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Vivir en el que permanecemos mutuamente con el Señor en el espíritu, Unpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-9118-4
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CAPÍTULO DOS

VIVIR CON EL SEÑOR

Lectura bíblica: Jn. 3:6b; 6:57b; 14:19; 1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17; 2 Ti. 4:22; 1 Co. 6:17; Ro. 8:4; Gá. 2:20; Fil. 1:19-21a

En el capítulo anterior abarcamos brevemente el asunto de que nacimos para vivir. Después de ser regenerados, vivimos por causa del Señor. En este capítulo continuaremos a ver el asunto de vivir con el Señor.

LA REVELACIÓN CENTRAL DE LA BIBLIA

Vivir con el Señor ciertamente es un asunto misterioso. Es increíble que nosotros, los seres humanos, en particular pecadores, podamos vivir con el Señor, quien es divino y santo. Este asunto ha sido plenamente revelado y explicado a fondo en la Biblia; además, podría considerarse como el centro de todo el Nuevo Testamento, y es también una verdad transparente. Sin embargo, nosotros no tenemos este concepto cuando vamos a leer la Biblia. Por el contrario, tenemos muchos otros conceptos que son erróneos, tales como nuestros conceptos naturales, nuestros conceptos morales, nuestros conceptos religiosos y nuestros conceptos culturales. Es difícil que alguien sea liberado de estos cuatro tipos de conceptos. Nuestro concepto natural es que el hombre debería hacer el bien. Además, nuestro concepto religioso es que el hombre debería hacer el bien para agradar a Dios y glorificar a Dios a fin de que pueda adorar a Dios en paz. Con respecto a nuestros conceptos culturales, sabemos que independientemente de si las personas son del oriente o el occidente, ellas tienen su propia cultura y son influenciados en gran manera por su propia cultura. Además, tenemos nuestros conceptos morales. Las personas de cada nación tienen la obligación de ser morales y guardar normas morales en toda relación humana. Por ende, cada uno de nosotros, sea joven o viejo, ha acumulado muchos conceptos viejos. Esto es semejante a utilizar un par de gafas con lentes de color; cuando venimos a leer la Biblia, nuestros conceptos naturales y viejos no sólo nos influyen, sino que también constituyen un velo que nos impide ver el verdadero color, el centro y las revelaciones fundamentales de la Biblia. En vez de ello, sólo vemos las cosas superficiales de la Biblia.

En este capítulo, queremos ver la Biblia a fondo, y en particular queremos ver el asunto central hallado en el Nuevo Testamento. La revelación central de la Biblia nos dice que el Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— tiene un mover, una obra, en dos grandes pasos. Primero, Él efectuó la redención por nosotros. Nosotros éramos pecadores, es decir, personas corruptas y caídas. Como tales, merecíamos muerte y perdición, y fuimos completamente condenados y rechazados por Dios. Sin embargo, debido a que Dios nos escogió, Él no pudo abandonarnos. Por ende, el primer paso de Su obra consistió en efectuar la redención por nosotros a fin de que Él pudiese rescatarnos a nosotros, hombres caídos, y resolver el problema de nuestros pecados. Él también nos justificó y nos limpió por completo a fin de que pudiésemos recibir Su redención.

Sin embargo, ésta no es la consumación, sino sólo el comienzo. Por ende, Dios aún tiene que llevar a cabo el segundo paso de Su obra, es decir, forjarse en nosotros. Esto es un misterio. Dios desea forjarse en nuestro interior; Él no desea simplemente darnos algo que procede de Sí mismo. Él no desea impartir Su vida a nosotros sin Él mismo entrar en nosotros; más bien, Él se forja en nosotros para ser nuestra vida. Esta vida es Dios mismo. Él entra en nosotros para ser nuestra vida, teniendo la expectativa de que nosotros lo tomemos como nuestra vida. Podríamos pensar que Dios desea que lo tomemos como vida y vivamos por Él como vida simplemente porque Él no quiere nuestra vida, sino que sólo desea Su vida debido a que la nuestra es mala, perversa y corrupta. No podemos decir que este pensamiento es erróneo, pero no es completamente exacto y no alcanza el estándar. Tenemos que comprender que aun si nuestra vida fuese limpia, libre de pecado y perfecta, Dios todavía necesita y desea entrar en nosotros para ser nuestra vida.

LA META Y LA OBRA DE DIOS

Cuando Dios creó al hombre, Él lo creó a Su imagen y conforme a Su semejanza. Entonces el hombre fue completamente como Él, no en la sustancia interior, sino en la apariencia exterior. Esta semejanza en cuanto a la apariencia exterior no se refiere tanto a la apariencia física, sino a la manifestación de las virtudes. Dios es amor, así que Él nos creó con un corazón amoroso; Él es luz, así que Él nos creó de tal manera que nos gusta estar en la luz; Él es santo, así que Él nos creó con una naturaleza que no le gusta ser asociada con los elementos malignos y desea ser trascendente y poco común; y Él es justo, así que Él nos creó con una naturaleza que exige justicia y rectitud. Dios es amor, luz, santidad y justicia; por ende nosotros, quienes fuimos creados por Él, somos iguales a Él en nuestra psicología, naturaleza, deseo y gusto.

Todos saben que es correcto amar y es erróneo aborrecer. Si usted ama a alguien, se sentirá alegre; si usted aborrece a alguien, sentirá desdén. A nadie le agrada hacer lo que es propio de las tinieblas; todos se deleitan en hacer lo que es propio de la luz. Por lo tanto, siempre que hacemos algo relativo a las tinieblas, tratamos de escondernos, y siempre que hacemos algo relativo a la luz, nos sentimos en la libertad de exhibirlo. Aunque quizás no sepamos lo que es la santidad, a todos nos gusta comportarnos apropiadamente, y no de modo indebido. A todos nos gusta ser trascendentes y sobresalientes en vez de ser asociados con elementos malignos. También tenemos un deseo interior de ser imparciales, equitativos y justos. Éstas son virtudes humanas. Estas virtudes son meramente imágenes que carecen de contenido. El contenido de estas virtudes es Dios. Nuestro amor es sólo una forma externa; su contenido es el amor de Dios. Podríamos utilizar un guante como ilustración. Un guante está hecho según la forma de una mano, pero si la mano no llena el guante, éste queda vacío. El guante por sí solo está vacío; cuando usted introduce su mano en el guante, el guante tiene su contenido, es decir, su realidad interior.

Cuando Dios creó al hombre, Su intención era introducirse en el hombre. Desde el momento en que Él se introdujo en nosotros, le hemos tenido como nuestro contenido. Ahora nuestro amor tiene realidad, y nuestra luz tiene contenido; somos verdaderamente santificados, nuestra conducta es imparcial, equitativa, justa y recta. Todas estas virtudes están llenas de realidad y contenido. Además, esta realidad y contenido son totalmente orgánicos.

En todo el universo, el plan de Dios, el deseo de Dios, el propósito eterno de Dios, la meta divina de Dios, consiste en forjarse en nosotros. Sin embargo, antes que Él pudiera forjarse en el hombre, el hombre cayó y se corrompió; por ende, Dios tuvo que redimir al hombre. Esta redención no era la meta sino el procedimiento por el cual Él podía forjarse en el hombre. Actualmente, cuando muchos cristianos leen la Biblia con miras a estudiar las verdades, muchos se detienen en este paso: la redención efectuada por Dios. Ellos sólo ven que éramos caídos y corruptos, pero Dios llegó a ser carne a fin de ser nuestro Salvador, al morir y derramar Su sangre preciosa por nosotros en la cruz. Por ende, no necesitamos pagar precio alguno ni hacer obra alguna; a fin de ser salvos sólo necesitamos arrepentirnos y abrirnos para recibir la salvación de la cruz. Luego somos perdonados de nuestros pecados, limpiados de nuestra contaminación y absueltos de todos los cargos en contra nuestra. Por consiguiente, los problemas entre nosotros y Dios son solucionados; somos justificados por Dios y reconciliados con Dios. Ahora somos salvos y nunca iremos al infierno, y un día iremos al cielo. Éste es el entendimiento que la mayoría de los cristianos tiene con respecto a la salvación que Dios efectúa.

Sin embargo, la Biblia no sólo habla del primer paso de la obra de Dios, es decir, que Dios mismo llegó a ser carne para morir por nosotros. La Biblia también nos dice que Dios tiene un segundo paso en Su obra. Ya hemos visto que Juan 1 dice que en el principio era la Palabra y la Palabra era Dios y que este Dios que era la Palabra en el principio llegó a ser carne y fijó tabernáculo entre nosotros, lleno de gracia y verdad (realidad). Luego dice: “He aquí el Cordero de Dios” (v. 29). La mayoría de los cristianos cree y recibe estas cosas. Muchos predicadores también hablan y predican estas cosas como su mensaje central. Ellos les dicen a las personas que de tal manera amó Dios al mundo que ha enviado a Su Hijo amado para que llegase a ser carne y fuese un hombre, que este hombre era el Cordero de Dios que quitó el pecado del mundo y que si confesamos que somos pecadores y si nos arrepentimos y recibimos a este Salvador, nuestros pecados serán perdonados, seremos reconciliados con Dios y aun tendremos comunión con Él en paz. Esto es correcto, pero no es la meta final de Dios; es sólo el procedimiento por el cual Dios alcanza Su meta. La meta de Dios consiste en que, luego de Él habernos redimido y limpiado, Él entre en nosotros para ser nuestra vida y llegue a ser nuestra naturaleza y nuestro todo. El resultado es la unión y la mezcla de Dios con el hombre.


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