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Espíritu en las epístoles, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-7707-2
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Actualmente disponible en: Parte 1 Capítulo 6 de 19 Sección 2 de 3

EL ESPÍRITU QUE SELLA Y ES DADO EN ARRAS

Hay nueve puntos principales que conciernen al Espíritu abarcado en todo el libro de Efesios. El primer punto crucial nos da el tema general.

En Él también vosotros, habiendo oído la palabra de la verdad, el evangelio de vuestra salvación, y en Él habiendo creído, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia, hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de Su gloria. (1:13-14)

Aquí el Espíritu Santo es un nombre con cierta construcción particular en el griego. El adjetivo Santo aquí recibe un énfasis particular, que es imposible traducir directamente no sólo al chino, sino también al español. Según su significado original, la traducción apropiada para el Espíritu Santo aquí debe ser “el Espíritu el Santo”. Fuisteis sellados con el Espíritu el Santo, quien es también las arras de nuestra herencia.

< class="indent1">No contristéis al Espíritu Santo de Dios, en el cual fuisteis sellados para el día de la redención. (4:30)

Los dos pasajes anteriores nos dan el tema general: el Espíritu Santo de Dios está en nosotros como sello y arras. Cuando creímos en Cristo, fuimos sellados con el Espíritu Santo. Siempre y cuando creamos verdaderamente en Cristo, sin duda este Espíritu se imprimirá en nosotros como un sello. Hoy en el cristianismo circula una enseñanza errónea que es intimidante. Cuando algunos conocen a una persona, le preguntan: “¿Ha recibido usted al Espíritu Santo?”. Después que les hacen esa pregunta, muchos quedan confusos y no tienen claro si ellos han recibido al Espíritu Santo. No obstante, Efesios 1:13-14 dice que puesto que hemos creído, lo hemos recibido. Si hemos creído, con seguridad lo hemos recibido. Hemos recibido el Espíritu Santo como sello; hemos sido sellados para mostrar que somos la herencia de Dios. El Espíritu Santo es también las arras, que nos garantizan que Dios nos pertenece. El sello da fe que le pertenecemos a Dios, mientras que las arras garantizan que Dios nos pertenece a nosotros. Desde el día que creímos en el Señor, Dios ha puesto Su Espíritu en nosotros, nos imprimió Su Espíritu, como sello, en nosotros, atestiguando que somos de Dios, y como arras, garantizando que Dios es nuestro. Desde ese entonces, hemos venido a ser la herencia de Dios, y Dios ha llegado a ser nuestra porción. Ser la herencia de Dios requiere que el sello de Dios esté sobre nosotros; para que Dios sea nuestra porción se requieren las arras. En griego la palabra traducida “arras” tiene numerosos significados; significa “garantía”, “muestra” o “anticipo”. El Espíritu Santo está en nosotros como anticipo que recibimos de Dios. El Espíritu Santo es muy dulce en nosotros, lo cual nos dice que Dios es muy dulce para nosotros. Esto es una muestra, un anticipo y una garantía, que nos garantiza que Dios nos pertenece.

En Efesios sólo estos dos pasajes mencionan “el Espíritu el Santo”. Otros pasajes mencionan también el espíritu, pero a menudo sin nada más, sólo “espíritu”, el cual se refiere al espíritu mezclado como mezcla del Espíritu de Dios con nuestro espíritu, según se menciona en 1 Corintios 6:17: “El que se une al Señor, es un solo espíritu con Él”. En este único espíritu está el Espíritu de Dios, y también nuestro espíritu. Esto puede compararse con una infusión de té. El té está en el agua, y el agua está en el té. Si usted dice que es té, eso es correcto; si dice que es agua, eso también es correcto. Pero una descripción más detallada diría que es “agua de té”; en realidad, los dos están mezclados como uno solo. El Espíritu de Dios puede ser como el té, y nuestro espíritu puede ser como el agua. Cuando el Espíritu de Dios se mezcla con nuestro espíritu, entonces los dos espíritus llegan a ser un solo espíritu. Éste es el espíritu al cual se hace referencia en Romanos 8 y en Efesios múltiples veces.

Efesios nos muestra que este Espíritu, al sellarnos y darse a nosotros en arras, está haciendo una obra en nosotros que consiste de ocho puntos: primero, nos da revelación; segundo, nos une; tercero, nos edifica; cuarto, nos fortalece; quinto, nos renueva; sexto, nos llena; séptimo, combate; y quinto, ora. Esto se abarca en los seis capítulos de Efesios.

EL ESPÍRITU QUE NOS DA REVELACIÓN

Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el pleno conocimiento de Él. (1:17)

Este Espíritu que nos da revelación es el Espíritu que está unido con nuestro espíritu como un solo espíritu. Es en este espíritu que conocemos al Señor.

Este Espíritu nos permite ver y comprender el plan que Dios formuló en la eternidad, las bendiciones espirituales que Él nos ha dado en los lugares celestiales, el poder que Él ha manifestado en Cristo, la esperanza de Su llamamiento a los santos, las riquezas de la gloria de Su herencia en los santos y la supereminente grandeza de Su poder para con los creyentes. Todos estos asuntos espirituales requieren la revelación del Espíritu.

El misterio de Cristo, misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a Sus santos apóstoles y profetas en el espíritu. (3:4b-5)

La revelación que Dios nos da hoy está en el Espíritu. La primera función de este Espíritu en nosotros es darnos revelación. Él revela el misterio de Dios, los hechos de Dios, las riquezas de Cristo y las cosas espirituales. Muchas veces oímos mensajes, leemos libros espirituales y estudiamos la Biblia con nuestra mente, así que no recibimos revelación. Si cerráramos nuestros ojos, llamáramos de regreso a nuestra mente, retornásemos a nuestro espíritu y permaneciéramos un rato en nuestro espíritu, seríamos iluminados interiormente y podríamos ver y tener la revelación. En esto consiste la función, manifestada por este Espíritu, de darnos revelación. Muchas veces intelectualizamos, debatimos y discutimos respecto al misterio de Dios y el asunto de la iglesia, pero cuanto más discutimos, más confusos estamos y no podemos concordar el uno con el otro. Esto se debe a que estamos en nuestra mente. Si abandonáramos nuestra mente, o sea nuestros razonamientos, rechazáramos nuestra parte emotiva y volviéramos todo nuestro ser a nuestro espíritu y permaneciéramos en nuestro espíritu por un tiempo, todo sería muy claro. A veces necesitamos orar, y una vez que oramos, vemos con claridad. Por esta razón, muchas veces debemos orar en lugar de debatir. Cuando oramos, entramos en el espíritu, y en el espíritu somos iluminados.


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