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Experimentamos a Cristo como las ofrendas para presentarlo en las reuniones de la iglesiapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-1188-5
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Actualmente disponible en: Capítulo 13 de 14 Sección 2 de 4

UNA MORADA MUTUA

Los capítulos catorce, quince y dieciséis de Juan tienen mucha profundidad. En ellos el Señor Jesús revela un misterio: el Dios Triuno desea ser nuestra morada, nuestra casa, nuestro tabernáculo, para que entremos en El, moremos en El y permanezcamos en El. Este es el primer aspecto. En segundo lugar, después de entrar en El y de hacer de El nuestra casa, también nosotros nos convertimos espontáneamente en Su casa. Primero entramos en El y moramos en El, y luego El entra en nosotros y mora en nosotros. Por consiguiente, moramos mutuamente el uno en el otro. El capítulo catorce describe claramente este hecho. En el versículo 4, el Señor Jesús dice: “Permaneced en Mí, y yo en vosotros”.

En Juan 17:21, también descubrimos el concepto de morar mutuamente: “Para que todos sean uno, como Tú, Padre, estás en Mí, y yo en Ti, que también ellos estén en nosotros”. En este versículo resulta difícil determinar quién es quien. Sin embargo, debemos tener presente que los capítulos catorce, quince, dieciséis y el diecisiete, el capítulo sobre la oración, muestran que el Dios Triuno es nuestra casa y que nosotros somos Su casa, o sea, que moramos recíprocamente el uno en el otro. Este hecho produce la morada mutua de la que hablamos.

La palabra morada se usa dos veces en el capítulo catorce, una vez en plural y otra en singular. Leemos en el versículo 2: “En la casa de Mi Padre muchas moradas hay”, y en el versículo 23: “El que me ama, Mi palabra guardará; y Mi Padre le amará, y vendremos a El, y haremos morada con El”. En el versículo 23, la palabra “morada” se usa en singular; por consiguiente, significa una morada en la cual Dios y nosotros permanecemos recíprocamente el uno en el otro.

Por mucho tiempo entendía la palabra morar según la connotación moderna, que significa principalmente permanecer, lo cual concuerda con el significado de dicha palabra en griego. Sin embargo, muchos cuando leen la Biblia, interpretan esta palabra como si se refiriera a una mansión.

En el capítulo quince, morar no significa solamente permanecer sino radicarse. Morar en El significa habitar en El. La noción de morar y de morada se encuentran a lo largo de los capítulos catorce, quince y dieciséis. ¿Quién es esta morada? ¡Es el Dios Triuno! ¡Qué gran misterio! Nos tomaría muchos días profundizar en esto, pero al mirar algunos versículos cruciales, podemos ver que este mensaje tan profundo que dio el Señor tiene una idea fundamental: el Dios Triuno, o sea, el Padre, el Hijo y el Espíritu, quiere ser nuestra morada para que entremos en El y moremos en El con el fin de que El more también en nosotros. Finalmente, los que moramos en el Dios Triuno nos convertiremos espontáneamente en Su morada y moraremos en El, y El morará en nosotros. Será un morar mutuo. Esto no es nada sencillo. ¿Cómo puede una persona entrar en otra y luego ésta en aquélla? ¡Es imposible! Por consiguiente, se necesita la vida.

VOY A PREPARAR UN LUGAR

En Juan 14:2 y 3, el Señor Jesús dijo: “En la casa de Mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, Yo os lo hubiera dicho, voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me voy y os preparo lugar, vendré otra vez, y os tomaré a Mí mismo, para que donde Yo estoy, vosotros también estéis”. La mayoría de los creyentes han interpretado erróneamente estos versículos. Piensan que el Señor Jesús fue a los cielos después de resucitar para preparar una gran mansión para ellos. Eso me enseñaron cuando yo era joven, pero yo me preguntaba ¿cómo podría ser eso la salvación? ¿Podría la salvación consistir en que el Señor murió en la cruz por nuestros pecados, que resucitó y ascendió a los cielos, y ahora está construyendo una gran mansión? Como dije antes, la luz me vino en 1958 cuando estaba en Londres y pude ver que esa interpretación era religiosa y llena de tradición, y se parecía al Budismo, que defiende una especie de paraíso occidental.

Debemos comprender que preparar lugar significa morir por nuestros pecados, acabar con nuestra carne, nuestra vida natural y nuestra vieja creación, y vencer en nuestro ser a la serpiente y su naturaleza.

REGRESA COMO EL ESPIRITU

En el capítulo catorce el Señor Jesús habló de Su regreso, mas no se refirió a Su segunda venida al final de la era, sino a Su regreso inmediatamente después de la resurrección. En efecto, regresó, porque el día que resucitó, de madrugada, ascendió al Padre en secreto y, por la tarde, regresó a los discípulos. En esa ocasión, El se infundió como aliento en ellos cuando sopló y les dijo que recibieran el pneuma santo, el aliento santo, es decir, el Espíritu Santo (Jn. 20:22). Este fue Su regreso. Volvió a ellos pero con otra forma.

Cuando El se encarnó, vino en la carne, pero después de resucitar no regresó en la carne, sino en forma de aliento, de pneuma. El regresó en forma de Espíritu y, como tal, entró en los discípulos. Ese fue Su regreso. En 20:16 el Señor indica que pediría al Padre que les diera otro Consolador. En el versículo 18, da a entender que el otro Consolador era El mismo. En el versículo 16, usa el pronombre El, y en el versículo 18 habla en primera persona singular, lo cual demuestra que el otro Consolador, el Espíritu de realidad que había de venir, no es otro que El mismo. Esta vez El vino como Espíritu, no para estar entre ellos, sino para morar en ellos por siempre. Desde entonces, El jamás ha dejado a Su iglesia.


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