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Cristo crucificado, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-3691-8
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Actualmente disponible en: Capítulo 13 de 14 Sección 3 de 4

CRISTO ES EL CENTRO Y LA REALIDAD
DE TODAS NUESTRAS ACTIVIDADES ESPIRITUALES

Eso no significa que cuando vayamos a predicar el evangelio, no necesitemos hablarles a las personas acerca de Dios, del pecado, de Jesús el Salvador y de la manera en que ellos pueden recibirlo como su Salvador, y que ahora únicamente tenemos que decirles que les estamos transmitiendo a Cristo para que lleguen a ser “uvas”. Más bien, esperamos que todos los cristianos reciban esta luz, a fin de que en su predicación del evangelio se olviden del cielo, del infierno y del sufrimiento futuro. Tenemos que decirles a las personas que la razón por la cual ellas sufren es que no tienen a Cristo. Aunque puedan tener muchas otras cosas, no tienen a Cristo. Tenemos que hacerles saber que nosotros somos cristianos, que tenemos a Cristo en nosotros, que somos pámpanos de Cristo, quien es la vid, y que hemos venido a visitarlos con el fin de transmitirles a Cristo. Una vez que ellas reciban a Cristo, llegarán a ser personas preciosas, resplandecientes y celestiales.

Todos debemos predicar el evangelio de esta manera: transmitir al Cristo que está en nuestro interior a nuestros amigos y a todos los de nuestra familia. Todos somos pámpanos de la vid. Cuando la vida de Cristo se transfunda en nosotros y pase por medio nosotros, fluyendo de nosotros a otros, ellos recibirán la vida de Cristo y vendrán a ser el fruto que nosotros producimos como pámpanos de la vid. Ésta es la meta de nuestra predicación del evangelio. Si predicamos el evangelio sin impartir a Cristo en los demás, nuestro evangelio carecerá de centro y de realidad. El centro y la realidad de todas nuestras actividades espirituales deben ser Cristo mismo.

El mismo principio se aplica cuando visitamos a los creyentes, los edificamos y pastoreamos. Cristo debe ser el centro y la realidad de todas nuestras actividades espirituales. Por ejemplo, supongamos que un hermano tiene un problema; supongamos que ha perdido su trabajo, que se ha caído o se ha descarriado, y que nosotros vamos a visitarlo simplemente con la intención de consolarlo, fortalecerlo y decirle que ore, lea la Biblia y reciba luz. Aunque no podríamos decir que esto esté mal, definitivamente esto muestra que todavía no conocemos la realidad espiritual. Simplemente estamos brindándole alguna ayuda y algún consuelo. Si bien esto es bueno, carece de Cristo y, por lo tanto, carece de centro y de realidad. Cristo es el centro de todas las cosas espirituales y también la realidad de todas las cosas espirituales.

DEBEMOS MINISTRAR CRISTO A OTROS
A FIN DE QUE OBTENGAN MÁS DE CRISTO

Si hemos visto que la realidad espiritual es Cristo mismo, cada vez que salgamos a visitar a los santos, a pastorearlos o a enseñarles, tendremos siempre presente el principio conforme al cual debemos ministrarles Cristo a ellos. Esto no consiste simplemente en consolarlos en sus sufrimientos, sino en transmitirles y suministrarles a Cristo por medio de la comunión. Ésta es la razón por la cual necesitamos ganar y experimentar más de Cristo, ya que si no hemos recibido el suministro de Cristo, nos será muy difícil impartir algún suministro a otros, y si tampoco hemos experimentado a Cristo, nos será muy difícil suplir a otros. Hay un himno que dice: “Él vive por mí para que yo pueda dar / Su amor a los corazones que sufren” (Hymns, #362). Espero que todos seamos esta clase de personas, los que dan Su amor a los corazones que sufren.

Algunos predican el evangelio teniendo como meta que la gente pueda escaparse de la perdición eterna, mientras que otros predican el evangelio con la meta de que Cristo pueda ser ministrado. Ya hemos visto claramente la diferencia entre éstas dos. Por consiguiente, cuando salgamos a predicar el evangelio, debemos tener muy presente este principio y pensamiento central: que nuestro objetivo es transmitir a Cristo en otros a fin de que ellos puedan recibir la vida y la naturaleza de Cristo, es decir, que puedan recibir la vida de la vid. Ésta es la meta de nuestra predicación del evangelio.

De igual manera, es posible que tengamos dos metas diferentes al edificar a los santos y al cuidar de ellos. Muchas veces no tomamos a Cristo como nuestra meta al cuidar de los santos. Por ejemplo, cuando una persona está enferma y vamos a visitarla, a menudo queremos darle algunas palabras de consuelo. Asimismo, cuando una persona está confundida a tal punto que no es capaz de distinguir entre su mano derecha y su izquierda, y nosotros vamos a visitarlo, queremos ayudarle para que su mente entienda todo con claridad. Así, al visitar, al exhortar y al pastorear a los santos siempre tomamos como nuestra meta otras cosas que no son Cristo. Debido a que no vemos este asunto con claridad ni lo tomamos con la debida seriedad, nos desviamos del centro y propósito de nuestra predicación del evangelio y de nuestra visita. Es imprescindible que veamos que separados del Señor nada podemos hacer.

La realidad espiritual depende de que satisfagamos la necesidad del hombre con el Cristo que está en nosotros. Si hemos visto esto, independientemente de lo que hagamos, ya sea exhortar, animar o pastorear a las personas, retendremos el principio según el cual debemos ministrar a Cristo en otros a fin de que obtengan más de Cristo. Si bien es cierto que cuando visitamos a las personas esperamos que ellas sean fervientes y no retrocedan, con todo, debemos tener una meta mucho más positiva, la cual es Cristo mismo; tenemos que ministrarles a Cristo. Sin importar si ellas son indiferentes, se han descarriado o están confundidas, debemos tener una sola meta, y ésta es, infundir a Cristo en ellas.


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