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Edificación de la iglesia, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-7483-5
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LA EDIFICACIÓN DE LA IGLESIA
ES LA EDIFICACIÓN
DE LA NUEVA JERUSALÉN

Dios le mandó a Noé que edificara el arca (Gn. 6:13-14). De igual manera, Dios manda a los creyentes neotestamentarios que edifiquen la iglesia (1 Co. 3:10, 12; 14:12, 26; Ef. 4:12, 16), la cual llegará a ser en su consumación la Nueva Jerusalén (Ap. 21:2, 9-10). En cada localidad muchos santos preciosos están edificando la iglesia al conducir nuevas personas a la salvación, al ayudarlas a ser transformadas y al acoplarlas como parte del edificio. Aunque estos santos no estén conscientes de ello, su labor corresponde a la edificación de la Nueva Jerusalén. Espero que un día cuando estemos en la Nueva Jerusalén, reconozcamos a los que trajimos a la iglesia y comprendamos que los edificamos como parte de la Nueva Jerusalén. Algunos en el cristianismo no aceptarían esto. Incluso pueden considerarnos herejes, pero esto es lo que se revela en la Biblia. No es una enseñanza cristiana tradicional, sino la visión celestial. Cuando nos veamos unos a otros en la Nueva Jerusalén, comprenderemos que lo que estábamos edificando en las iglesias era la Nueva Jerusalén.

Dios no edificó el arca por Sí mismo; del mismo modo, tampoco Dios edificará la iglesia por Sí mismo. Dios edificó el arca por medio de la edificación realizada por Noé, y hoy el Señor también está edificando la iglesia mediante nuestra obra de edificación de la iglesia. Muchos santos que aman al Señor y dan el todo por la vida de iglesia no lo comprenden, pero están edificando la Nueva Jerusalén. El arca que Noé edificó era simplemente un tipo. La Nueva Jerusalén es el arca final, el arca eterna. Hoy estamos edificando el arca final, que nos salvará de la era presente maligna del viejo cielo y la vieja tierra, y nos introducirá en la nueva era en el cielo nuevo y la tierra nueva.

Puedo decirles esto con denuedo porque en el recobro del Señor hemos visto la visión de la iglesia. Como resultado, sabemos lo que el Señor está haciendo hoy, y sabemos también lo que estamos haciendo hoy en Su recobro bajo Su visión. No estamos predicando ni ministrando a ciegas, tratando de ayudar a otros mientras nosotros mismos no sabemos adónde vamos. Tenemos una meta clara, a saber: la Nueva Jerusalén. Por lo tanto, tenemos plena seguridad y valor para declarar con fe que nuestra edificación de la iglesia hoy es la edificación de la Nueva Jerusalén, a fin de que se cumpla el propósito eterno de Dios. Pedro vio esta visión, puesto que en su predicación en el día de Pentecostés, él dio a entender que Jesucristo no sólo es el Salvador para la salvación de los escogidos de Dios, sino también la piedra destinada al edificio eterno de Dios.

LA MANERA EN QUE SOMOS TRANSFORMADOS
EN PIEDRAS PRECIOSAS ÚTILES
PARA EL EDIFICIO DE DIOS

Mediante la regeneración

Ahora necesitamos ver cómo nosotros, seres humanos caídos, pecaminosos, corruptos y contaminados, podemos llegar a ser piedras preciosas útiles para el edificio de Dios. A fin de llegar a ser tales piedras preciosas, debemos primero ser regenerados, necesitamos nacer de nuevo. En 1 Pedro 1:3 se nos dice que fuimos regenerados mediante la resurrección de Jesucristo. Esto indica que fuimos identificados con Cristo, de la misma manera que las ocho personas de la familia de Noé se identificaron con el arca. Debido a que estaban en el arca, ellos eran uno con el arca. Adondequiera que estaba el arca, ellos estaban, y todo lo que el arca experimentó, ellos lo experimentaron. La historia del arca era su biografía; la vida del arca era su vida. Ser regenerados por la resurrección de Cristo significa que somos identificados con Cristo, es decir, que fuimos puestos en Cristo y que somos uno con Él.

El versículo 23 nos dice que fuimos regenerados de simiente incorruptible, la cual es la palabra de Dios que vive y permanece para siempre. La palabra de Dios es la palabra de vida. En la regeneración la palabra divina de vida entra en nosotros como simiente de vida. Ahora tenemos esta simiente en nosotros. Cada uno de nosotros es como una pequeña parcela. La tierra en esa parcela jamás puede producir un clavel si no se siembra en ella una semilla de clavel; sólo sería una pequeña parcela. No puede llegar a ser jamás una parcela viviente, llena de vida y llena de belleza. No importa cuántas enseñanzas le demos a esa parcela de tierra en cuanto a qué aspecto tiene una planta saludable, esas enseñanzas jamás causarán que dicha parcela produzca una planta. Muchos maestros, como Confucio, le han enseñado al hombre a ser apropiado y virtuoso, pero esas enseñanzas no han servido de nada. Nada que tenga vida o belleza ha sido producido a través de dichas enseñanzas. Jesús no vino para enseñar, sino para sembrarse a Sí mismo en el hombre como semilla de vida. Mateo 13 revela claramente que el Señor Jesús vino como Sembrador para sembrar las semillas de vida (vs. 3-8, 37). Éstas semillas son la palabra de Dios, y el Señor mismo que está dentro de esta palabra como vida (vs. 19-23; Lc. 8:11).

Pedro no era por naturaleza una persona maravillosa. De niño él probablemente fue muy travieso. No obstante, cuando él vino al Señor, sin que Pedro se percatara de ello, el Señor se sembró en su interior. Luego, cuando el Señor resucitó, la semilla que estaba en Pedro germinó. Después de la resurrección del Señor, vemos que Pedro llegó a ser otra persona. Él ya no era un niño travieso, sino un gran apóstol. Fue por ello que pudo ponerse en pie el día de Pentecostés para sojuzgar a miles de personas. El viejo Pedro no podría haber hecho eso. Sin embargo, la semilla que fue sembrada en él tres años antes floreció en el día de Pentecostés. Todos tenemos esta misma semilla gloriosa dentro de nosotros, la cual crece y finalmente florecerá. De hecho, en algunos ya ha empezado a florecer.


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