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Espíritu en las epístoles, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-7707-2
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EL ESPÍRITU COMO PRIMICIAS

Por mucho que disfrutemos al Espíritu de vida, lo que disfrutamos es sólo las primicias como un anticipo. La gran cosecha tendrá que esperar hasta el retorno del Señor. El Espíritu Santo en nosotros hoy es las primicias, el anticipo. Efesios 1 dice que tenemos al Espíritu Santo en nosotros como arras. La palabra griega traducida “arras” denota “una prenda, una muestra o un anticipo”. Hoy, no importa cuánto hayamos experimentado y disfrutado al Espíritu de vida, es sólo un anticipo. Cuando el Señor regrese, disfrutaremos al Espíritu de vida rica y plenamente.

Aunque el disfrute del anticipo y el disfrute pleno difieren en medida, ellos son iguales en naturaleza. En la era venidera lo que disfrutaremos seguirá siendo el Espíritu de vida. Cuanto más disfrutemos a este Espíritu al volvernos a nuestro espíritu, más gustaremos de Su suministro, refrigerio, liberación, recobro, elación y trascendencia. Podemos disfrutar de todas estas cosas hoy.

EL ESPÍRITU DE SANTIDAD

Esta obra del Espíritu Santo es una obra santificadora, una obra que nos hace santos. ¿Qué significa ser hecho santo? Originalmente no había santidad en nosotros. Las cosas buenas que teníamos eran las cosas de los hombres, y las cosas malas eran los pecados. Sin embargo, el Espíritu de la filiación divina, quien es “el Santo”, ha entrado en nosotros y nos ha santificado. En griego, en muchos pasajes donde se menciona al Espíritu Santo, está escrito como “el Espíritu el Santo”, lo cual indica que el Espíritu es la santidad. En el universo entero todo es profano; sólo Dios mismo es santo. Dios, quien es el Espíritu el Santo, se ha mezclado con nosotros. Por tanto, fuimos hechos santos. Esto es como añadir jugo de naranja, que es amarillo, al agua, lo cual hace que el agua incolora sea “anaranjada”. Oh, queridos hermanos y hermanas, desde el día que fuimos salvos, este Espíritu entró en nuestro ser para mezclarse con nosotros. Entre más Él se mezcla con nosotros, más somos transformados. Cuanto más Él se mezcla con nosotros, más somos santificados. Cuanto más somos santificados, más somos hechos como Él es y conformados a Su imagen.

Al principio, el libro de Romanos dice en el capítulo 1 que el evangelio que predicamos es acerca del Hijo de Dios, Jesucristo nuestro Señor, que era del linaje de David según la carne y como tal hombre fue designado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos. No podemos encontrar esta clase de expresión en ninguna de las Epístolas, excepto en el libro de Romanos. ¿Por qué? La razón es que Romanos nos muestra que la salvación de Dios hace de nosotros, quienes éramos carnales e impíos, Sus hijos divinos. Hay una muestra, un modelo, de esto, y éste es Jesucristo. Cuando Él estaba en la carne aquí en la tierra, las personas no podían decir que Él era el Hijo de Dios. Pero un día, después de Su muerte y resurrección, Él fue completamente santificado por el Espíritu de santidad que estaba dentro de Él. En otras palabras, todo Su ser fue transformado. Cuando Él estaba en la carne, las personas le reconocieron como Jesús de Nazaret, cuyo semblante y figura estaban desfigurados, quien no tenía aspecto atractivo y quien tenía por completo la apariencia de un hombre. Sin embargo, después de Su muerte y resurrección, Él fue transformado, santificado y designado Hijo de Dios por el Espíritu de santidad. Ésta es una muestra, un patrón, un modelo. De igual manera, nosotros estamos ahora en la carne, y también pasaremos por la muerte y la resurrección a fin de ser transformados y santificados gradualmente por el Espíritu de santidad para llegar a ser los muchos hijos de Dios.

Por tanto, recordemos que Romanos 1 menciona al Hijo de Dios y que el capítulo 8 menciona a los hijos de Dios. En otras palabras, tenemos al Hijo de Dios en Romanos 1 y a los hijos de Dios en Romanos 8. Antes, mediante la muerte y la resurrección, el Espíritu de santidad santificó solamente a una persona, a Jesús el nazareno, santificándolo en Su carne para que fuese Hijo de Dios. Ahora el Espíritu de santidad también está haciendo en nosotros la obra de transformación a fin de santificarnos para que nosotros, quienes éramos hijos de maldad, lleguemos a ser los gloriosos hijos de Dios. Así pues, somos los muchos hijos de Dios, y el unigénito Hijo de Dios llega a ser el Primogénito entre nosotros.

Queridos hermanos y hermanas, debemos volvernos al espíritu en nuestro interior cada día y a cada momento, sin prestar atención a nada que no sea esta única cosa: seguir al Espíritu. “Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (8:14). No nos encargamos de este asunto ni de este otro; tan sólo nos encargamos de esta única cosa: volvernos al espíritu, llamando a nuestra mente a que regrese al espíritu, viviendo en el Espíritu y andando conforme al espíritu. En esto consiste nuestro vivir.

SER FERVIENTES Y REGOCIJARNOS EN EL ESPÍRITU

Entonces, ¿qué sucede con nuestro servicio? Debemos ser ardientes y fervientes en espíritu. Es difícil decir si la palabra espíritu en Romanos 12:11 denota el Espíritu de Dios o nuestro espíritu. Sucede lo mismo con la palabra usada para espíritu en Romanos 8:5, 6 y 10. Podemos servir sólo cuando somos ardientes y fervientes en espíritu.

Finalmente, el capítulo 14 dice que el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo (v. 17). Es correcto que uno pueda regocijarse en el espíritu; es incorrecto que no pueda regocijarse en el espíritu. En este espíritu elevado y regocijado tenemos la vida que vence, la vida santificada, la vida espiritual, la vida del Cuerpo y la vida de iglesia.

CONCLUSIÓN

Siempre tengo la sensación de que en todos estos años Dios ha efectuado un gran recobro en la iglesia. Lo único que no ha sido recobrado suficientemente es el Espíritu. Creo que desde ahora en adelante nuestros mensajes y nuestro ministerio de la Palabra nos concentraremos en este asunto. Hablaremos a partir de las Epístolas con respecto al Espíritu. La justificación tiene como fin que Cristo entre en nuestro ser. Que Cristo entre en nuestro ser significa que el Espíritu de Cristo está en nosotros, y este Espíritu es el Espíritu de vida que nos suministra, libera y rescata. Lo que el Espíritu de vida está haciendo es forjar la filiación divina, la realidad del Hijo de Dios, en nosotros para nuestra transformación, a fin que seamos hechos conformes a la imagen del Hijo de Dios. Ésta también es Su obra santificadora en la cual Él hace de nosotros, quienes éramos hijos de maldad, los hijos santos de Dios. Esta obra es la voluntad de Dios. Hoy debemos cooperar con esta obra para llegar a ser miembros vivientes; como tales andaremos conforme al espíritu, volveremos nuestra mente para enfocarnos en el espíritu y viviremos en el espíritu. Debemos ser fervientes en el espíritu para servir a Dios y siempre debemos regocijarnos en el espíritu. Esto describe la vida y el vivir de los cristianos. Éste es también el pensamiento central del libro de Romanos.

En resumen, Romanos nos muestra que el Cristo redentor, el Cristo que murió en lugar de nosotros, está ahora en nosotros como Espíritu vivificante. Él nos abastece, nos libera y nos rescata momento a momento a fin de llevar a cabo la obra de filiación para transformarnos en hijos de Dios y conformarnos a la imagen del Hijo de Dios al santificarnos. Él hace de nosotros, quienes éramos hijos de maldad, verdaderos hijos de Dios, hijos en nombre y en realidad que tienen Su vida y Su imagen. Por consiguiente, dado que somos los muchos hijos de Dios, llegamos a ser los miembros vivientes que coordinan juntos para llegar a ser un solo Cuerpo con miras a la expresión del Dios de gloria. Por tanto, hoy debemos estar atentos al Espíritu, poniendo nuestra mente en el espíritu, prestando atención al espíritu, tomando en consideración al espíritu, sirviendo fervientemente a Dios en el espíritu y siempre regocijándonos en el espíritu.


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