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Cristo crucificado, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-3691-8
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Actualmente disponible en: Capítulo 7 de 7 Sección 3 de 5

LA IGLESIA ES LA EXTENSIÓN
Y LA PROPAGACIÓN DE CRISTO

Todos hemos tenido la experiencia en la que intentamos hacer el bien, pero no podemos hacerlo. Esto se debe a que somos débiles. No obstante, debemos comprender que puesto que Cristo ha entrado en nosotros, no hay nada bueno que no podamos hacer ni hay ninguna buena obra que no podamos realizar. La vida infinita de Cristo con su infinito poder ha entrado en nosotros. Así como Él es, también lo somos nosotros; y así como Él posee la vida de Dios, nosotros también la poseemos. Además, la vida que está en nosotros es el poder de Dios. Todos los que leen la Biblia saben que los cuatro Evangelios son biografías de Jesús, y que Hechos es la biografía de los discípulos. Sin embargo, hablando con propiedad, Hechos es también la biografía de Jesús. Los cuatro Evangelios son las biografías de Jesús como un individuo, mientras que Hechos es la biografía de Jesús en los discípulos. Por lo que en Hechos no solo hay un solo Jesús, sino que los discípulos del Señor vinieron a ser la iglesia como Su extensión, en el ámbito del tiempo, y Su propagación, en el ámbito del espacio. Después de dos mil años de extenderse y propagarse, este Jesús ahora está en los Estados Unidos y en China al mismo tiempo; Él está simultáneamente en el oriente y en el occidente. Éste es el propósito que Dios desea llevar a cabo. La razón por la cual el Señor Jesús tenía que morir y resucitar era para poder entrar en el hombre y ser la vida del hombre con miras a Su propagación y extensión.

Sin embargo, en el cristianismo de hoy, la gente presenta la salvación de Dios y la verdad de una manera muy superficial. Puesto que no ven el profundo y misterioso contenido de Dios, ellos simplemente les dicen a las personas: “Ustedes son pecadores, pero Cristo murió por ustedes y quitó todos sus pecados para poder darles gozo y paz. Si creen en el Señor Jesús, recibirán únicamente bendiciones y no sufrirán ninguna pérdida”. Algunas veces, cuando las personas no tienen paz, encuentran paz después de que oran al Señor. Lo mismo experimentan en sus negocios; algunas veces su negocio es bendecido cuando oran. Sin embargo, el cristianismo ha pasado por alto un hecho muy precioso: la vida de Dios entra en el hombre en el momento en que éste cree en Jesús.

Usemos como ejemplo la instalación de una lámpara eléctrica. Si todo está listo, pero la lámpara no ha sido conectada al enchufe de la electricidad, la lámpara no puede resplandecer. Pero tan pronto como la conectamos al enchufe, de inmediato la electricidad entrará en la lámpara y la hará resplandecer. Este resplandor no es el resultado de pulir la lámpara ni de que se le saque brillo. Si le sacamos brillo a la lámpara por fuera, pero no la conectamos a la electricidad, ella no resplandecerá. No obstante, una vez que la electricidad entre, la lámpara emitirá luz. Sucede lo mismo con respecto a nosotros los cristianos. No piensen que si ustedes “se sacan brillo” externamente, es decir, si logran mejorar su comportamiento, serán salvos. Si no tenemos la luz, es decir, si Cristo no entra en nosotros y si tampoco tenemos la vida de Dios, aún estaremos vacíos interiormente. Nada podrá satisfacernos hasta el día en que abramos nuestro corazón para recibir al Señor Jesús, no sólo para recibir el hecho de que Él cargó con nuestros pecados, sino además para recibirlo a Él mismo como nuestra vida. Entonces, Él entrará en nosotros y seremos salvos.

CRISTO VIVE EN NOSOTROS

Ponemos nuestros ojos en Dios para que nos permita ver que, para una persona que ha sido salva, no hay nada más precioso que el hecho de que Cristo, Dios mismo, esté en él. Un día en 1934 mientras predicaba en Tientsín, pude ver que Cristo estaba en mí. En ese tiempo, sentía que estaba fuera de mí mismo y quería decirle a todo el mundo: “¡No me toquen! Interiormente soy demasiado grande y demasiado glorioso. El Dios de gloria, el Cristo excelente, vive en mí”. ¡Cristo en nosotros es definitivamente algo que es de sobremanera excelente! Cuando nos sentimos tristes, Él nos consuela; cuando estamos débiles, Él nos fortalece; cuando estamos en tinieblas, Él nos ilumina; y cuando no podemos hacer el bien, Él nos reviste interiormente de poder. Él vive en nosotros como nuestra vida y nuestro temperamento. Él es nuestro propio ser. Por lo tanto, ahora para nosotros el vivir es Cristo, y Cristo también es magnificado en nosotros.

Hay un hermano a quien sus compañeros de trabajo lo consideran un hombre bueno y sin tacha alguna; no obstante, ellos piensan que hay algo muy extraño acerca de él; porque siempre predica a Jesús a las personas y les insta a que crean en Él. Por esta razón, los colegas de este hermano le han puesto el apodo de “Jesús”. En realidad esto no es un apodo, sino más bien una gloria, pues de hecho, él es Jesús. Él posee la vida, el amor y el temperamento de Jesús; él es Jesús. Por consiguiente, él puede hacer lo que otros no pueden hacer, y puede llevar una vida que otros no pueden llevar. ¿De dónde proviene su poder? Proviene de Jesús, no del Jesús que está en el cielo sino del Jesús que vive en él.

Aquellos que aún son inexpertos podrían pensar que este hermano está loco. ¿Cómo podría Jesús entrar en un hombre? ¿Cómo podría Jesús ser nuestra vida? Si realmente conocemos este hecho, exclamaremos que Él está dispuesto a entrar en nosotros. Nosotros somos de una condición muy baja y no podemos permanecer de pie en Su luz; sin embargo, Él está dispuesto a entrar en nosotros para ser nuestra vida, nuestra personalidad, nuestro amor, nuestra moralidad, nuestra santidad, nuestra paciencia y nuestro poder. En esto radica el verdadero poder de la salvación de Dios. Este poder es la vida de Cristo en los cristianos.


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