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Testimonio de Jesús, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-8269-4
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Actualmente disponible en: Capítulo 5 de 11 Sección 3 de 4

LAS IGLESIAS SON EL TESTIMONIO DE JESÚS

Sin embargo, ahora Dios necesita el agrandamiento de Su testimonio, que es la iglesia. Cristo es el testimonio de Dios, y la iglesia es el testimonio de Jesús. Lo que Dios es, es expresado completamente en Jesús, y lo que Cristo es debe ser plenamente expresado en la iglesia. Tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento hablan del candelero de oro. En Éxodo vemos un solo candelero, singular (25:31-40). Este candelero simboliza a Cristo que, como testimonio de Dios, resplandece como luz divina en las tinieblas. Sin embargo, en el Nuevo Testamento, ya no hay un solo candelero sino que hay siete (Ap. 1:11-12, 20). Los candeleros ya no son uno solo, ya no son singular en número sino plural, ya no son individuales sino colectivas. Ahora el testimonio de Dios no es un asunto individual sino corporativo. El número siete denota compleción y perfección. En Apocalipsis vemos la compleción del candelero. En el Antiguo Testamento el candelero simbolizaba a Cristo de forma individual y en el Nuevo Testamento los siete candeleros simbolizan a las iglesias de manera corporativa. El testimonio de Dios en el Antiguo Testamento era una entidad individual, pero en el Nuevo Testamento es corporativa. Incluso en el Antiguo Testamento ya había indicios en cuanto a la pluralidad del candelero. El candelero tenía seis brazos, tres en cado uno de los lados, y siete lámparas. Esto significa que el Cristo único se ramificaría para llegar a ser séptuple. En el Antiguo Testamento Cristo era uno solo como el candelero con siete lámparas. Entonces, en el Nuevo Testamento hay siete candeleros, lo cual indica que el único Cristo se “ramificó”. Así como Él es el testimonio de Dios, las iglesias son Su testimonio.

Apocalipsis 1:1 y 2 revelan que este libro no sólo es la revelación de Cristo, sino también un relato acerca del testimonio de Jesús, y como tal, este libro habla de las iglesias. El versículo 9 dice: “Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la perseverancia en Jesús, estaba en la isla llamada Patmos, por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesús”. Inmediatamente después de esto, Juan recibió la visión de los siete candeleros, esto es, las iglesias locales, junto con el Cristo maravilloso que andaba en medio de ellos (vs. 11-13). Ésta es la visión del testimonio de Jesús. Por tanto, las iglesias locales son el testimonio de Jesús.

Los candeleros son de oro puro,
el cual representa
la naturaleza divina de Dios

Este testimonio es de oro puro. En tipología, el oro representa algo maravilloso. El oro puede ser considerado como el elemento más puro. Además, nada puede afectar al oro. No importa lo que se le haga a un objeto de oro, éste permanece inalterable. El oro puede resistir toda clase de trato, prueba o estragos; además, jamás se oxida. Por eso, el oro representa a Dios en Su naturaleza divina. Dios es puro, Él es la pureza misma. No hay nada en este universo que sea tan puro como Dios. Apocalipsis 22:1 nos habla de un río de agua de vida, resplandeciente como cristal. A veces al dar un mensaje percibimos el agua de vida, mas esta agua no es muy clara ni muy pura. Por esta razón, mientras les hablo, miro al Señor y le digo: “Señor, habla la palabra pura a través de mí”. Únicamente Dios es pureza.

Dios no puede ser perjudicado jamás. Consideren cuantas pruebas pasó el Señor y las tentaciones que padeció. Al final, nada pudo perjudicarle ni cambiarle. Nosotros, sin embargo, no somos así. Yo he visto en mi ministerio en el pasado a muchos jóvenes, y muy buenos. Al principio de 1933 conocí en mi ciudad natal, en la provincia de Shantung, a un grupo de cristianos jóvenes que eran estudiantes de la facultad de medicina. En ese entonces, ellos amaban al Señor. Yo amaba esos jóvenes, y en diversas ocasiones me invitaron a darles una palabra. Sin embargo, en menos de diez años, todos esos queridos jóvenes cambiaron. Cuando eran estudiantes, ellos siguieron fielmente al Señor, pero cambiaron después de su graduación. Algunos cambiaron a raíz de su práctica médica, mientras que otros cambiaron porque se casaron. En los Estados Unidos también conocí a jóvenes prometedores, pero con el tiempo ellos tampoco pudieron permanecer firmes ante las trampas que representaban su trabajo o sus matrimonios. No es necesario mencionar otros aspectos; tan sólo el trabajo o el matrimonio pueden hacer que cambiemos. A veces incluso ser dueño de un automóvil puede cambiar a un hermano, y las modas modernas de las tiendas cambiar a una hermana. Una hermana puede amar verdaderamente al Señor, pero es posible que no pueda resistir las tentaciones de la moda moderna. Nosotros también somos muy volubles. Cuando Jesús vivió en la tierra, Él pasó por muchísimas cosas, pero siempre era el mismo. Con Él, nunca hubo un cambio. Esto se debe a que Él era el testimonio de Dios.

Además, Jesús nunca “se oxida”, o sea, jamás se deja corromper. Debido a que todos nos “oxidamos” constantemente, necesitamos las reuniones para “pulirnos” de nuevo. Si no asistiéramos a la reunión por dos semanas, nos habremos oxidado mucho. Yo también necesito las reuniones. Por lo general, ministro la palabra una noche por semana; y asisto a todas las demás reuniones a fin de ser pulido, porque yo también sufro por causa de la carne. La oxidación se produce principalmente por la humedad. Por un lado, nuestros cónyuges e hijos son como el fuego que nos queman, pero, por otro, son como la humedad que nos hacen oxidar. Nosotros nos oxidamos porque no somos divinos; sólo somos seres humanos. Incluso el cobre, que es muy semejante al oro, también se oxida. Existe un solo elemento que jamás se oxida, este es, Dios como nuestro oro.

Ahora vemos por qué el testimonio de Dios es un candelero de oro y el testimonio de Jesús hoy es los candeleros de oro. El verdadero testimonio es algo absolutamente divino y nada tiene que ver con lo humano. Si nuestro amor es solamente humano, se oxidará en poco tiempo. Nuestro amor humano está contaminado e incluso es maligno. Podemos comparar nuestro amor humano con el cobre y con el bronce que aparentemente son buenos pero se oxidan. El testimonio de Jesús debe ser de oro, o sea divino, y esto es posible porque Él se ha forjado en nosotros. Todos debemos ver que lo que Dios desea no es simplemente seres humanos. Tampoco debemos decir que tenemos la razón o que somos competentes en alguna cosa. No hay diferencia si estamos o no en lo correcto, o si somos buenos o malos, tal como no hay diferencia si una pieza de cobre brilla o se oxida. El problema radica en que es simplemente una pieza de cobre. Lo que Dios desea no es nosotros, el cobre, sino Él mismo, el oro. Es posible que una pareja de casados discuta muy a menudo. En este tipo de disputas, todos los esposos siempre insisten en tener la razón y las esposas se justifican a sí mismas. Aquellos que aún no han visto que da lo mismo que uno tenga la razón o no siempre querrán justificarse y argumentar. Nosotros somos simplemente “cobre” y a veces somos incluso “barro”. Aun si tuviésemos toda la razón, no somos oro. Lo que Dios quiere es el oro. Si vemos esto, descubriremos el secreto que hará que dejemos de discutir con nuestro cónyuge. Si hemos visto que lo que Dios quiere no es lo que somos, dejaremos de discutir y de justificarnos, porque nos daremos cuenta de que si estamos en lo correcto o no, si somos buenos o malos, de nada sirve. Lo que cuenta a los ojos de Dios es únicamente Él mismo.


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