Hombre espiritual, El (juego de 3 tomos)por Watchman Nee
ISBN: 978-0-7363-0699-7
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Ya que la carne es tan sutil, los creyentes deben experimentar momento a momento la obra profunda del Espíritu Santo por medio de la cruz. Una vez que los creyentes comprenden la condición de su carne delante de Dios, es indispensable que experimenten la cruz y la profunda obra del Espíritu Santo. Mediante la cruz, los creyentes son librados tanto del pecado de la carne como de la justicia de la carne. Al andar según el Espíritu, los creyentes no seguirán la carne para pecar y tampoco la seguirán para hacer obras justas.
De hecho, la obra de la cruz fue consumada de modo perfecto y completo por la eternidad, lo cual va más allá de nuestra comprensión. Sin embargo, el proceso de esta realidad en la experiencia del creyente es cada vez más profunda. Poco a poco, el Espíritu Santo enseña a los creyentes los principios de la cruz. Si uno es fiel en someterse a El, gradualmente experimentará más profundamente lo que la cruz ya logró. Esto significa que la cruz, desde el punto de vista objetivo, es absoluta y nada se le puede agregar, pero en la experiencia es progresiva y puede penetrar cada vez más profundamente.
Los creyentes deben estar conscientes de que en la cruz murieron con el Señor Jesús, ya que el Espíritu Santo sólo opera mediante la cruz. Aparte de ésta, El no tiene otro instrumento. Los creyentes deben entender de una manera renovada la enseñanza de Gálatas 5:24. No solamente fueron crucificadas las pasiones y los deseos de la carne, sino que la carne misma (incluyendo toda su justicia y su capacidad para llevar a cabo acciones justas) también fue crucificada. En la cruz no sólo fueron crucificadas las pasiones y los deseos, sino también la carne, que es la que da a luz las pasiones y los deseos, aunque el hombre la respete y la ame. Cuando los creyentes ven esto, y voluntariamente rechazan todo lo que es de la carne (sea bueno o malo), entonces pueden andar según el Espíritu Santo, agradar a Dios y alcanzar una vida completamente espiritual. Es indispensable estar dispuesto. Lo que la cruz logró es un hecho cumplido, pero la medida en que ello es una experiencia en el hombre, lo determina su conocimiento de ella, su disposición y su fe.
Si los creyentes no rechazan todo lo bueno que se encuentra en la carne, verán en muchas cosas, que aunque la carne parece poderosa y capaz de obrar, cuando el verdadero llamamiento de Dios viene instándolos a ir al Gólgota a sufrir, ellos son muy débiles y rehuyen el llamado, sin poder avanzar. No importa cuán buena o fuerte sea la carne, jamás puede satisfacer los requisitos de Dios. ¿Por qué fracasaron los discípulos en el huerto de Getsemaní? Porque “el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil” (Mt. 26:41). La debilidad provoca grandes fracasos. Ella con su poder y sus obras puede ser excelente, pero sólo puede manifestar su capacidad en asuntos que se adaptan a su propio gusto. En cuanto a lo que Dios verdaderamente requiere, la carne inevitablemente retrocede. La muerte es inevitable; si no fuera así, la voluntad de Dios no podría efectuarse.
Todo lo que procede de nuestro interior, nuestros deseos, nuestra opinión y todo lo que nos ayuda a desarrollarnos y a ser vistos y respetados es nuestra carne. En ella están tanto la maldad natural como la bondad natural. Juan 1:13 menciona la voluntad de la carne, que es la que decide y planea hacer el bien para agradar a Dios. Sin embargo, todo esto tiene su origen en la carne del hombre y debe ser crucificado.
Colosenses 2:18 habla de la mente de la carne. La confianza que tienen los cristianos en sí mismos significa en realidad que confían en su sabiduría y que saben cómo servir a Dios y entender la enseñanza de las Escrituras. En 2 Corintios 1:12 se habla de la sabiduría carnal. Es muy peligroso que el hombre reciba la verdad que se encuentra en la Biblia con su sabiduría humana, porque él puede convertirlo muy sutilmente en un método para perfeccionar con su carne la obra del Espíritu Santo. Una verdad preciosa puede ser guardada sólo en la memoria y quedar en la mente de la carne. Solamente el Espíritu da vida; la carne para nada aprovecha. Todas las verdades, si no son vivificadas continuamente por el Señor, no serán de provecho para nosotros ni para otros. No nos referimos a los pecados; sino a lo que procede de la vida natural del hombre, aún cuando tal vida esté unida a Cristo. Esta obra es natural, y no del espíritu. No sólo debemos rechazar nuestra propia justicia, sino que también debemos negar la sabiduría de nuestra mente. Todo esto debe ser clavado en la cruz.
En Colosenses 2:23 se habla de culto voluntario en la carne. Tal adoración concuerda con nuestra opinión con respecto a las cosas del Espíritu de Dios. Los métodos que utilizamos para estimular, buscar o adquirir un sentido de devoción son adoración en la carne. Si no estamos dispuestos a adorar de acuerdo con la enseñanza de la Biblia ni a ser guiados por el Espíritu Santo en la obra cristiana, en el conocimiento bíblico y en la salvación de las almas, es posible que siempre andemos según la carne.
En muchas ocasiones la Biblia habla de “la vida” de la carne. Si la vida de la carne no ha pasado por la cruz, sigue tan viva en los creyentes como en los pecadores. La única diferencia es que en los creyentes la vida del Espíritu Santo se le opone. La vida de la carne puede llegar a ser la vitalidad de los creyentes; pueden recurrir a ella para obtener fuerza a fin de vivir sobre la tierra; esa vida puede fortalecer a los creyentes para que sirvan a Dios, para que mediten en la Palabra, para que se consagren a la obra de Dios y también para que hagan buenas obras. De hecho, puede hacer que los creyentes crean que es su vida, y al mismo tiempo, piensen que están obedeciendo a la Palabra y haciendo la voluntad de El.
Debemos saber que en la vida del hombre existen dos principios de vida diferentes. Muchos creyentes tienen una vida mezclada, algunas veces obedecen a una vida y otras veces a otra. Algunas veces dependen completamente del poder del Espíritu, pero otras, confían en sí mismos. No hay firmeza. “¿O lo que pienso hacer, lo pienso según la carne, para que haya en mí sí, sí y no, no?” (2 Co. 1:17). La característica de la carne es su inconstancia sí, sí, y no, no. La voluntad de Dios es que no andemos conforme a la carne ni por un momento, sino que andemos conforme al Espíritu (Ro. 8:4). Así que, debemos aceptar la voluntad de Dios.
“En El también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al despojaros del cuerpo carnal, en la circuncisión de Cristo” (Col. 2:11). Debemos estar dispuestos a permitir que el poder de la cruz, como el cuchillo de la circuncisión, corte completamente en nosotros, todo lo que es de la carne. Este corte debe ser profundo y crear una separación precisa, para que nada de la carne pueda esconderse ni permanecer en nosotros. La cruz y la maldición no pueden estar separadas (Gá. 3:13). Si entregamos nuestra carne a la cruz, la entregamos a la maldición, sabiendo que no hay nada bueno en ella y que no tiene otro destino excepto ser maldecida por Dios. Si no tenemos esta actitud en nuestro corazón, nos será difícil aceptar la circuncisión de la carne. El amor, los deseos, los pensamientos, el conocimiento, la mente, la devoción y toda obra de la carne deben ir a la cruz.
Ser crucificado con el Señor significa aceptar la maldición que el Señor sufrió. No fue algo glorioso cuando Cristo fue clavado para morir en la cruz (He. 12:2). Su ser estuvo pendiente del madero, y eso significa que allí fue maldito (Dt. 21:23). Si la carne es crucificada con el Señor, eso significa que también es maldita con El. No solamente aceptamos lo que la cruz logró, sino que también necesitamos participar de la cruz. Los creyentes deben reconocer que su carne no es apta para otra cosa que no sea sufrir la maldición de la muerte. Una vez que los creyentes ven el valor de la carne tal como Dios lo ve, entonces pueden tener la experiencia de participar de la cruz. Antes de que el Espíritu Santo pueda tomar el pleno control en los creyentes, la carne debe ser crucificada en su totalidad. Oremos para que Dios nos revele la verdadera condición de la carne, y la necesidad de llevarla a la cruz.
Hermanos, ¡cuán faltos de humildad estamos, y cuán poca disposición tenemos para aceptar la cruz del Señor! No queremos admitir que somos inútiles, impotentes y corruptos, que sólo merecemos la muerte. Hermanos, no necesitamos una vida perfecta, sino una muerte perfecta. Necesitamos morir perfecta y completamente. Ya hablamos bastante acerca de la vida, el poder, la santidad y la justicia. ¡Prestemos ahora atención a la muerte! ¡Permitamos que el Espíritu Santo penetre en lo más profundo de nuestra carne con la cruz de Cristo, para que la cruz pueda ser una verdadera experiencia en nuestra vida. Si morimos debidamente, también viviremos debidamente. Si nos unimos a El en la semejanza de su muerte, estaremos también unidos a El en la semejanza de Su vida. Clamemos a El para que abra nuestros ojos y podamos conocer lo esencial que es la muerte. ¿Debe El hacer esta obra? ¿Estamos listos para que El haga tal obra? ¿Estamos dispuestos a permitir que nos muestre nuestras debilidades? ¿Estamos dispuestos a ser crucificados públicamente fuera del campamento? ¿Permitiremos que el Espíritu de la cruz opere en nosotros? Espero que poseamos más de la muerte del Señor. ¡Qué podamos morir cabalmente!
Debemos ver claramente que la muerte de la cruz debe ser una experiencia continua. No podemos entrar en la etapa de la resurrección y pasar por alto la muerte. El grado de experiencia de la vida de resurrección, corresponde al grado de la experiencia de la muerte. Entre algunos creyentes existe el peligro de que al ir en pos de una vida ascendida, olviden que la muerte de la carne no puede interrumpirse. Abandonan la posición de muerte y siguen adelante. Como resultado toman las obras de la carne a la ligera o llegan a pensar que lo que hace la carne es del espíritu, ¡de ese modo espiritualizan la carne! ¡La muerte es el fundamento de todo! El hombre puede seguir su curso, pero no debe destruir el fundamento. Si la muerte de la carne no se mantiene de una manera continua, la vida ascendida y en resurrección sólo será una imitación. Nunca debemos pensar que somos espirituales, que hemos avanzado y que la carne ya no tiene poder para seducirnos. El enemigo quiere que abandonemos la esfera de la cruz a fin de que seamos espirituales externamente, pero interiormente carnales. Declaraciones tales como: “Le doy gracias al Señor porque ahora somos esto y no aquello” no son más que ecos de la oración descrita en Lucas 18:11-12. Precisamente cuando los creyentes piensan que están libres de la carne, en realidad, están siendo engañados por ella. Siempre debemos permanecer en la muerte del Señor.
Nuestra seguridad se halla en el Espíritu Santo. El camino seguro que debemos tomar es estar completamente dispuestos a ser enseñados, tener temor de ceder el más mínimo terreno a la carne y entregarnos gozosos a Cristo, confiando en que el Espíritu Santo controlará nuestras vidas con el poder de Dios y en que la vida que procede de la muerte de Cristo se expresará en nosotros. Así como la carne anteriormente nos llenaba, ahora debemos permitir que el Espíritu nos llene. Debemos permitir que el Espíritu Santo nos gobierne y que derribe completamente el poder de la carne para que pueda llegar a ser nuestra nueva vida y para que Cristo se manifieste como nuestra vida. Entonces, podremos decir: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Sin embargo, la base de esta vida seguirá siendo: “Con Cristo, estoy juntamente crucificado” (Gá. 2:20).
Si vivimos con un corazón lleno de fe y sumisión, podemos esperar que el Espíritu Santo haga en nosotros la obra divina más maravillosa. “Si vivimos por el Espíritu” (esta es la fe que debemos tener para creer que el Espíritu mora en nosotros), “andemos también por el Espíritu” (5:25), esta es la sumisión que necesitamos. Debemos simple y confiadamente creer que el Señor nos dio Su Espíritu y que El vive en nosotros. Creamos en Su don y que el Espíritu Santo mora en nosotros. Tengamos esto como la llave de la vida de Cristo en nosotros: el Espíritu Santo mora en la parte más profunda de nuestro ser, nuestro espíritu. Meditemos en esto, creámoslo y recordémoslo hasta que, por la gloria y la realidad de esta verdad, un temor y asombro santo broten en nosotros debido a que el Espíritu Santo mora en nosotros. Debemos seguir Su dirección. Esto no está en nuestra mente ni en nuestros pensamientos, sino en nuestra vida y voluntad. Debemos ceder ante Dios y permitir que el Espíritu Santo regule toda nuestra conducta, y El manifestará al Señor Jesús en nuestra vida, ya que ésa es Su obra.
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