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Significado del candelero de oro, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-1338-4
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Actualmente disponible en: Capítulo 6 de 6 Sección 4 de 4

EN LA NUEVA JERUSALEN
HAY UN RIO DE AGUA DE VIDA

El Espíritu siempre fluye en nosotros después de quemarnos. Si experimentaremos más fuego aún después del fluir del agua de vida, dependerá de si hay algo más en nosotros que necesita ser quemado. El Espíritu seguirá ardiendo hasta que todo haya sido consumido por el fuego. Si llega el día en que ya no nos enojemos a pesar de que otros nos traten mal, entonces ya no habrá necesidad de más fuego, y sólo experimentaremos el fluir del agua de vida. Al alcanzar esta etapa llegamos a ser la Nueva Jerusalén, donde no hay más fuego sino únicamente el fluir del agua. En la Nueva Jerusalén hay un río de agua de vida que fluye por la eternidad. Ya no hay más fuego, porque el Espíritu ardiente ha llegado a ser el Espíritu que fluye. Allí habrá un río de agua de vida, resplandeciente como cristal, fluyendo por la eternidad.

Ninguno de nosotros ha llegado a dicha etapa, pero agradecemos al Señor que estamos en el camino. Ciertamente algunos tenemos la certeza de estar en el camino, pero muchos en las denominaciones no tienen la misma certeza debido a que no experimentan la iluminación, ni el fuego ni el fluir. Sólo hasta que tengamos estas experiencias subjetivas conoceremos lo que son, primero, las siete lámparas que resplandecen, luego, las siete lámparas de fuego, y después, el que las lámparas de fuego se conviertan en un río que fluye. Hay un río de agua de vida que fluye en nosotros a fin de regarnos, saturarnos y suministrarnos, para que a la vez podamos suministrar a otros. Esta es la realidad que experimentamos en la iglesia. Actualmente, la única iglesia que está en una condición apropiada es la Nueva Jerusalén. Muchos de nosotros aún no estamos en Apocalipsis 21 y 22, sino en Apocalipsis 4 con los relámpagos, las voces, los truenos y las siete lámparas de fuego que arden delante del trono. Sin embargo, no debemos olvidar que Apocalipsis 4 es el camino que conduce a Apocalipsis 21 y 22. El capítulo cuatro no es el final, sino el proceso; el final se halla en los capítulos veintiuno y veintidós. En Apocalipsis 21 y 22 vemos otra vez el trono mencionado en el capítulo 4. Es el mismo trono, pero lo que procede de él ya no es fuego, sino un río.

Hoy en la iglesia debemos manifestar este testimonio y vivir. Entre nosotros no sólo deben estar las lámparas que iluminan y el fuego que arde, sino también el agua viva que fluye. Si necesitamos el fuego, habrá fuego, y si necesitamos el agua, también habrá agua; pero el fuego no es la meta, sino el procedimiento. La meta es el agua viva. En otras palabras, la meta final de la iglesia es que las personas sean introducidas en el fluir del agua viva. “Y el Espíritu y la novia dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Ap. 22:17). Esta es la salvación; éste es el evangelio; y ésta es la vida de iglesia.

Al principio de Apocalipsis vemos que el Cordero tiene siete ojos, los cuales son los siete Espíritus, y también vemos que los siete Espíritus son las lámparas que arden; pero al final de Apocalipsis, la lámpara es el Cordero. Al alcanzar esta etapa, estamos en la eternidad. En la Nueva Jerusalén sólo se necesita la lámpara, no el fuego. Además, en la Nueva Jerusalén hay luz pero no hay fuego, y ella está llena de agua. Ahora, la iglesia tiene el resplandor y el fuego, pero el fuego finalmente llega a ser el agua que fluye. Dios es la luz, Cristo es la lámpara y el Espíritu es el agua que fluye; éste es el Dios Triuno. Cuando la iglesia madure y entre en una condición apropiada, sólo habrá luz y agua. No habrá más fuego, porque ya no habrá más personas derrotadas, degradadas ni descarriadas. Sólo necesitaremos la luz que ilumine nuestro mover y el agua que nos suministre; ya no tendremos necesidad de que el fuego nos juzgue ni nos queme. Esta será la condición de la Nueva Jerusalén. Gracias al Señor que hoy en la iglesia podemos tener un anticipo de la Nueva Jerusalén, donde hay luz y agua pero no hay fuego, porque todo el fuego está en el lago de fuego. En la iglesia todo ha sido juzgado; lo único que permanece es la presencia de Dios. En la presencia de Dios, El es la luz y Cristo es la lámpara, y desde El fluye el Espíritu como nuestra agua viva. Esta es nuestra experiencia hoy en la iglesia.


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