Testimonio de Jesús, Elpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-8269-4
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Los “fundamentalistas”, que asumen una postura objetiva, se interesan principalmente por las doctrinas de manera tradicional. Sin embargo, en la vida de iglesia, a nosotros no nos interesa la manera tradicional. Nos interesa la experiencia fresca y viviente que tenemos de Cristo. Tenemos que cotejar todo con nuestra experiencia de Cristo. Algunos dicen que el Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo— son tres personas separadas. Sin embargo, no podemos decir que hay tres personas en nuestro ser. En nuestra experiencia, el Dios Triuno que mora en nuestro ser es uno solo. Siempre que le invocamos al decir: “Oh Señor” o “Oh Padre”, Él es el mismo. De joven me enseñaron que debía dirigir mis oraciones al Padre y no al Hijo ni al Espíritu, porque el Espíritu Santo es solamente el “poder para la obra” y el Hijo es el medio por el cual oramos al Padre. Sin embargo, a veces esto me resultaba confuso. Había ocasiones que al orar al Padre yo decía: “Oh Señor”. Después tenía que arrepentirme, pedirle perdón y comenzar de nuevo a orar al Padre que está en los cielos. Con el tiempo, me di cuenta de que todo eso no era necesario. Nuestra experiencia nos confirma que el Padre es el Señor y el Señor es el Padre (Is. 9:6, Jn. 14:9-10). No es necesario diferenciar al Padre del Hijo en nuestras oraciones y experiencias. Son muchos los que están en el cristianismo que simplemente pelean, se oponen y levantan argumentos conforme a sus enseñanzas tradicionales, sin tener el conocimiento apropiado en cuanto a la experiencia de Cristo. Sus experiencias son pobres y sus enseñanzas tradicionales mantienen a otros en tal pobreza.
Lo único que nosotros sabemos es comer a Jesús, y estamos seguros de que la manera de comer a Jesús es invocar, diciendo: “Oh, Señor Jesús. Amén. ¡Aleluya!”. Si repetimos esto tres veces temprano en la mañana, seremos refrescados. Hemos visto que Apocalipsis 2:7 nos habla de comer del árbol de la vida. El versículo 17 dice: “Al que venza, daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe”. Esto indica que si comemos a Jesús, seremos transformados. Luego, el versículo 12 del capítulo 3 dice: “Al que venza, Yo lo haré columna en el templo de Mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de Mi Dios, y el nombre de la ciudad de Mi Dios, la Nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de Mi Dios, y Mi nombre nuevo”. Si somos aquellos que vencen al comer de Jesús, seremos transformados en piedras blancas así como edificados en el templo de Dios. Según Apocalipsis 22:22 el templo será la Nueva Jerusalén misma. En ésta no habrá templo porque el templo se habrá agrandado hasta llegar a ser la ciudad misma. Comer a Jesús, ser transformados y ser edificados constituyen la experiencia que tenemos en las iglesias locales, y esto es el testimonio de Jesús en contra de las naciones, las denominaciones y la generación torcida y perversa.
El libro de Apocalipsis en su totalidad nos da a conocer la revelación de Cristo y el testimonio de Jesús; y el testimonio de Jesús es simplemente las iglesias locales. En los primeros tres capítulos de este libro, las iglesias locales como testimonio de Jesús están en contra de la presente generación torcida y perversa, la cual se compone del mundo, el judaísmo, el catolicismo y el protestantismo. Nosotros, como testimonio de Jesús, protestamos contra tales cosas. Luego, Apocalipsis del capítulo 4 al 11 nos revela la situación mundial. Nosotros no estamos en el mundo, tal como lo está la iglesia en Pérgamo, donde se halla el trono de Satanás (2:13). Después, en el capítulo 12 se nos revela a una mujer maravillosa que es pura, genuina, resplandeciente, celestial y que resplandece con los portadores de luz, los luminares, en el universo —el sol, la luna y las estrellas. Esta mujer es la totalidad del pueblo de Dios, que se compone especialmente de la iglesia. El libro de Apocalipsis nos presenta dos líneas, o categorías, de mujeres, y cada una ellas tiene su propia consumación. La primera de ellas es Jezabel, que representa la Iglesia Católica y que tiene como resultado la gran ramera, Babilonia la Grande (2:20; 17:1-5). La otra línea la constituye la mujer pura, la cual primero es la mujer maravillosa resplandeciente del capítulo 12 y después, la novia de Cristo, la Nueva Jerusalén (19:7; 21:2).
¿En qué línea nos encontramos nosotros? Quizás estamos en la línea de la mujer resplandeciente; sin embargo, es posible que aún tengamos en nuestro ser elementos de las tradiciones antiguas de la vieja religión. Yo estuve por muchos años en la línea de la vieja religión. Fui enseñado conforme a las enseñanzas tradicionales del cristianismo, y me costó muchísimos años despojarme de todas las cosas erróneas que aprendí. En el cristianismo aprendí a hablar por el Señor de manera formal. Sin embargo, poco a poco me di cuenta que hablar de esa manera formal era simplemente conforme a las viejas tradiciones y ordenanzas religiosas. Hoy al hablar, tal vez yo diga: “Alabado sea el Señor. ¡Tengo algo maravilloso que decirles!”. Cuando David trajo el Arca a Jerusalén, él danzó con gran alegría delante de Jehová (2 S. 6:12-15). La mujer de David lo despreció por ello, y el hecho de condenarlo, hizo que ella no pudiera tener hijos (vs. 16, 23). Hoy nosotros nos regocijamos delante del Señor al proclamar que Él es bueno para comer como el árbol de la vida y el maná escondido. Si todos nosotros con regocijo comiéramos al Señor, produciríamos mucho fruto. No estamos limitados por ordenanzas ni prácticas algunas. Hoy tal vez estemos callados, pero mañana podemos reunirnos como el testimonio viviente de Jesús y clamar: “¡Aleluya, alabado sea el Señor! ¡Amén!”, delante de los demonios en la tierra y de los ángeles en el aire. A nosotros solamente nos interesa comer a Jesús. No estamos bajo el catolicismo, el judaísmo ni el protestantismo y tampoco somos partícipes de la mundanalidad. Somos la mujer celestial.
La mujer presentada en Apocalipsis 12 está en los lugares celestiales y está vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas (v. 1). Debemos ser personas resplandecientes, personas sin tinieblas ni intenciones ocultas. Todo debe estar a la luz. No debemos ser personas políticas ni falsas. Algunos cristianos dicen una cosa en la cara de las personas y otra distinta a sus espaldas, e incluso otra cosa completamente distinta en otras situaciones. No debemos hacer esto. La mujer resplandeciente es sincera, rigurosa, franca, honesta, resplandeciente y pura como el cristal. Nosotros no somos Jezabel; somos parte de la mujer celestial que está llena de luz y que tiene a los resplandecientes sol, luna y estrellas. Para muchos de nosotros todo era opaco cuando estábamos en las denominaciones, pero cuando entramos en la vida de iglesia, entramos bajo un cielo despejado. Todo cuanto nos rodea es claro como el cristal. Podemos ver con claridad incluso el lago de fuego, el lugar donde Juan vio a Satanás y la bestia (19:20; 20:10). Nunca habíamos tenido tanta claridad como ahora que estamos en la iglesia. Muchos de nosotros podemos testificar que desde nuestra entrada en la vida de iglesia, la luz nos ha iluminado. Esto se debe a que la iglesia forma una gran parte de la mujer resplandeciente como testimonio de Jesús, que testifica contra la generación torcida y maligna.
Por medio de nuestro resplandor testificamos contra la jerarquía, la división y la confusión que existe en las denominaciones. Debido a esto, ha surgido oposición contra nosotros. Esta oposición no es simplemente contra una persona; sino que está en contra del testimonio de Jesús como mujer resplandeciente que tiene el sol, la luna y las estrellas brillantes. El ministerio en el recobro del Señor fue enviado a este país con la comisión del Señor, con Su carga, con la Palabra pura, la luz resplandeciente, la realidad de la vida y la novedad del espíritu. Ninguna oposición prevalecerá contra estas cosas. La mujer resplandeciente prevalecerá como la Nueva Jerusalén en el cielo nuevo y la tierra nueva. Además, de esta mujer resplandeciente nacerá el hijo varón, aquellos que son fuertes, esto es, los vencedores, quienes derrotan al enemigo por causa de la sangre prevaleciente del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos (12:5, 11). Después, por medio de los vencedores vendrán el reino de Dios y la autoridad de Cristo. Hoy estamos en esta mujer maravillosa como el testimonio de Jesús.
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