Administración de la iglesia y el ministerio de la palabra, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-6813-1
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Existe también mucho orgullo en medio nuestro. Es una pena oír que alguien pregunte: “¿Por qué él es anciano y yo no? ¿Por qué él dirige a toda la iglesia, y yo apenas dirijo una reunión de grupo? Esto es orgullo. El orgullo es la fuente de la suspicacia, y esto causa que la persona piense que los ancianos tienen a otros en alta estima menos a ella. Tener este concepto es vergonzoso.
Si ésta es nuestra condición, podemos ser capaces de compartir mensajes maravillosos, pero nuestra obra no tendrá resultado. El asunto primordial es nuestra propia persona y no la manera en que compartimos. El hecho de tener una habilidad mejor que la de Pablo para predicar no hará que nuestro trabajo sea más eficaz. Todo depende de nuestra propia persona. Una persona orgullosa producirá otros que sean orgullosos. Los frutos que producimos serán igual que nosotros. Cosechamos lo mismo que hemos sembrado. Una persona que ministra la palabra con orgullo no debe esperar que coseche el fruto de la humildad. Una persona que administra la iglesia con orgullo no debe esperar que coseche una iglesia que posea humildad. Si administramos la iglesia con orgullo, ésta puede condenarnos e incluso rechazarnos.
Que exista tal condición entre nosotros nos causa una profunda carga. Debemos darnos cuenta de lo que Dios está haciendo en el universo. Algunos pueden decir con jactancia: “¡Miren! Todos éstos han sido salvos por mi predicación”. Puede ser que hayamos conducido a muchos a la salvación; pero quizás todos ellos estén espiritualmente enfermos, debido a que nosotros mismos estamos enfermos. De esta manera, hacemos daño a la iglesia, y no tenemos forma de evitar que nuestra enfermedad se propague. Aquellos que realmente aman al Señor no nos alabarán por nuestro trabajo. Si esperamos que aquellos que aman y alaban al Señor nos aprecien y nos elogien por igual, algún día habremos de cosechar el fruto de nuestra labor.
En Mateo 7 el Señor dijo: “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en Tu nombre, y en Tu nombre echamos fuera demonios, y en Tu nombre hicimos muchas obras poderosas? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de Mí, hacedores de iniquidad” (vs. 22-23). La expresión nunca os conocí usada en estos versículos significa “nunca os aprobé”. El Señor nunca aprobó lo que éstos hicieron. Por tanto, siempre debemos preguntarnos si nuestra predicación del evangelio y nuestra administración de la iglesia realmente son efectuadas con miras a la edificación.
Tal vez nos sintamos muy competentes administrando la iglesia, pero después de tres años la iglesia caiga en rebelión. Que el Señor tenga misericordia de nosotros para que veamos que el espíritu de Babel equivale a la rebelión, lo cual es intolerable. Si somos capaces de recibir misericordia con humildad, seremos bendecidos. Que el Señor tenga misericordia de nosotros para liberarnos del espíritu de Babel a fin de que podamos ser humildes y sumisos.
El mayor problema que el Señor enfrenta en Su obra de edificación es la semilla del orgullo dentro de todos nosotros. Ésta es la causa de nuestra carencia de edificación. Si queremos ser edificados, debemos someternos a otros y adaptarnos a ellos. La sumisión requiere humildad; el adaptarse a los demás requiere mansedumbre. Una persona que no es ni sumisa ni adaptable es muy orgullosa y siente que puede hacerlo todo por sí misma.
En el servicio al Señor no existen posiciones. No debemos esperar que los demás nos exalten. En una ocasión un hermano dijo que si aquellos que sirven al Señor fueran respetados, serían muchos los que procurarían servirle. Pero esto no es así. Por el contrario, cuando los siervos del Señor son despreciados, multitudes se levantan a servir al Señor.
En el servicio no existe tal cosa como la posición, así es que no debemos codiciar una posición. No debemos esperar que seamos altamente respetados y apreciados. Debemos estar preparados para que nos traten mal y para que nadie tenga aprecio por nuestra labor. Nuestra recompensa no procede de los hombres.
Sin embargo, ésta no es nuestra situación. De antemano sabíamos que nuestro camino era contrario a la corriente del mundo. Teníamos bien claro que este camino no era para aquellos que buscan gloria para sí mismos. Con objeto de atraer a otros al servicio del Señor, no debemos declarar que aquellos que sirven al Señor deben ser respetados. El hacer tal cosa muestra que hemos caído en degradación. Aun cuando no seamos respetados por los hombres, muchos otros seguirán viniendo para servir al Señor; no puede impedírselos.
Debemos entender que todo depende de Dios y que la responsabilidad es totalmente de Él. Dios nos ha guiado a tomar este camino. Éste es Su mover. Nosotros no somos nadie para agitar o controlar a otros. Es una vergüenza que alguien use medios económicos para tratar de controlar a otros o a los siervos del Señor.
El Señor desea que veamos que toda la obra depende de Él. La manera en que otros nos traten es un asunto secundario que no debe perturbarnos. Aquellos que sirven al Señor deben aprender a dejar todo en Sus manos y vivir sólo para Él. Dios es totalmente responsable de nuestras necesidades prácticas. Debemos vivir por fe incluso si necesitáramos hacer tiendas como Pablo lo hacía (Hch. 18:3; 20:34).
Debemos ser humildes y puros mientras servimos. Ser humildes equivale a poner nuestras necesidades a un lado y someternos a lo dispuesto por Dios. Ser puros es reconocer que todo proviene de Dios, y no tener motivos ni expectativas personales. Tomamos este camino sin importar si la gente nos alaba o se opone a nosotros. Si la gente nos aprecia, tomamos este camino, y si no lo hace, seguimos tomando este camino. Seguimos este camino sin importar si otros están de acuerdo o no lo están. El hecho de andar por esta senda es por completo un asunto entre Dios y nosotros. No tiene nada qué ver con nadie más ni con ninguna cosa. Los que sirven al Señor deben ser así.
Cerca del final del ministerio de Pablo, él dijo: “Me han vuelto la espalda todos los que están en Asia” y: “En mi primera defensa ninguno se puso de mi parte, sino que todos me abandonaron” (2 Ti. 1:15; 4:16). Pareciera que Pablo daba a entender que muchos habían recibido su ministerio, pero que nadie se había puesto de su lado en su primera defensa. No obstante, el Señor estuvo a su lado y lo revistió de poder para que por medio de él “fuese cumplida cabalmente la proclamación del evangelio” (v. 17). Al servir al Señor no debemos buscar ganarnos la simpatía de nadie. Nuestro camino depende sólo del Señor.
Todos aquellos que sirven al Señor necesitan ser humildes en lo que a ellos se refiere y puros para con los demás. No deben anhelar ganarse la simpatía de los hermanos y hermanas, ni deben esperar obtener una posición elevada, o que los traten bien, ni recibir cumplidos u obtener una respuesta positiva. Debemos ser puros en nuestra meta de buscar sólo a Dios. Además, debemos ser humildes y sujetarnos a otros, aceptando nuestras circunstancias. Servimos al Señor y a aquellos que lo aman. Si el Señor pudo lavar los pies de los discípulos, ¿cómo no hemos nosotros de servir a todos? Si el Señor pudo descender hasta el Hades, ¿a dónde no podemos ir a servir? Tenemos que esforzarnos en nuestro servicio, ya sea que sirvamos en una localidad grande o en una pequeña, o que sirvamos como ancianos administrando la iglesia o simplemente sirvamos limpiando los baños. Sólo tomando este camino podremos llevar a cabo la obra de edificación. Esta clase de servicio producirá un resultado orgánico en la obra de edificación. De otro modo, nuestro servicio sólo producirá “gigantes”. Debemos tener presente que siempre cosecharemos lo que sembremos.
Satanás está haciendo una obra insidiosa tratando de causar que seamos individualistas y que estemos en discordia, aun cuando no discutamos externamente. Es por ello que con una mano trabajamos y con la otra derribamos lo edificado. En tal situación es difícil que obtengamos la bendición y que nuestra obra produzca un resultado orgánico. La bendición de Dios se halla en la unidad y en la unanimidad. La unidad genuina acompaña a la edificación. Si somos edificados, podemos estar con los hermanos y hermanas en cualquier localidad y bajo cualquier circunstancia. Serviremos con acciones de gracias y con alabanzas, así seamos uno de los ancianos o sirvamos barriendo el local de reunión. Y podremos ser flexibles en nuestra coordinación.
Si aprendemos esta lección ante Dios, nuestro servicio como ancianos redundará en la edificación de la iglesia, e igualmente nuestro servicio de limpiar el salón de reuniones resultará también en la edificación de la iglesia. Entonces no importará cuál libro los ancianos sugieren que estudiemos, ya sea el Evangelio de Juan o las Epístolas a los Tesalonicenses, no tendremos preferencia alguna. En tanto que estemos siendo edificados con otros, no importará en dónde seamos puestos a servir o qué clase de labor se nos pida hacer, estaremos en la obra de edificación. Todo dependerá de que estemos siendo edificados por el Señor, no de que se nos pida ministrar la palabra.
Los hermanos que sirven de tiempo completo no se ganan la vida predicando; más bien, son aquellos que han sacrificado su futuro para servir al Señor. Que podamos ser aquellos que están en el corazón del Señor y que aprenden a recibir Su quebrantamiento. Que podamos decir como la hermana M. E. Barber dijo: “Señor, no tengo otro deseo que obtenerte a Ti”.
Otra razón por la que hay carencia de edificación entre los servidores es que hay escasez de amor los unos a los otros. Esta carencia de amor mutuo me causa un profundo dolor en mi corazón. No existe un amor genuino entre nosotros, y no nos interesamos tanto unos por otros. Pareciera que estamos satisfechos simplemente con juntarnos y llevarnos bien. Es como si fuéramos simplemente colegas. Sin embargo, sin el amor fraternal, perderemos el testimonio y la bendición del Señor.
Debería existir un amor extraordinario entre los servidores. Éste es un asunto crucial presentado en Juan, en los capítulos del 13 al 17. La palabra del Señor para nosotros en Su oración fue que nos amáramos unos a otros (13:34; 15:12, 17). Tal amor entre unos y otros proviene de nuestra unidad con el Señor y no es algo ordinario. Esto es amarnos unos a otros en la vida divina del Señor y en Su amor (17:26). Únicamente esta clase de amor puede edificarnos mutuamente.
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