Todos pueden hablar la palabra de Diospor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-4210-0
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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En el pasado vimos que Dios desea que todos los hombres vengan al pleno conocimiento de la verdad (1 Ti. 2:4); este deseo está en el corazón de Dios. Pero un segundo deseo que está también en el corazón de Dios es que nosotros hablemos por Él. Todos debemos hablar. Todos podemos hacerlo, es decir, todos tenemos el derecho y la capacidad. No podemos decir que no tenemos la capacidad de profetizar, pues Dios nos creó con cuerdas vocales y una lengua, y con dos labios y una boca llena de dientes. Los dientes no sólo nos sirven para comer, sino también para hablar. Sin embargo, le hemos fallado a Dios según Su creación, pues continuamente hablamos tonterías, criticamos, mentimos y propagamos rumores.
En los Estados Unidos las hermanas se disgustaron conmigo cuando les dije: “Hermanas, ustedes tienen una característica muy particular; cuando hablan por teléfono parece que tuvieran el oído pegado al teléfono, pues no son capaces de colgar”. De esta manera hemos malgastado nuestro tiempo chismeando. Debemos dar gracias al Señor porque creó al hombre con una boca, y porque, al crearlo, lo hizo de una manera muy fina y compleja, a fin de que el hombre pudiera hablar. Es un verdadero milagro que con la boca podamos hablar y producir sonidos. Además, los varones hablan con una voz más fuerte, mientras que las mujeres hablan con una voz hermosa. Sin embargo, Dios no nos creó con una boca para que habláramos palabras ociosas. La Biblia dice que “de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio” (Mt. 12:36). Quisiera advertirles a las hermanas que todo lo que ellas hablan por teléfono queda grabado, y que un día Dios les tocará esta grabación para que la escuchen. Esto no es una broma; por consiguiente, debemos estar advertidos.
Nuestras bocas deben hablar palabras de gracia, como lo hizo el Señor Jesús. De Su boca salían palabras de gracia (Lc. 4:22). Efesios 4:29 nos dice: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena [...] a fin de dar gracia a los oyentes”. La gracia puede fluir de nuestra boca; ésta es la palabra de Dios. Hermanos y hermanas, en lugar de malgastar el tiempo hablando por teléfono, llamemos a alguien que conocemos y prediquémosle el evangelio. Debemos también visitar a nuestros parientes para hablarles la palabra del Señor, para exponerles la verdad, y para compartirles el evangelio. No sólo debemos hablar la palabra en las reuniones, sino también en nuestra vida diaria, en todo lugar y en cualquier momento.
En 2 Timoteo 4:2 Pablo dijo: “Que proclames la palabra; que te mantengas preparado a tiempo y fuera de tiempo”. Moisés en el Antiguo Testamento dijo: “Ojalá todo el pueblo de Jehová fuera profeta”. Asimismo Pablo en el Nuevo Testamento dijo: “Porque podéis profetizar todos uno por uno”. Luego también dijo: “¡Ay de mí si no predico el evangelio! [...] si lo hago por mi propia voluntad, recompensa tengo” (1 Co. 9:16b-17a). Tal vez usted diga: “Hermano Lee, usted ha citado las Escrituras incorrectamente, pues en 1 Corintios 9:16-17 Pablo estaba hablando de predicar el evangelio, no de hablar la palabra de Dios”. En realidad, predicar el evangelio equivale a hablar la palabra de Dios. Pablo no dijo que si no predicaba el evangelio, le sobrevendría algún ay o que estaba a punto de tener un ay, sino que más bien dijo que ya era ay de él.
Les pido que examinen su propia experiencia. Después de que fueron salvos, cuando venían a la reunión vez tras vez, ¿no les pasó muchas veces que sentían que debían decir algo, pero después de pensarlo más finalmente no dijeron nada? Cada vez que sintieron que debían hablar pero no hablaron, ¿no se sintieron miserables después de la reunión? Yo mismo he tenido esta clase de experiencia; muchas veces cuando sentía que debía hablar pero no hablé, después, al regresar a casa, sufría por tres días y tres noches, y me sentía muy desanimado. Pero si hablaba en cuanto surgía el sentir en mí, después de hablar me sentía muy cómodo.
El deseo de Dios es que nosotros hablemos, y lo que más le agrada a Dios son nuestras palabras. A los padres les encanta oír que sus hijos hablen, y cada vez que ellos dicen algo, el sonido de sus palabras es agradable, aun cuando no hablen muy bien. De igual manera, cada vez que los recién salvos compartan en las reuniones, el sonido de su compartir es muy agradable. Aun cuando no sepan hablar muy bien, con todo, es muy placentero escucharlos.
Queridos hermanos y hermanas, sólo intenten estar callados todo un día, desde la mañana hasta la tarde. Si lo hacen, es como suicidarse poco a poco. ¡Hablar es tan saludable! No soy médico ni nutricionista; digo esto completamente basado en la experiencia humana. El sesenta por ciento de mi salud proviene de hablar por el Señor. Cuando no hablo por el Señor, no puedo dormir bien; me siento desinflado y no tengo gozo.
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