Experiencia que tenemos de Cristo, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-4619-1
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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A fin de saber lo que significa la excelencia del conocimiento de Cristo, es necesario que veamos que la principal comparación que se hace en el capítulo 3 es entre la ley y Cristo. El versículo 5 dice: “En cuanto a la ley, fariseo”, y el versículo 6 añade: “En cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, llegué a ser irreprensible”. En estos dos versículos la frase en cuanto aparece tres veces: en cuanto a la ley, en cuanto a celo y en cuanto a la justicia que es en la ley. Luego, en los versículos 7 y 8 Pablo usa estas tres expresiones: por amor de Cristo, por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús y por amor del cual [Cristo]. Así que, en el versículo 5 Pablo dice: “En cuanto a la ley”, pero en el versículo 7 dice: “Por amor de Cristo”. En esto vemos el contraste entre la ley y Cristo.
Una segunda comparación se hace entre el celo por la ley y el conocimiento de Cristo. La tercera comparación es entre la justicia que es en la ley y la justicia procedente de Dios basada en la fe. Sin embargo, el punto central de estas tres comparaciones es la comparación entre la ley y Cristo. El conocimiento mencionado en el versículo 8 no es el conocimiento de la ley, sino el conocimiento de Cristo. Este conocimiento es excelente debido a que Cristo es excelente.
¿Cree usted todavía que la ley es excelente? Si dice que no, le diría que compare la ley del Antiguo Testamento con la ley del Imperio Romano. Si hace esta comparación, verá que la ley del Antiguo Testamento es excelente, puesto que supera la ley romana. Pero si compara la ley del Antiguo Testamento con Cristo, verá que ésta no tiene excelencia alguna.
Cristo es la corporificación de Dios. Toda la plenitud de la Deidad está corporificada en Cristo y mora en Él. ¿Qué podría ser más excelente que la plenitud de la Deidad, y Cristo como el misterio de Dios? Según el Nuevo Testamento, nadie puede conocer adecuadamente a Cristo debido a que Él es tan excelente. En Mateo 11:27 el Señor Jesús dijo: “Nadie conoce al Hijo, sino el Padre”. Por lo tanto, es imposible que conozcamos a Cristo plenamente, puesto que Él sobrepasa todas las cosas y supera nuestro entendimiento. Sin embargo, un día el Señor llevó a Sus discípulos a Cesarea de Filipo y les preguntó quién decía la gente que era Él. Ellos dijeron: “Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o uno de los profetas” (Mt. 16:14). Estas eran respuestas sin sentido. Entonces, el Señor les preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo? (v. 15). De repente Pedro respondió y dijo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (v. 16). No hay ningún punto de comparación entre el Hijo del Dios viviente y Elías o ninguno de los otros profetas. Por lo tanto, después de que Pedro hizo esta declaración en cuanto a Cristo, el Señor Jesús le dijo: “Bienaventurado eres, Simón Barjona, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino Mi Padre que está en los cielos” (v. 17). El Señor Jesús parecía decirle: “Simón, tú eres hijo de Barjona, es decir, hijo de un hombre de carne. Sin embargo, has recibido una revelación celestial. Esto no te lo reveló carne ni sangre, sino Mi Padre que está en los cielos. Yo no soy simplemente un nazareno, el hijo de María, sino que soy el Hijo del Dios viviente”. Con Jesús el nazareno no había ninguna excelencia, pero con respecto al Hijo del Dios viviente, hay excelencia. Nadie se compara con Él.
Aunque Pedro recibió la revelación de Mateo 16, en Mateo 17 actuó de manera insensata en el monte de la Transfiguración. Cuando Moisés y Elías aparecieron, Pedro dijo: “Señor, bueno es que nosotros estemos aquí; si quieres, haré aquí tres tiendas: una para Ti, otra para Moisés, y otra para Elías” (17:4). Las palabras de Pedro ofendieron a los cielos. Por esta razón, una voz del cielo dijo: “Éste es Mi Hijo, el Amado, en quien me complazco; a Él oíd” (v. 5). La voz parecía decir: “Pedro, no sugieras hacer tres tiendas, una para Moisés, otra para Elías y otra para el Señor Jesús. Escucha únicamente al Hijo de Dios”. Esta voz sorprendió mucho a Pedro, y junto con los otros dos discípulos, él se postró sobre su rostro. Pero ellos cuando alzaron sus ojos “nadie vieron sino a Jesús solo” (v. 8). Jesucristo, la corporificación de la plenitud de Dios, es excelente. Su excelencia sobrepasa muchísimo la excelencia de Moisés y de Elías.
Cuando Pablo era aún Saulo de Tarso, no conocía nada de la excelencia de Cristo. Más bien, él creía que la ley era maravillosa y, como judío que era, se sentía orgulloso de ella y era celoso por la ley; la apreciaba a lo sumo. En su celo por la ley, él perseguía a la iglesia. Sin embargo, un día mientras iba camino a Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo, el cual lo derribó a tierra. En ese momento él recibió una visión acerca de Alguien que era más excelente que la ley: el Hijo del Dios viviente. A partir de ese momento, Pablo sabía que Cristo era infinitamente superior a la ley. La ley fue dada por Dios y de parte de Dios, pero era únicamente una ley de letra muerta. Ahora Pablo había visto a una persona viva que era la corporificación de Dios. ¿Podría la ley compararse con esta Persona viva? ¡Imposible! Podemos comparar a esta Persona viva con el oro, y a la ley con el barro. Antes de conocer el oro, es posible que apreciemos el barro, pero en cuanto vemos el oro, recibimos la excelencia del conocimiento del oro. Este ejemplo nos muestra la experiencia que tuvo Pablo al recibir la excelencia del conocimiento de Cristo. La excelencia del conocimiento de Cristo es la excelencia de Cristo que nos ha sido hecha real a nosotros.
Un día un hermano me trajo una piedra grande y redonda. Era tan fea que ni siquiera me importó tocarla. Entonces el hermano me dijo: “Hermano Lee, usted ha dicho que Cristo no tenía ninguna belleza ni hermosura externa, pero que era hermoso en Su interior. Esta piedra es como Cristo en ese aspecto. Por fuera es fea, pero por dentro es muy hermosa”. Entonces el hermano cortó la piedra, y por dentro había un cristal hermoso y transparente. Antes de que cortara la piedra, yo no tenía ningún conocimiento del cristal que estaba por dentro. De hecho, no la aprecié y tuve ganas de tirarla porque me parecía muy fea. Pero después que la piedra fue cortada, la belleza que estaba por dentro quedó a la vista, y yo pude obtener la excelencia del conocimiento del cristal.
De igual manera, antes de la experiencia que tuvo Pablo camino a Damasco, él no tenía la excelencia del conocimiento de Cristo; al contrario, él pensaba que Jesús era simplemente un hijo ilegítimo de María que había nacido y crecido en Nazaret. Pablo valoraba la ley como un tesoro, pero menospreciaba a Jesús. Sin embargo, mientras iba camino a Damasco, se apareció ante él la excelencia de Jesús, y al encontrarse con el Señor quedó atónito. El Jesús que Pablo pensaba que estaba enterrado en una tumba, ahora se le había aparecido desde los cielos. Ese día, él supo que Jesús no era una persona terrenal, sino una persona celestial y divina. De este modo, él llegó a ver la excelencia de esta persona maravillosa. Por causa de la excelencia de este conocimiento de Cristo, Pablo supo que la ley no podía compararse con Él. Por lo tanto, probablemente dijo: “Después de comparar a Jesús con la ley, he decidido tomar a Cristo. Estimo todas las cosas como pérdida por causa de la excelencia del conocimiento Cristo”.
¿Alguna vez usted ha comparado a Cristo con todas las demás personas y cosas? ¿Lo ha comparado alguna vez con su diploma universitario o con su esposa o esposo e hijos? Como cristianos que somos, debemos hacer esta comparación. Si usted compara la suma total de todas las personas y cosas con Cristo, recibirá la excelencia del conocimiento de Cristo, y Cristo vendrá a ser más precioso para usted, y usted estará dispuesto a renunciar a todas las personas y cosas por amor de Cristo. Algunos a lo mejor piensen que es terrible estimar todas las cosas como pérdida por causa de Cristo. Pero les digo en serio que todo lo demás debe irse y sólo Cristo debe quedar. Cuando todas las demás cosas se hayan ido, ése será el momento en que podremos experimentar a Cristo como el excedente. Cristo como excedente será incomparablemente dulce y precioso. Éste es el Cristo que podemos experimentar.
Aunque el Cristo que queda cuando hemos estimado todas las demás cosas como pérdida puede ser muy pequeño, es muy precioso. Siempre que experimento a Cristo y renuncio a todo lo demás, queda Cristo como el excedente. Este excedente aparentemente es muy pequeño, pero es perfecto para nuestro apetito.
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