Llevar fruto que permanece, tomo 2por Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-6315-0
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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En Efesios 3:8 Pablo dice: “A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia”. Dios le dio a Pablo la gracia de hacer dos cosas: en primer lugar, de anunciar a los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo y, en segundo lugar, de alumbrar a todos para que vean cuál es la economía del misterio escondido desde los siglos en Dios, que creó todas las cosas (v. 9). Ésta es la comisión y la encomienda que Pablo recibió por la gracia de Dios.
El evangelio del cual se habla en Efesios 3 es muy diferente del evangelio que normalmente escuchamos y predicamos. Este capítulo no dice que el hombre es pecaminoso, que el Señor Jesús murió por el hombre y que si creemos en Él, disfrutaremos de gozo y paz. En vez de ello, dice que el evangelio es las riquezas de Cristo, quien es una persona todo-inclusiva. Este Cristo incluye tantos aspectos que Sus riquezas son inescrutables, inconmensurables e insondables.
El evangelio que ha predicado el cristianismo a través de los años nos ha hecho personas superficiales y torpes. Esto se debe a que el evangelio que se predica en el cristianismo siempre empieza desde la perspectiva del pecador, diciéndonos que somos pecadores que merecen perecer, que todo tipo de desastre y sufrimiento nos sobrevienen hoy debido a que somos pecaminosos y que, por tanto, debemos arrepentirnos. Esto es absolutamente cierto, y en efecto la Biblia nos habla de estas cosas. Sin embargo, éste es un evangelio muy básico y superficial. El cristianismo hoy únicamente sabe predicar esta clase de evangelio y no pasa de allí. Si les pidiéramos a las personas que avanzaran y empezaran a predicar el evangelio de la vida o el evangelio del reino, no sabrían qué decir. En general, principalmente conocen el evangelio del perdón de pecados, pues sólo predican que el hombre es pecaminoso, pero que, pese a ello y debido al amor de Dios, Cristo murió por nosotros para redimirnos y, si nosotros creemos en Él, tendremos paz, gozo y vida sempiterna.
El cristianismo ni siquiera ha explicado claramente en qué consiste la vida sempiterna. Muchos creen que la vida sempiterna se refiere al hecho de que iremos a una mansión celestial después de morir, donde disfrutaremos las bendiciones eternas, aunque ellos no son capaces de definir qué es la bendición. Según nuestra perspectiva carnal, la bendición es la entrada por la cual pasamos a la Nueva Jerusalén, donde estaremos en una calle de oro y veremos puertas de perla y un muro de piedras preciosas. El cristianismo ha hecho que la vida sempiterna y la Nueva Jerusalén sean cosas de la esfera física y, por tanto, carece de la revelación adecuada del evangelio.
Debemos recordar que necesitamos tener una perspectiva nueva y más profunda del evangelio. Esto no significa que dejemos de reconocer que somos pecadores o que el Señor Jesús murió por nosotros. Nosotros no simplemente reconocemos que el Señor murió por nosotros los pecadores, sino que también valoramos este hecho y lo tenemos como un tesoro. El libro de Romanos nos presenta el evangelio, a partir del aspecto más superficial, pero aun esto es más profundo que el evangelio que comúnmente se predica en el cristianismo; muchos en el cristianismo no han visto de qué habla Romanos. Podemos decir que el evangelio en Romanos es “superficial” porque también empieza desde la perspectiva del hombre. Romanos 1 hace notar que el hombre ha caído, ha pecado y ha sido abandonado por Dios. Dios creó los cielos, la tierra y todas las cosas para que testifiquen por Él, a fin de que el hombre pueda conocer a Dios por medio de Sus maravillosas obras. Sin embargo, el hombre no aprobó tener en su pleno conocimiento a Dios, sino que desechó a Dios y adoró ídolos. Como resultado, el hombre cayó en toda clase de pecados. Esto es el contenido del comienzo de Romanos (vs. 20-32).
Sin embargo, a medida que avanzamos en Romanos, vamos subiendo una escalera celestial, escalón por escalón. Cuando llegamos al capítulo 16, este libro nos introduce en asuntos sumamente profundos como los que se mencionan en Efesios. El capítulo 16 concluye diciendo que el evangelio de Dios es según el misterio que había estado escondido desde la eternidad, es decir, el misterio que se mantuvo en silencio desde tiempos eternos (vs. 25). Así pues, Romanos comienza desde la perspectiva de los pecados del hombre en el capítulo 1 y asciende progresivamente hasta hablarnos acerca del misterio mantenido en silencio desde tiempos eternos. Si deseamos conocer este misterio, debemos leer Efesios. Efesios no empieza desde la perspectiva del hombre, sino desde la perspectiva de Dios, o sea, desde la perspectiva de la eternidad. Por esta razón, Efesios 3 nos dice que Pablo no sólo predicó el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo, sino que también alumbró a todos en cuanto al misterio escondido desde los siglos en Dios, que creó todas las cosas. Este misterio no sólo ha sido anunciado, sino también revelado al alumbrar a todos. Este misterio es el mismo misterio mencionado en Romanos 16.
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