Experiencia que tenemos de Cristo, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-4619-1
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Filipenses 3:10 y 11 hablan tanto de la muerte como de la superresurrección de entre los muertos. La muerte aquí se refiere a la muerte preciosa de Cristo que todo lo logró. En el mensaje anterior vimos los muchos logros que la muerte de Cristo obtuvo a nuestro favor. Y en este mensaje llegamos al resultado o al fruto de ser configurados a la muerte de Cristo: que lleguemos a la superresurrección de entre los muertos. La muerte es la condición o requisito para que lleguemos a la superresurrección. Por consiguiente, en estos versículos se nos habla tanto de la condición como de la meta. La palabra griega traducida “llegase” en el versículo 11 nos da entender que Pablo deseaba alcanzar cierta meta, la meta de la superresurrección.
Muchos cristianos no tienen claro cuál es la meta de su vida cristiana. Después que creímos en el Señor Jesús conforme a la economía neotestamentaria de Dios, fuimos bautizados. El significado del bautismo es que nuestro ser natural es eliminado y nosotros somos germinados con la vida divina. En el bautismo, la vida natural es sepultada, y surge una nueva vida. Sin embargo, el bautismo es sólo el comienzo de nuestra vida cristiana. Nuestra vida cristiana también tiene una meta, y dicha meta es la superresurrección. La palabra superresurrección significa que cada parte de nuestro ser será resucitada. Cuando fuimos bautizados, nuestra vieja vida, nuestra vida humana, fue aniquilada y sepultada, y una nueva vida, la vida divina, que es Cristo mismo, se levantó en nuestro interior. En aquel tiempo, empezamos nuestra vida y andar cristianos. El andar cristiano implica un largo proceso, y nos lleva muy lejos, y al final de este andar está la meta a la cual necesitamos llegar. Como ya mencionamos, esta meta es la superresurrección, la resurrección extraordinaria. El camino que conduce a esta meta es el proceso de resurrección.
El día en que fuimos bautizados, debimos haber entendido que nuestro viejo hombre, el hombre natural con la vieja vida, fue sepultado. Por medio de dicha sepultura, la vida divina, la vida eterna, surgió desde nuestro interior, y empezó nuestro andar cristiano. Una nueva vida había empezado a vivir en nosotros con la meta de introducir todo nuestro ser en la resurrección. Entre el bautismo y la meta tenemos el largo proceso de llegar a la superresurrección. Pese a que el significado de nuestro bautismo es que nuestro viejo hombre ha sido sepultado y que otra vida se ha levantado para vivir dentro de nosotros, nosotros no vivimos conforme al significado de nuestro bautismo. La mayor parte del tiempo nosotros vivimos por nuestra vida natural y no por Cristo. Es debido a que vivimos mucho por nuestra vida natural que el proceso de resurrección debe continuar.
La Epístola a los Filipenses fue escrita de tal manera que si no tenemos la experiencia de lo que allí se describe no nos resultará fácil entenderla. Recuerden que los versículos del 8 al 11 del capítulo 3 constituyen una larga frase. En el versículo 8 Pablo dice que estimaba como pérdida todas las cosas por causa de la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús el Señor. Además, en el versículo 9 nos dice que él deseaba ser hallado en Cristo en una condición en la cual no tuviera su propia justicia que es por la ley, sino la justicia que es Dios mismo expresado en su vivir. Todo esto tenía como propósito conocer por experiencia a Cristo, el poder de Su resurrección y la comunión en Sus padecimientos, y también ser configurados a Su muerte, para que de algún modo pudiese llegar a la superresurrección de entre los muertos.
Por lo tanto, llegar a la superresurrección es el resultado, el fruto, de ser configurados a la muerte de Cristo. Ser configurados o moldeados a la muerte de Cristo significa permanecer continuamente en Su muerte. Si permanecemos en la muerte de Cristo y nos dejamos moldear a Su semejanza, esto dará por resultado que cada parte de nuestro ser sea gradualmente resucitada.
Los expositores de la Biblia han tenido dificultades para entender la palabra “resurrección” como se menciona en Filipenses 3:11. En particular, han encontrado muy difícil determinar si se refiere a la resurrección futura cuando el Señor regrese o a la experiencia presente de la vida de resurrección. Algunos han dicho que esta resurrección no puede referirse a la experiencia presente que tenemos de la resurrección, sino a la resurrección que tendrá lugar cuando el Señor regrese y los santos que han muerto sean resucitados. Otros, en cambio, no han estado de acuerdo con esta perspectiva y han dicho que según el contexto, debe de referirse a la experiencia actual. Por muchos años, pasé mucho tiempo orando al respecto, buscando al Señor para que me permitiera comprenderlo. Finalmente llegué a ver que este asunto de la superresurrección es un proceso que tiene un comienzo y un final. El tiempo que transcurre entre el comienzo y el final constituye el periodo que toma este proceso. Por lo tanto, la superresurrección de la cual se nos habla en este versículo estrictamente no se refiere a algo presente o futuro, sino que más bien se refiere al proceso que empezó el día en que fuimos bautizados y que concluirá cuando lleguemos a la resurrección sobresaliente. Mientras proseguimos hacia esta meta, nos encontramos en el proceso de ser resucitados.
Nuestra resurrección comienza con nuestra regeneración. Como pecadores, todos nosotros éramos parte del viejo Adán. Éramos viejos en todo aspecto; éramos viejos en cuerpo, alma y espíritu. Pero cuando creímos en el Señor Jesús, algo nuevo entró en nosotros. El Espíritu Santo de Dios entró en nosotros para regenerarnos con la vida de Dios. De este modo, por medio de la regeneración, nuestro espíritu, que se hallaba en una condición de vejez y muerte, fue resucitado. La Biblia dice que cuando fuimos salvos, se nos dio vida (Ef. 2:5). Antes de ser salvos, estábamos muertos en delitos y pecados (2:1; Col. 2:13). Pero cuando creímos en el Señor Jesús, el Espíritu Santo de Dios entró en nosotros para vivificar nuestro espíritu muerto con la vida divina. En ese momento, una parte de nuestro ser, nuestro espíritu, fue resucitada. Pero, ¿qué de las demás partes de nuestro ser, como nuestra mente, parte emotiva, voluntad y corazón? Cuando fuimos regenerados en nuestro espíritu, estas partes aún no fueron resucitadas. Sin embargo, la meta de Dios es resucitar todo nuestro ser.
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