Visión del edificio de Dios, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-6775-2
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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El tercer paso para alcanzar la meta de Dios tiene que ver con un río que salía de Edén para regar el huerto y que de allí se repartía en cuatro brazos (v. 10). Observen que el río salía para regar el huerto. Esto es muy significativo. Luego este río que manaba de una sola fuente se repartía en cuatro brazos, fluyendo en las cuatro direcciones de la tierra. Mientras vemos el árbol de la vida en este capítulo, también notamos que junto a él fluía un río. Éste es un cuadro impresionante: un árbol, el hombre frente al árbol y un río que fluye junto al hombre. El árbol de la vida provee alimento, y el río riega la tierra. Por experiencia sabemos que cuando nos alimentamos de Cristo como nuestra vida, de inmediato sentimos el fluir de algo que interiormente nos refresca. Pero si no nos alimentamos de Cristo, pronto nos secamos y morimos, puesto que dejamos de ser regados por el río que fluye. Cuando tenemos comunión con el Señor, alimentándonos de Él continuamente, no sólo sentimos satisfacción, sino también un fluir dentro de nosotros. La vida, que es Cristo mismo que recibimos en forma de alimento y que disfrutamos, es también el agua viva que fluye dentro de nosotros. El Evangelio de Juan testifica de esto. El Señor Jesús es el alimento de vida, y también es el agua viva que brota continuamente dentro de nuestro ser.
También podemos observar tres elementos preciosos en este cuadro tan impresionante. En este río que fluye hay oro, bedelio y ónice. ¿Qué es esta sustancia misteriosa llamada bedelio? Los mejores expertos del hebreo nos presentan dos corrientes de pensamiento. Según la primera, el bedelio es una resina que brota de cierto árbol como savia; y la segunda corriente de pensamiento insiste en que el bedelio es una especie de perla. Me parece que ambas son correctas, pues el principio con respecto a la resina o la perla es el mismo. La resina brota de un árbol viviente que contiene la savia de vida. Una vez que el árbol es herido o cortado, segrega esta savia viviente, que se convierte después en una resina brillante y transparente. La perla también proviene de un organismo vivo, la ostra, que contiene un jugo vital. En un momento dado, cuando la ostra es herida, ella segrega un jugo vital alrededor del área de la herida. Finalmente, se produce una perla reluciente. Así que, el principio con respecto a la resina y la perla es el mismo; la única diferencia es que la resina procede de la vida vegetal, mientras que la perla es producida por la vida animal.
Estos dos aspectos se ven en el Señor Jesucristo. Juan 1:29 se refiere a Jesús como el Cordero; esto tiene que ver con el reino animal. Juan 12 y 15 respectivamente nos presentan a Jesús como el grano de trigo y la vid; éstos tienen que ver con el reino vegetal. El principio de la vida animal es el de sacrificio: Cristo sacrificó Su vida al derramar Su sangre por nosotros. El principio del reino vegetal es el de generar vida: Cristo fue el grano de trigo que cayó en la tierra y murió para generarnos a nosotros los muchos granos. Ya sea que consideremos el bedelio como una resina que brota de un árbol o como una perla procedente de una ostra, el principio es el mismo: la vida debe ser herida y quebrantada, y el jugo vital debe ser segregado para que fluya y produzca algo precioso.
Al leer minuciosamente todas las Escrituras podemos entender que estos tres elementos que provienen del río —el oro, el bedelio y el ónice— son los materiales preciosos útiles para el edificio de Dios. Por lo tanto, el riego, o el fluir del río, produce los materiales preciosos. Así pues, el cuarto paso que Dios da para lograr la meta de Su edificio es producir estos materiales.
En el edificio de Dios, tanto en el tabernáculo como en el templo, el sumo sacerdote que servía en el interior tenía como parte de sus vestiduras unas hombreras y un pectoral que estaban llenos de piedras preciosas. Si pudiéramos inspeccionar el lugar por dentro, únicamente veríamos oro y piedras preciosas. Éstos son los elementos que componen el edificio de Dios.
En el Nuevo Testamento Pablo nos dice que la iglesia debe ser edificada con oro, plata y piedras preciosas (1 Co. 3). ¿Por qué Pablo hace referencia a la plata como uno de los materiales de edificación? Porque la perla, que simboliza la vida generadora de Cristo, fue mencionada cronológicamente en las Escrituras antes del tiempo en que se necesitaba la redención. Cuando Pablo escribió 1 Corintios, no sólo era necesaria la perla, sino también la plata. Pablo habló de la plata porque ésta simboliza la redención, y el hombre caído necesita ser redimido. En la eternidad la perla se menciona nuevamente en lugar de la plata, porque para entonces la redención se habrá cumplido completamente.
Echemos ahora un vistazo al final de las Escrituras, donde se nos muestra la Nueva Jerusalén. Esta ciudad se compone exactamente de los mismos materiales mencionados en Génesis 2. No obstante, en Génesis estos materiales se hallan junto al río, mientras que en Apocalipsis han sido edificados hasta formar una ciudad. Entre el principio y el final de las Escrituras se lleva a cabo la obra de edificación de Dios.
Ahora, póngase usted en el lugar de Adán por un momento, mire los materiales preciosos y resplandecientes, y después mírese a sí mismo. ¿Brilla usted como esos materiales? ¡Cuánto desearíamos ser como dichos materiales preciosos! Pero para ello se requiere una verdadera obra de transformación. Adán, quien nos incluye a todos nosotros, fue hecho del polvo de la tierra. Simplemente somos trozos de barro y, por ende, si queremos ser como esos materiales preciosos aptos para el edificio de Dios, tenemos que participar del árbol de la vida. Permita que la vida que proviene del árbol de la vida fluya en usted, y esta vida fluyente lo transformará. En 2 Corintios 3:6, 17 y 18 se nos revela la noción de la transformación efectuada mediante el fluir de la vida. El Señor es el Espíritu que da vida, y por medio de este Espíritu vivificante nosotros seremos transformados de barro a los materiales preciosos que sirven para el edificio de Dios. Debemos recordar que cuando fuimos creados recibimos un espíritu con el cual contactar a Dios y recibirle. En principio, también nosotros nos hallamos frente al árbol de la vida para recibir a Cristo como vida en forma de alimento. Cuando disfrutemos de este alimento, la vida fluirá en nosotros, regándonos y transformándonos. Mediante este proceso seremos transformados de barro a oro, perla y piedras preciosas.
Estos tres materiales preciosos que provienen del río también están relacionados con las tres personas del Dios Triuno y, en particular, con la obra del Dios Triuno. El oro se refiere al Padre, la perla al Hijo, y las piedras preciosas al Espíritu Santo. Cuando le recibimos, Dios el Padre entra en nosotros como el oro. Él es la fuente. Cristo el Hijo fue herido por nosotros, al igual que el grano de arena hiere la ostra, y de Cristo proviene la secreción de la vida que produce la perla. La obra del Espíritu Santo está relacionada con las piedras preciosas. Una piedra preciosa se forma al ser sometida a intenso calor y presión. Si disfrutamos a Cristo como alimento y experimentamos que Él fluya y nos riegue continuamente en nuestro interior, seremos transformados por el Espíritu de un trozo de barro a materiales preciosos. Y estos materiales están destinados al edificio de Dios.
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