Cómo disfrutar a Dios y cómo practicar el disfrute de Diospor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-6564-2
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Orar en el Espíritu Santo es orar en la comunión mutua de los dos espíritus. Nuestro espíritu debe tocar al Espíritu, y el Espíritu debe tocar nuestro espíritu. Debe incluir estos dos espíritus mezclados. Cuando seguimos al Espíritu para orar de esta manera, oramos en nuestro espíritu y también oramos en el Espíritu Santo.
Muchas veces decimos que la oración nos trae a la presencia de Dios. Pero, ¿qué significa esto? Nuestras oraciones nos traen a la presencia de Dios cuando oramos en el Espíritu. Entonces cada frase de nuestra oración es sólida y toca a Dios. Cuando oramos de esta manera, nuestra oración ha tocado la presencia de Dios.
Quizás algunos hermanos y hermanas no entiendan lo que significa que nuestra oración sea sólida y toque a Dios. Les presento este ejemplo. Si yo trato de golpear al hermano Hwang pero no lo golpeo, el golpe que doy no es sólido; pero si lo golpeo una y otra vez, mis golpes son sólidos. Cuanto más lo golpeo, más entusiasmado y satisfecho estaré, porque mis golpes no son en vano. Probablemente hayamos tenido la misma experiencia cuando oramos. Cuando oramos, a veces podemos sentir que las palabras se pierden en el aire y que no dan en el blanco. Ninguna de nuestras palabras parece tocar a Dios, y es como si Dios no estuviera presente. Esto significa que nuestra oración no es sólida. Esto es un indicio de que no estamos orando en el Espíritu. También indica que no estamos permaneciendo en el Espíritu. Debido a que oramos aparte del Espíritu, nuestra oración parece golpear únicamente el aire; es decir, no es sólida ni toca a Dios. Sin embargo, cuando oramos en el Espíritu, sentimos que cuanto más oramos, más tocamos a Dios y que nuestras palabras tocan a Dios. Nos sentimos llenos de Dios. Nuestro Dios no sólo está en el cielo, sino que también ha entrado en nosotros. Esto es maravilloso. Cuanto más oramos de esta manera, más somos alumbrados, reconfortados, satisfechos, nutridos, llenos de regocijo y ungidos interiormente. Estos sentimientos muestran que hemos recibido a Dios en nuestra oración, que lo hemos inhalado. Sólo este tipo de oración es genuina, espiritual y valiosa. Sólo este tipo de oración debiera ser ofrecida en el universo. Todas las demás oraciones que son religiosas, formales y externas no tienen valor alguno.
Los hermanos y hermanas ahora deben entender lo que es orar en el Espíritu Santo. Si alguien aún no entiende, probablemente no sea salvo; tal vez no tenga al Espíritu de Dios en su interior. Toda persona que sea salva tiene al Espíritu de Dios en su interior y debe tener este tipo de experiencias. Debe haber un amén en su interior, que da testimonio de que cuanto más ora, más toca a Dios y es lleno de Dios. Cuanto más oramos, más satisfechos y cómodos nos sentimos.
Sin embargo, hay momentos cuando nuestras oraciones parecen hacer que Dios se aleje. En esos momentos es posible que nos estemos forzando a orar. Por ello, nos sentimos vacíos y secos interiormente y tenemos el deseo de terminar nuestra oración. Si todos hemos tenido esta clase de experiencia, sabemos la diferencia que hay entre estas dos condiciones y consecuencias de la oración.
Algunos hermanos y hermanas quizás entiendan claramente que deben orar en el Espíritu Santo, pero no sepan cómo entrar en el Espíritu. Toda persona que aprende a orar enfrenta este tipo de problema. A menudo tenemos pensamientos que nos distraen cuando nos arrodillamos a orar. Cuando tratamos de rechazar un pensamiento, nos viene otro. Mientras aún estamos tratando de rechazar el segundo pensamiento, otro pensamiento invade nuestra mente. Los pensamientos que vienen a nosotros son como un enjambre de abejas. Zumban alrededor de nuestra mente y nos impiden orar. Si no somos capaces de controlar nuestros pensamientos, es posible que nos contrariemos y digamos que no vamos a orar más. En ese caso habremos fracasado. Muchas veces los pensamientos que nos distraen estorban nuestras oraciones. Nos hacen apartar de nuestro espíritu, de modo que no podemos orar.
Nuestros pensamientos nos distraen porque somos personas descuidadas delante del Señor. Una persona indisciplinada y descuidada tiene pensamientos que la distraen. Si somos indisciplinados y descuidados delante de Dios, no podremos estar calmados. Tendremos pensamientos que vagan y nos distraen si somos descuidados delante del Señor. Cuanto más descuidados seamos delante del Señor, más nos distraerán nuestros pensamientos. No obstante, si por la gracia de Dios aprendemos a controlarnos, nuestros pensamientos estarán bajo nuestro control; y cuando nos detengamos a orar, enseguida estaremos calmados y nos será fácil volvernos a nuestro espíritu.
Permítanme decirles que he visto muchos hermanos y hermanas —más hermanas que hermanos— que son muy descuidados en su manera de hablar. Esto no significa que usen palabras inmundas, sino que sus labios son indisciplinados. Cuando conversan con otros, es como si no pudieran parar de hablar. Puesto que son indisciplinados y descuidados al hablar, sus pensamientos vagan por todo el mundo. Después de hablar de esta manera, probablemente tengan que esperar hasta el día siguiente antes de poder orar, puesto que no son capaces de estar calmados ni de volverse a su espíritu. Aunque se despierten temprano en la mañana, aún pueden pasar toda clase de pensamientos por su mente, por lo que ellos no podrán orar. Todos los que tienen mucho de que hablar no pueden orar. Cuando una persona habla continuamente, todo su ser se extravía. Todo su ser es llevado cautivo por pensamientos que vagan por todo el mundo; no puede detener su ser ni puede orar. Por esta razón, una persona que desee aprender a orar debe aprender a controlar sus palabras; debe aprender a restringir su ser, no sólo en una cosa sino en todo.
Muchos santos han aprendido algunas lecciones en cuanto al asunto de restringirse. Algunos son capaces de contenerse en medio de su enojo y volverse a Dios para confesar y orar. Esta oración y confesión se llevan a cabo absolutamente en su espíritu. Tales personas pueden orar fácilmente en su espíritu. Esto no significa que una persona que se enoja con facilidad puede orar fácilmente en su espíritu; más bien, significa que una persona que es capaz de controlarse a sí misma, incluso cuando se enoja, tiende a volverse fácilmente a su espíritu para orar.
También hay, por supuesto, muchos hermanos y hermanas que no son capaces de controlarse cuando se enojan. Incluso cuando otros tratan de calmarlos, ellos no pueden controlarse a sí mismos una vez que se enojan. No saben lo que significa estar bajo control. Pueden ser comparados a un auto sin frenos; no pueden detenerse. A este tipo de personas no le es fácil volverse a su espíritu para orar. Quizás tengan que esperar una semana antes de poder orar nuevamente, pues todo su ser ha quedado agotado a causa de su enojo.
Este ejemplo debe de ayudarnos a ver que si queremos aprender a orar, tenemos que aprender a controlarnos delante de Dios. Si nos controlamos en lo común y corriente, nos resultará fácil controlar nuestros pensamientos cuando oremos. Nuestros pensamientos serán sumisos, y nos será fácil detenernos, estar calmados y volvernos a nuestro espíritu. Fácilmente nos desenredaremos de nuestros pensamientos para volvernos a nuestro espíritu. Todo el que desee aprender a orar en el espíritu debe aprender a controlarse a sí mismo en todo momento.
Muchas veces clasificamos a las personas como extravertidas o introvertidas. Es difícil que los que son extravertidos aprendan a orar. Parece que pueden hacerlo todo, pero les es difícil estar calmados a fin de orar. Por esta razón, les es difícil absorber y disfrutar a Dios, y no digamos ya que muchas de sus oraciones quedan sin contestar. Esto es una gran pérdida. Así que es provechoso que tales personas dediquen algún tiempo cada día para calmar sus pensamientos y volver todo su ser a Dios a fin de contactarlo. Sin embargo, para conseguir esto ellas deben restringirse. Si queremos aprender a orar en el Espíritu Santo, tenemos que aprender la lección de restringirnos en nuestra vida diaria, es decir, de controlarnos en todo. Si somos capaces de controlarnos de esta manera, nos será fácil suspender lo que estamos haciendo para orar.
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