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Experiencia subjectiva que tenemos del Cristo que mora en nosotros, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-9033-0
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CAPÍTULO TRES

EL CRISTO QUE MORA EN NOSOTROS

Lectura bíblica: Jn. 14:16-20, 23; 15:4a; Ro. 8:9-11; Ef. 3:16-17

Oración: Oh Señor, te adoramos porque Tú eres nuestro Dios, nuestro Creador y nuestro Redentor. Señor, juntos acudimos a Tu palabra delante de Ti con reverencia. Que Tú nos unjas ricamente con Tu Espíritu y te muevas en el interior de cada uno a fin de irradiar la luz de Tu palabra, de modo que mientras leamos podamos ver la luz y la revelación, y recibamos el suministro del Espíritu Santo.

Señor, te agradecemos y te alabamos desde lo profundo de nuestro interior, puesto que Tú moriste y resucitaste por nosotros y has llegado a ser el Espíritu vivificante, quien no sólo está en el cielo, sino también mora en nuestro espíritu. Señor Jesús, acudimos a Ti desde las profundidades de nuestro ser con la expectativa de que impartas más de Tu ser a nosotros nuevamente, y que transfundas a Ti mismo en nosotros mediante Tus palabras, las cuales son espíritu y son vida. Oh Señor, venimos aquí no sólo para oír Tus palabras, sino aún más para recibirte a Ti mismo, pues Tu mismo ser se encuentra en Tus palabras. Tus palabras que entran en nosotros son sencillamente Tu mismo que entra en nosotros. Señor, queremos que abras nuestra mente, alumbres los ojos de nuestro corazón y quites todos nuestros velos. Queremos que rocíes Tu sangre preciosa sobre nosotros nuevamente para limpiarnos, de modo que por causa de esta sangre podamos tener una conciencia pura y estemos en paz delante de Ti sin que haya barrera o temor alguno. Señor, es una gloria y una bendición el poder contactarte y tener comunión contigo. Danos una palabra de consuelo, una palabra sólida, una palabra de aliento, una palabra sanadora, y una palabra que suministre vida. Señor, cada uno de nosotros tiene una necesidad. Tú eres el Señor todo-suficiente. Danos una oración, o incluso sólo unas pocas palabras, para satisfacer la necesidad de cada uno. Verdaderamente acudimos a Ti para que nos des una palabra viviente.

Señor, te pedimos que destruyas a Tu enemigo, quien muchas veces nos molesta. Destruye su poder de tinieblas, e incluso destruye sus fortalezas en nuestra mente. Oramos para que elimines cualquier tibieza o vacilación en nuestro interior a fin de que todo nuestro corazón pueda inclinarse hacia Ti.

Señor, hoy es la mañana de Tu resurrección y el día de nuestra salvación. Que nos ganes y ganes más terreno en cada uno de nosotros. Señor, opera más y más entre nosotros para que, con nuestros espíritus elevados y fervientes, podamos darte gracias, alabarte y adorarte juntos. Tu nombre es un nombre victorioso. En este nombre oramos, y por este nombre atamos al hombre fuerte y saqueamos su casa. Que ganes toda la gloria esta mañana, y que Tu enemigo sea avergonzado. ¡Amén!

EL SEÑOR JESÚS COMO EL CONSOLADOR
QUE ESTABA FUERA DE SUS DISCÍPULOS
MIENTRAS ÉL ESTUVO EN LA TIERRA

En Juan 14:16 el Señor Jesús dijo: “Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador”. La palabra griega traducida “Consolador” es difícil de traducir debido a que es una palabra muy particular; su forma castellana es paracleto. La palabra se refiere a alguien que es llamado a estar al lado suyo para atenderle, para cuidar de usted y para asumir todas las responsabilidades que usted tenga. Si usted está enfermo, él es tanto el médico como el enfermero que cuida de usted. Si usted tiene un caso legal, él es un abogado que le ayuda a manejar el caso y que va a la corte para representarle en el litigio. Además, si usted encuentra cualquier problema en su vida diaria, él es su consejero. Él puede solucionar su problema y usted puede derramar su corazón delante de él y disfrutar de su protección bondadosa. Esta palabra griega implica mucho. En 1 Juan 2:1 se nos dice: “Tenemos ante el Padre un Abogado, a Jesucristo el Justo”. Este Abogado es nuestro Consolador. La palabra griega traducida “Abogado” es la misma que se traduce “Consolador”; los dos títulos se refieren a la misma Persona.

Originalmente, el Señor Jesús era Dios sobre todas las cosas y el Creador del universo (Ro. 9:5; Jn. 1:3). Un día Él se humilló a Sí mismo para llegar a ser un hombre al ser concebido y nacido de una virgen en un pesebre. Él vivió en la ciudad despreciada de Nazaret y creció en el hogar de un carpintero pobre. Cuando Él tenía treinta años de edad, Él salió a predicar la palabra, sanar a los enfermos, echar fuera demonios, hacer señales y prodigios, y enseñar la verdad. Él estuvo con Sus discípulos por tres años y medio, y estuvo muy atento a ellos. Él conocía sus problemas y fue capaz de satisfacer todas sus necesidades. Los padres aman a sus hijos, pero muchas veces no son capaces de proveerles ayuda alguna cuando los hijos tienen problemas. Sin embargo, el Señor Jesús no sólo era bondadoso y atento, sino también omnisciente y omnipotente. Él vivía, andaba, comía y bebía con Sus discípulos. Él solucionaba todos sus problemas y ministraba todas sus necesidades. Él no sólo era su Médico y Enfermero, sino también su Abogado y Consejero. Él verdaderamente era su Consolador.


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