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Principios básicos en cuanto al ancianatopor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-4731-0
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“MAYORDOMO DE DIOS”

Los requisitos de los ancianos mencionados en Tito 1 son prácticamente los mismos que se mencionan en 1 Timoteo 3. Sin embargo, en Tito 1:7 Pablo añade diciendo que el que vigila “sea irreprensible, como mayordomo de Dios”. Un mayordomo no es solamente un siervo, sino también alguien que imparte un suministro. Por lo tanto, un anciano debe ser alguien que imparte o ministra a Dios a los demás. Servir a Dios no simplemente significa hacer algo para Dios, sino también ministrar a Dios a los demás.

“JUSTO, SANTO”

En Tito 1:8 Pablo escribe diciendo que el que vigila debe ser “justo, santo”. Estas palabras no se mencionan en 1 Timoteo 3, no obstante, ellas muestran que el concepto de Pablo es que los requisitos de los que vigilan no se basan en su capacidad, sino en su conducta. Un anciano debe ser alguien que es justo y santo. Ser justo principalmente tiene que ver con los hombres, y ser santo principalmente tiene que ver con Dios.

“RETENEDOR DE LA PALABRA FIEL”

El versículo 9 empieza diciendo: “Retenedor de la palabra fiel”. La palabra fiel denota la revelación completa del Nuevo Testamento. Los ancianos deben adherirse a esta revelación. Esto implica que ellos deben estudiar y aprender, pues no es posible retener algo que uno primero no haya recibido.

En 1 Timoteo 3:2 dice que el que vigila debe ser “apto para enseñar”. Esta clase de enseñanza es primordialmente en el aspecto positivo, para fortalecer a los miembros de la iglesia. Sin embargo, los ancianos deben retener la palabra fiel para “exhortar con sana enseñanza” y también para confrontar a los que se oponen (Tit. 1:9). Esto muestra que los que vigilan deben impartir estas dos categorías de enseñanza: una para edificar a los santos y otra para pelear la batalla, a fin de tapar la boca de hombres habladores de vanidades y engañadores (vs. 10-11). Los ancianos deben aprender a enseñar a fin de tapar la boca a los habladores y engañadores.

Al usar la frase “habladores de vanidades y engañadores”, Pablo principalmente se refiere a los judaizantes, a “los de la circuncisión” (v. 10). Los judaizantes eran aquellos que pervertían y distorsionaban la verdad del evangelio a fin de desviar a los creyentes y conducirlos nuevamente a la ley de Moisés. Hoy en día diferentes clases de habladores y engañadores intentan desviar a los creyentes. Por lo tanto, los ancianos deben hablar a fin de tapar la boca a tales personas. Al igual que la comida que una madre debe preparar para sus hijos, la enseñanza de los ancianos que convence a los que se oponen, no es principalmente una cuestión de don o capacidad, sino de deber u obligación. Si una madre no sabe cocinar, debe aprender. De la misma manera, un anciano no puede eximirse de la labor de enseñar sólo debido a que no es un don para el Cuerpo como maestro. No es fácil ser un anciano. Cuando los engañadores propagan mentiras, los ancianos de una iglesia local no necesitan llamar a alguien de otra localidad a que venga a socorrerlos. Es la carga de todos los ancianos aprender a enseñar.

Todos los ancianos tienen que estudiar la Biblia y los libros del ministerio a fin de ser plenamente educados en los aspectos cruciales de la verdad. La enseñanza de los apóstoles se halla enteramente en la Biblia, pero debido a que la Biblia es un libro profundo, necesitamos la ayuda de los libros del ministerio a fin de estudiarla. Por consiguiente, primero debemos invertir tiempo estudiando la Biblia directamente, y luego pasar tiempo estudiando los libros del ministerio. Estos libros incluyen todas las enseñanzas cristianas positivas que han sido impartidas a través de los siglos y deja fuera las cosas erróneas. Si los leemos, recibiremos una educación completa. Si somos educados en la enseñanza de los apóstoles, podremos salvaguardar y proteger la iglesia local. Ser un anciano no consiste simplemente en administrar la iglesia, sino que, más importante que ello, es que todo anciano debe aprender las verdades a fondo y ser capaz de enseñarlas a otros.

Si conocemos la verdad y la experimentamos, nuestras palabras producirán impacto, no por la elocuencia con que hablemos, sino por la realidad. Podremos refutar las mentiras de los que se oponen así como los que vigilan pudieron tapar la boca de los judaizantes de la antigüedad. Cuando tenemos el conocimiento y la experiencia de la verdad, nuestro hablar llega a ser nuestro testimonio. Ésta es la urgente necesidad hoy porque, como ancianos, no sólo debemos protegernos de los engañadores, sino también delatar y tapar las bocas engañadoras, al presentar la verdad de forma contundente.

El versículo 9 habla de la sana enseñanza. Cuando hemos sido nutridos y sanados por la sana enseñanza, podemos transmitirla a otros en nuestra exhortación. Todo anciano debe poder hacer esto. Los ancianos deben entregarse al estudio de la Biblia y de los libros del ministerio. Si somos ancianos simplemente en nombre, seremos como los médicos que ejercen medicina sin haberla estudiado. La carencia de candidatos para el ancianato, quienes retuvieran la palabra fiel, puede haber sido la razón por la cual Pablo tuvo reservas en nombrar ancianos en Creta (v. 5).

Si tenemos el debido conocimiento y experiencia de las verdades espirituales, sabremos qué debemos hablar, no sólo en una reunión, sino también en cualquier ocasión, así como un carpintero sabe qué herramienta usar para cada tarea. Si no tenemos la suficiente destreza al hablar, tal vez se deba a que no hemos recibido una educación completa en cuanto a las verdades espirituales o no las hemos experimentado debidamente. Los ancianos no deben depender de los colaboradores que viajan. Todos tenemos que aprender por nosotros mismos. Lo que practican muchos en el cristianismo actual es donar su dinero para contratar a alguien que haga las cosas por ellos. El hermano Watchman Nee resumió la actitud de la mayoría de cristianos de la siguiente manera: “Si uno está enfermo, llama a su médico; para un litigio, llama a su abogado; y para asuntos espirituales, llama a su pastor. ¿Y qué hacemos nosotros? Podemos dedicarnos a las labores seculares sin que nada nos distraiga” (La ortodoxia de la iglesia, pág. 23). Por el contrario, todos nosotros —sobre todo los que vigilan— debemos ser entrenados en los asuntos espirituales.

Ser anciano aparentemente es muy difícil, pero en realidad es un disfrute. Cuanto más estudiamos la Biblia y los libros del ministerio, más disfrutamos. También es un gran disfrute poder ayudar a otros en la iglesia, y especialmente ministrar a Cristo a los jóvenes y a los débiles. En la economía de Dios ser un anciano es una gran bendición. Por lo tanto, debemos tener el ancianato en alta estima.

Los ancianos son cruciales para que la economía de Dios se lleve a cabo exitosamente. Si los ancianos fracasan, Dios sufrirá una derrota temporal. El testimonio de Dios hoy en día reposa sobre los hombros de los ancianos; son ellos quienes portan el Arca del Testimonio. Pese que Pablo era el mejor de los apóstoles, muchas de las iglesias que estaban bajo su ministerio se encontraban en una condición deplorable porque los ancianos no eran personas idóneas. La carga del testimonio de Dios no reposa directamente sobre los apóstoles ni sobre los profetas, sino sobre los ancianos.

Si los ancianos ejercen su función debidamente, las iglesias locales no llegarán a ser una organización jerárquica inapropiada que está bajo el control de alguna persona. Toda iglesia local debe ser administrada localmente, y ninguna iglesia local debe estar por encima de otras. Esto es conforme a la administración de Dios en Su economía, la cual es distinta de cualquier gobierno o administración que haya existido en la historia humana. Cuando cada miembro del Cuerpo de Cristo cumple debidamente su función, la posición de cabeza y el reinado son reservados exclusivamente para el Señor. La iglesia no es una organización, sino un organismo universal. Todos debemos aprender estas cosas y retenerlas a fin de tapar la boca de los habladores de vanidades y engañadores.


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