Fe cristiana normal, Lapor Watchman Nee
ISBN: 978-0-87083-779-1
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Además de la identidad social y la propagación, ¿tenemos algunos deseos? ¿Qué otros anhelos tenemos? En lo profundo de cada persona hay un anhelo de Dios. Ya sean pueblos altamente civilizados, como los caucásicos, o civilizaciones milenarias, como los chinos, o pueblos antiguos o aborígenes incultos, todos ellos tienen un ardiente deseo común: Dios. Por el simple hecho de ser hombres, anhelan a Dios, no importa de qué raza o nacionalidad sean. Este es un hecho irrefutable. Es evidente que todos los hombres buscan a Dios.
Al aplicar el principio que acabamos de mencionar, podemos ver que como nuestro corazón siente la necesidad de un Dios, necesariamente tiene que haber un Dios en el universo. Si Dios no existiera, no tendríamos ese anhelo en nuestro corazón. Todos tenemos un apetito por el alimento. De la misma manera, todos tenemos un apetito por Dios. Sería imposible vivir si solamente tuviéramos apetito por la comida y ésta no existiera. De igual manera, sería imposible vivir si tuviéramos lugar para Dios, pero no tuviéramos a Dios.
Una vez un ateo me reprendió rudamente en alta voz: “Usted dijo que el hombre tiene una necesidad psicológica de Dios. Pero eso no es cierto, y yo no lo creo”. Le dije: “¿Quiere usted decir que nunca ha pensado en Dios? De hecho, aun mientras usted hablaba, estaba pensando en El. Eso indica que usted tiene lugar para Dios. No hay nadie que jamás haya pensado en Dios. Quizás trate de no pensar mucho en El. Como este pensamiento está en usted, debe de existir tal objeto fuera de usted”.
Un joven una vez se me acercó para discutir acerca de Dios. Se oponía con vehemencia a la existencia de Dios. Me dio una razón tras otra diciendo que Dios no existe. Mientras enumeraba las diversas razones por las cuales Dios no debe existir, le escuché en silencio, sin decir ni una palabra. Después dije: “Aunque usted alegue que Dios no existe y se respalde con tantos argumentos, ya perdió el caso”. El dijo: “¿Qué quiere decir con eso?”. Le expliqué: “Su boca puede decir todo lo quiera acerca de que Dios no existe, pero su corazón está de mi lado”. Tuvo que asentir. Aunque uno puede dar toda clase de razones con la cabeza, hay una creencia en el corazón que ningún argumento puede derrotar. Una persona obstinada puede dar miles de razones, pero usted puede tener el atrevimiento de decirle: “Usted sabe en su corazón que Dios existe. ¿Para qué se molesta buscando evidencias externas?”.
Una vez un misionero en América del Sur vio a un hombre predicando a una multitud en una selva al aire libre. Este negaba la existencia de Dios con toda firmeza y vehemencia. Con entusiasmo dio más de diez razones para demostrar que Dios no existía. Después de terminar, preguntó: “Si hay alguien que quisiera objetar, por favor acérquese”.
Por un rato hubo silencio. El misionero decidió que debía decir algo. Se levantó y le dijo a la multitud: “Amigos, no puedo presentar muchos argumentos. Sólo puedo presentar hechos y contarles una historia. Ayer caminaba por la rivera del gran río que, como todos ustedes saben, es muy caudaloso y va hacia una peligrosa cascada. Yo estaba en la rivera y oí a un hombre pedir ayuda. Claramente gritaba: ‘¡Oh, Dios! ¡Sálvame!’ Corrí hacia él y encontré a un hombre en medio del río que era arrastrado hacia la cascada. Sin vacilar y sin pensar en el peligro, me tiré al río. La corriente iba rápido y luché mucho para yo mismo no ser arrastrado. Afortunadamente tuve suficiente fuerza. Con un brazo alrededor de él y con el otro nadando, logré arrastrarlo hasta la orilla. Después de que pasó el peligro, me sentí bastante feliz. ¿Saben ustedes quién era el hombre que clamaba a Dios pidiendo ayuda? Permítanme presentárselo”. Y señaló al hombre que acababa de hablar. “El que clamó a Dios ayer”, concluyó, “es el mismo que niega a Dios hoy. ¡He ahí un ateo!”.
Todos los problemas vienen de adentro. Cuando un hombre está entre la vida y la muerte, clama a Dios. Cuando el peligro pasa, discute y niega a Dios. En nuestro corazón todos sabemos que Dios existe; no hay duda de ello. Lo sabemos porque hay un lugar para Dios en nosotros. Esto demuestra que Dios existe.
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