos no es insignificante; es grandiosa, extensa y muy valiosa. Todo lo que proviene del Dios de la gloria es glorioso. Tenemos que admitir que la copa de Dios está rebosante. El es rico, generoso y lo posee todo. El problema radica en la persona cuya mente no tiene la capacidad de contener esta luz. Su mezquindad le impide recibir la profunda luz de Dios. Hermanos, si todo el día nuestra mente es indisciplinada y carece de dirección y restricción, si nuestros pensamientos son viles y alevosos, ¿cómo podemos esperar retener la luz de Dios y convertirla en pensamientos inteligibles?
Recordemos que lo primero que el ministerio de la Palabra requiere es la revelación que procede de Dios. La luz de la revelación tiene que pasar por el hombre, entrar en su espíritu y convertirse en sus pensamientos. De esta manera, el elemento humano se vuelve parte de la Palabra de Dios, y el hombre puede ser su ministro. Si nuestro espíritu no está en la debida condición, no podremos recibir revelación ni luz. De igual modo, si nuestra mente no funciona bien, la luz no puede llegar a nuestro hombre exterior. Por consiguiente, para que la luz que resplandece en nuestro espíritu pase a nuestra alma, necesitamos una mente lúcida y enérgica que entienda esta luz y la traduzca. Si los afanes cotidianos como la comida, la ropa y la familia nos presionan, y . estamos ocupados en estos asuntos, nuestra mente no podrá cumplir esta función. La capacidad mental del hombre es similar a la capacidad física; si uno sólo puede levantar cincuenta kilos, es inútil tratar de levantar más peso, ya que aun un kilo más será demasiado peso. Si mantenemos nuestra mente puesta en otros asuntos, no podremos usarla en las cosas de Dios; será un esfuerzo vano tratar de usarla para convertir la luz de Dios en pensamientos. Hermanos, cuánto más reconozcamos nuestras limitaciones, más bendecidos seremos. No vale la pena esforzarnos vanamente.
Algunos hermanos tienen la mente puesta en los afanes de este mundo. ¿Tendrá Dios cabida en la mente de ellos? Ellos tienen la mente oprimida por tantas ocupaciones que no permiten que la luz penetre en el espíritu. Por otra parte, aun si la luz les llegara al espíritu, no les serviría de nada por carecer de una mente estable, fuerte y emancipada, capaz de recibirla y conservarla. Esto los descalifica del servicio ministerial. Cuando nuestra mente está enfrascada en otras cosas, nos metemos en un laberinto del cual es difícil salir y el cual nos impide entender el lenguaje de la luz. Cuando la luz entra en nuestro espíritu no debe quedarse ahí; debe seguir su curso. La Palabra de Dios también tiene su propia trayectoria, y sigue pasos definidos para que el ministerio de la Palabra se promulgue. Así que, si deseamos ministrar la Palabra, nuestra mente debe estar saludable para poder convertir en pensamientos la luz que nuestro espíritu reciba.
Es interesante observar que, a pesar de que la luz viene a nuestro espíritu, no la entendemos, y mientras la tratamos de analizar, desaparece. Nuestro intelecto no alcanza a captarla. Vemos algo, pero no logramos definirlo. En muchos casos necesitamos varios destellos para poder captar la luz. Si nuestros pensamientos han sido disciplinados, podemos captar la luz con menos dificultad. Si nuestra mente no está cargada y ocupada con otras cosas, y si nuestros pensamientos son abundantes y flexibles, al ver la luz, podremos retenerla y entender su significado. Quienes tienen esta experiencia, pueden afirmar que mientras su mente trata de interpretar la luz, ésta se desvanece. Así que nuestra mente debe ser muy ágil, pues si no captamos la idea cuando la luz nos ilumina, perdemos la oportunidad. Necesitamos que Dios tenga misericordia de nosotros y nos vuelva a enviar Su luz. A veces sentimos como si hubiéramos perdido algo o algo se nos hubiera escapado. Esto indica que nuestra mente no actúa rápidamente como debería para capturar la luz. Muchas veces vemos algo y, como un equipo de rescate que entra precipitadamente en una casa en llamas, tratamos rápidamente de traducir la luz que vemos. Si nuestra mente es lo suficientemente veloz, es posible que captemos algunos detalles, y lo demás se nos esfumará. La luz no espera pacientemente hasta que la estudiemos y la comprendamos; puesto que desaparece tan rápidamente, debemos asirla tan rápido como podamos.
Hermanos, cuando vemos que no podemos retener la luz, nos damos cuenta de nuestra incapacidad. Tal vez pensábamos que éramos muy inteligentes, y quizá nos hayamos jactado de ello; pero cuando llega el momento de convertir la luz de Dios en ideas concretas, descubrimos cuán incompetentes somos. Esto es como servirle de intérprete a un orador que habla rápido; muchas veces no le brotan a uno las palabras apropiadas con la suficiente rapidez. En tal caso, el orador espera hasta que encontremos las palabras correctas, pero con la luz es diferente, pues ella no espera. Si uno no es capaz de seguirle el paso, la pierde. No sé por qué sucede esto, pero sé que es un hecho. La medida de luz que podemos retener es directamente proporcional a nuestra capacidad intelectual; lo que no podemos retener se pierde. Debemos dar gracias al Señor si la luz regresa, porque si no regresa, no sólo nosotros sufriremos pérdida, sino también la iglesia, ya que sin luz no hay ministerio.
¿Quién establece los ministros? Dios. Ahora bien, si nuestra mente no marcha al paso de la luz, nuestra oportunidad de servir como ministros se va. Muchas personas tienen la idea errónea de que el ministro de la Palabra de Dios no necesita la mente humana. De hecho, nuestra mente juega un papel muy importante en el ministerio de la Palabra de Dios, según se ve en 1 Corintios. Si no usamos nuestra mente con sus pensamientos, no podremos servir como ministros de la Palabra de Dios.
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