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Experiencia de vida, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-87083-632-9
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II. EL OBJETO DEL TRATO CON NUESTROS PECADOS

El objeto de que nosotros nos deshagamos de los pecados es los pecados mismos. Hay dos aspectos con respecto al pecado: la naturaleza del pecado interiormente y la acción del pecado exteriormente. La naturaleza del pecado dentro de nosotros está en la forma singular; la acción del pecado fuera de nosotros es en la forma plural. La forma singular, pecado, es la vida de Satanás que está dentro de nosotros, con la cual no tenemos forma de tratar; cuanto más tratamos con él, más vida cobra. El trato con los pecados del cual estamos hablando es el trato con los pecados que cometemos exteriormente, los pecados de nuestras acciones.

¿Qué son los pecados de nuestras acciones? En 1 Juan 5:17 se dice: “Toda injusticia es pecado”. En 1 Juan 3:4 dice: “El pecado es infracción de la ley”. Ambas referencias muestran que en nuestras acciones todo acto de injusticia y de infracción de la ley es pecado. Es difícil distinguir entre injusticia e infracción de la ley. Toda infracción de la ley es injusticia, y toda injusticia es infracción de la ley. Por lo tanto, todas las obras injustas e ilegales son los pecados de nuestras acciones y el objeto de nuestro trato.

Romanos 2:14-15 dice que los gentiles los cuales no tienen ley, son ley para sí mismos; ellos muestran la obra de la ley escrita en sus corazones. Su conciencia es la ley dentro de ellos la cual les da testimonio, y sus pensamientos o bien los acusan o bien los excusan. Todos los hechos que son correctos y legales son justificados por nuestra conciencia; todos los hechos que no son correctos y no son legales son condenados por ella. Todas las acciones, por lo tanto, que son contrarias a nuestra conciencia son acciones de pecados y son el objeto de nuestro trato. Hemos dicho que el objeto de nuestro trato con los pecados es la acción externa, o sea, los pecados. Esta acción externa de los pecados tiene dos aspectos: la cuenta de pecados y el acto de pecar. La cuenta de pecados señala los hechos injustos e ilegales, los cuales ofenden la ley justa de Dios y resultan en que tengamos un historial de pecados delante de la ley de Dios. En el futuro Dios nos juzgará de acuerdo con esta cuenta. El acto de pecar es la acción misma que establece la cuenta de pecados. Estas acciones pecaminosas siempre quedan destituidas de la gloria de Dios y en una manera perceptible o imperceptible hieren a otros. Por ejemplo: robar es un acto de pecado. Haciendo esto, no solamente ponemos el nombre de Dios en vergüenza, sino que también causamos daño a otros. Esto constituye el acto de pecar. Al mismo tiempo, hemos ofendido la ley de Dios. De aquí en adelante, delante de Su ley, tenemos un historial de pecados. Por ende, cada vez que cometemos un pecado, tenemos inmediatamente el hecho de pecar no sólo en contra de Dios, sino también, muchas veces, en contra del hombre. Al mismo tiempo tenemos una cuenta de pecados delante de Dios.

Puesto que la acción de los pecados tiene estos dos aspectos, el objetivo en tratar con los pecados, de igual manera, tiene dos aspectos. Uno es la cuenta de nuestros pecados ante Dios, el otro es el acto de pecar. Por un lado necesitamos tratar con nuestra cuenta de pecados delante de Dios, por otro lado necesitamos tratar con el acto nuestro de pecar.

III. LA BASE DEL TRATO CON LOS PECADOS

Nuestro objeto en tratar con los pecados incluye todos los pecados que hemos cometido. Al llevarlo a cabo, sin embargo, Dios no requiere que tratemos con todos los pecados de una vez, sino que tratemos con todos aquellos de los cuales estamos conscientes mientras tenemos comunión con El. No queremos decir que debemos tratar con todos los pecados que en realidad hemos cometido, sino sólo con aquellos de los cuales estamos conscientes mientras tenemos comunión con Dios. Por consiguiente, la base del trato con nuestros pecados es la conciencia que tenemos de ellos mientras estamos en comunión con Dios.

Leemos en las Escrituras respecto de esto en Mateo 5:23 y 1 Juan 1:7. Mateo 5:23 dice: “Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti...” entonces ve y trata con eso rápidamente. Ofrecer la ofrenda tiene como fin estar en comunión con Dios. En consecuencia, esto quiere decir que cuando estamos en comunión con Dios y estamos conscientes de cualquier desacuerdo entre nosotros y otros o viceversa, debemos esforzarnos inmediatamente por rectificar esta situación no sea que nuestra comunión con Dios sea afectada u obstaculizada. En 1 Juan 1:7 indica que si tenemos comunión con Dios, podemos ver nuestros pecados en Su luz; entonces, de acuerdo a lo que hemos visto en Su luz, debemos confesar esto a Dios y tratar con ello delante de El para que podamos obtener Su perdón y limpieza. Mateo 5 habla de nuestros problemas con otros, 1 Juan 1 habla sobre nuestro problema con Dios. Uno se refiere al caso de acordarse en el altar; el otro al ver en la luz. Ambos indican cuán conscientes estamos mientras tenemos comunión con Dios. Esto está basado en cuán conscientes estamos mientras tenemos tratos con los hombres y Dios. Por eso, la base de nuestro trato con los pecados está en cuán conscientes estamos de ellos mientras estamos en comunión con Dios.

Nuestro trato con los pecados está basado solamente en estar conscientes de ellos mientras tenemos comunión con Dios, no en todos los hechos pecaminosos que hayamos cometido. Por eso, la esfera de la base es mucho más pequeña que la esfera del objeto. Por ejemplo: si en realidad hemos cometido cien pecados, pero cuando nos acercamos a Dios sólo nos acordamos de diez pecados mientras tenemos comunión con El, debemos tratar con esos diez pecados de los cuales estamos conscientes. Si estamos conscientes sólo del diez por ciento, tratamos con el diez por ciento; si estamos conscientes del veinte por ciento, tratamos con el veinte por ciento. En otras palabras, tratamos sólo con el número de pecados que recordamos. El número de pecados que reconocemos es aquel con el cual estamos obligados a tratar. Este es el principio de recordar, como se menciona en Mateo 5, y éste es nuestro principio al tratar con los pecados. Podemos dejar sin tratar por algún tiempo los pecados de los cuales no estamos conscientes hasta que llegue el momento en que en la comunión con Dios lleguemos a estar conscientes de ellos. En la práctica, tratar con los pecados no es una ordenanza de la ley, sino un requisito para tener comunión.

¿Cómo es que podemos dejar aquellos pecados de los cuales no estemos conscientes sin tratar con ellos por algún tiempo? Podemos hacerlo porque los tales no afectan nuestra comunión con Dios. Si una persona es culpable de un acto injusto, otros se pueden dar cuenta de su mala acción, aunque él mismo no esté consciente de ello. Su conciencia está aún sin culpa. Por este motivo él aún puede orar y tener comunión con el Señor y puede servir a Dios y testificar de Dios como siempre; su vida y servicio espirituales permanecen sin afectarse. Sin embargo, cuando está consciente de este pecado y aún así no trata con él, tiene una conciencia culpable; su comunión con el Señor es estorbada y su vida y servicio espirituales no son normales. De acuerdo con Mateo 5, si alguien recuerda algo que necesita ser tratado y se rehúsa a tratar con eso, su comunión con Dios es interrumpida inmediatamente. El debe tratar con eso rápidamente hasta que aquello sea aclarado completamente; entonces puede tener comunión una vez más con Dios. En 1 Juan 1:7 se presenta el mismo hecho. Si uno reconoce su pecado mientras está en la luz de la comunión y no trata con él, su comunión es inmediatamente obstaculizada. Por lo tanto, si no estamos conscientes de los pecados que hemos cometido, no necesitamos tratar con ellos. Pero si estamos conscientes de ellos, debemos tratar con ellos rápidamente; de otra forma, nuestra conciencia nos acusará, nuestra fe naufragará, y todas las cosas espirituales por consiguiente se perderán (1 Ti. 1:19).

Así que, cuando ayudamos a otros a tratar con los pecados, no les pedimos que traten con los pecados de los cuales no estén conscientes, sino aquellos de los que estén conscientes. Cuando alguno se da cuenta de su pecado y lo pasa por alto o se rehúsa a tratar con él, entonces podemos ayudarle y dirigirlo a que lo enfrente.

Lo mismo se aplica cuando examinamos la experiencia de nuestro trato con los pecados. No preguntamos cuántos pecados hemos cometido con los cuales no hemos tratado, sino con cuántos pecados de los cuales estamos conscientes no hemos tratado. Podemos dejar sin tratar por un corto tiempo los pecados de los cuales no estamos conscientes, pero aquellos de los que estemos conscientes deben ser tratados rápidamente. Hasta ahora, hay muchos hermanos y hermanas que no han venido a una obediencia absoluta con respecto al sentir que tienen mientras están en comunión con Dios. Por ejemplo, alguien puede haber cometido cien hechos injustos y haberse dado cuenta de veinte de ellos mientras está en comunión con Dios, pero en la práctica él solamente trata con cinco de ellos. Por tanto, se presenta un problema en su comunión con el Señor. Su espíritu no es fuerte y no puede orar libremente. Su condición delante del Señor es dañada grandemente.

En consecuencia, vemos que la consciencia de la comunión sobre la cual basamos nuestro tratar con los pecados no es absoluta, sino que difiere de acuerdo con la profundidad de comunión que el individuo tiene con el Señor. El mismo hecho injusto puede ser un pecado a los ojos de una persona, mientras que a los ojos de otra no lo sea. Esto se debe a que la comunión en uno es más profunda que en el otro, así que la conciencia de la comunión de uno es más aguda que la del otro. Por ejemplo, uno puede decir una mentira en una manera muy evidente y todos saben que esto es un pecado; otros pueden mentir diciendo la verdad. Para el individuo promedio lo último puede no ser un pecado, pero aquellos que tienen una comunión profunda con el Señor saben que esto también es una mentira y que debe ser tratada.

Por ejemplo, el hermano A entra en el cuarto del hermano B. El hermano B lo ve que viene y se apresura a arreglar su cama. El hermano B viene luego al hermano A para tratar con esta situación, diciendo: “Hermano, cuando yo vi que usted entraba a mi cuarto yo arreglé mi cama; esto es actuar con hipocresía”. Al arreglar su cama en tal manera él sintió que estaba fingiendo, por lo tanto, había pecado y deseaba resolver esto. Otros que no son tan sensibles considerarían este acto como un gesto cortés y necesario. Esto obedece a que el grado de comunión difiere, y también difiere el grado de conciencia.

Además, el sentir en cada individuo puede también variar de acuerdo con la diferencia de su nivel y profundidad de comunión. Si alguien le hubiese dicho dos años antes sobre un cierto pecado, él no lo habría admitido, pero su comunión durante los últimos dos años se ha profundizado, y él ha venido a ser más sensible. Ya él no espera que otros sean los que lo condenen; dentro de sí mismo él reconoce el pecado y se da cuenta de que debe tratar con él.

Tratar con los pecados, por lo tanto, está basado en lo consciente que estemos mientras estemos en comunión con el Señor, y el estar conscientes al estar en comunión con el Señor a su vez está basado en la profundidad de esta comunión. Si nuestra comunión es profunda, nuestra consciencia será aguda y firme. Si, por otro lado, nuestra comunión es superficial, nuestra consciencia será insensible y débil. Es semejante al aire en el cuarto, el cual a primera vista parece bastante limpio y libre de polvo. El hecho es que la luz no es suficientemente fuerte como para que nuestra visión no pueda penetrar la atmósfera y detectar el polvo. Cuando un rayo de la luz solar entra en el cuarto, bajo una iluminación tan intensa, podemos observar muchas partículas de polvo en el aire. De igual manera, somos culpables de muchos hechos injustos e ilegales, dentro de los cuales pueden estar los pecados más graves y más serios, los cuales son fáciles de reconocer; pero hay muchos pecados sutiles o menos serios los cuales no son fáciles de discernir. No es sino hasta que nuestra comunión en vida se profundice que nosotros seremos capaces de reconocer estos pecados y de tratar con ellos. Por eso, nunca debemos medir a otros con la vara de nuestra propia consciencia, ni debemos aceptar la consciencia de otro como la vara por la cual nos medimos nosotros mismos. Todos debemos aprender a tratar con los pecados sólo de acuerdo con nuestra propia consciencia en el momento en que estamos en comunión con el Señor.

Debemos darnos cuenta, al mismo tiempo, que a pesar de que tratamos con los pecados de los cuales estamos conscientes, esto de ninguna manera indica que todos nuestros pecados han sido tratados completamente, pues todavía existen muchos hechos pecaminosos de los cuales no estamos conscientes. Así que, si nosotros queremos tratar con nuestros pecados completamente, debemos fortalecer nuestra comunión con Dios. En la medida en que esta comunión se fortalezca, lo consciente que estemos con respecto al pecado vendrá a ser correspondientemente ampliado y nuestro tratar con los pecados será más completo.

¿Cómo podemos fortalecer nuestra comunión? Primero, debemos ampliar la esfera de nuestra comunión. El grado de consciencia que tengamos es el grado de nuestra comunión. En la comunión nosotros abrimos todo delante del Señor. Cuando hacemos esto tenemos consciencia con relación a todas las cosas y, por ende, podemos tratar con todas ellas. Al mismo tiempo, mientras tratamos con los pecados de los cuales estamos conscientes, nuestra comunión aumenta naturalmente. Entonces, mientras nuestra comunión aumente, más pecados serán revelados y aumentarán nuestros tratos. Cuanto más tratemos con los pecados y más aumente nuestra comunión, más amplia llegará a ser el área de nuestra consciencia y más aumentará nuestro trato. Así que nuestros tratos cubren todos los aspectos.

Segundo, debemos profundizar nuestra comunión. A medida que el área de nuestra comunión se amplía, tratamos con cada pecado, pero estos tratos no son completos. Es por esta razón que nuestra comunión con el Señor necesita ser profundizada. Mientras nuestra comunión se profundiza, nuestra conciencia se profundiza igualmente. Al darnos cuenta de que nuestros tratos anteriores no fueron suficientemente cabales, los llevamos a cabo nuevamente. Tener más tratos trae una comunión más profunda y mientras la comunión se profundiza, nosotros experimentamos más tratos. Entonces no sólo todos los pecados que necesitan ser tratados son tratados, sino que son tratados de una manera muy exhaustiva.


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