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Espíritu con nuestro espíritu, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-0259-3
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Actualmente disponible en: Capítulo 8 de 14 Sección 2 de 3

I. AVIVAR NUESTRO ESPIRITU

En 2 Timoteo 1:6-7 se menciona la necesidad de que avivemos nuestro espíritu. En estos versículos Pablo dice: “Por lo cual te recuerdo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos. Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de cordura”. Tal vez algunos piensen que esos versículos no hablan de que debamos avivar nuestro espíritu, sino de que debemos avivar nuestro don. Sin embargo, si leemos estos versículos con detenimiento podremos ver que avivar el fuego del don equivale a avivar el fuego de nuestro espíritu. En el versículo 6 Pablo dice que debemos avivar el fuego del don de Dios. Luego, en el versículo 7 dice: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de...” El fuego que debemos avivar es el espíritu que Dios nos ha dado. Debemos avivar nuestro espíritu.

Para apreciar estas palabras de Pablo debemos conocer el trasfondo de 2 Timoteo. Pablo escribió este libro cuando su hijo espiritual, Timoteo, pasaba por un momento difícil. Pablo estaba encarcelado en Roma. Además, todos los que estaban en Asia habían abandonado el ministerio de Pablo (v. 15). Las iglesias de Asia eran las principales iglesias levantadas mediante el ministerio de Pablo, pero esas iglesias habían abandonado a Pablo. Timoteo vivía entre ellos. Si usted fuera Timoteo ¿cómo haría frente a esa situación? Es posible que muchos le hayan dicho a Timoteo: “¿Por qué todavía sigues a Pablo? Todos los santos de Asia le han abandonado. Además, si Dios en verdad estuviera con él, ya le habría rescatado de la prisión en Roma”. Si Timoteo no hubiera estado desanimado, Pablo no habría dicho: “Por lo cual te recuerdo...”. Timoteo estaba desanimado y era necesario hacerle recordar. Pablo sabía que Timoteo estaba desanimado y se compadecía de él. Por eso le recordó que todavía ardía en él un pequeño fuego que era necesario avivar.

Es posible que en un momento de mucho sufrimiento se dude de Dios y de la salvación. Pero independientemente de cuánto pueda alguien dudar, siempre tendrá dentro de sí algo que nunca podrá negar: el espíritu. No somos como los animales. Nosotros tenemos un espíritu. Este espíritu es un problema para Satanás. Sin importar cuánto ha tratado y cuánto trata todavía, existe algo que Satanás jamás podrá tocar: nuestro espíritu. Tenemos que avivar nuestro espíritu.

Tal vez digamos que el don de Dios que debemos avivar es un don espiritual. Pero, ¿cómo podríamos tener un don si no tuviéramos nuestro espíritu? El don espiritual está en nuestro espíritu. En nuestro espíritu regenerado, en el cual mora el Espíritu Santo, hay un fuego. En realidad, podemos decir que nuestro espíritu es el fuego.

Un pequeño fuego al ser avivado puede convertirse en un gran incendio. Los incendios forestales son un ejemplo de esto. El viento aviva un fuego pequeño hasta convertirlo en un gran incendio. Si algo se quemara en una casa y quisiéramos avivar ese fuego, sería necesario abrir la ventana o la puerta. El viento haría que el fuego se convirtiera en un incendio. La manera más fácil de avivar nuestro espíritu es abrir nuestra boca.

Si queremos avivar nuestro espíritu, debemos abrir la boca, abrir el corazón y abrir el espíritu. Es necesario abrir estas tres partes de nuestro ser. Debemos decir con la boca: “Oh Señor Jesús”. Pero luego necesitamos profundizar más y combinar la boca con el corazón para decir: “Oh Señor Jesús”. Después es necesario profundizar aún más y combinar la boca, el corazón y el espíritu para decir: “Oh Señor Jesús”. Esto equivale a avivar el espíritu desde lo más profundo. Entonces arde el fuego. Si alguien se siente decaído, debe invocar: “Oh Señor Jesús” una y otra vez desde lo más profundo, con el ejercicio de su espíritu, con lo cual se reanimará.

Pablo escribió 2 Timoteo 1:6-7 conforme a su experiencia. Le recordó a Timoteo que avivara el fuego del don de Dios que estaba en él. Luego dijo que Dios no nos dio espíritu de cobardía. Al contrario, Dios puso nuestro espíritu en el centro de nuestro ser, rodeándolo con las tres partes del alma: la voluntad, la parte emotiva y la mente. Dios nos dio un espíritu de poder, de amor y de cordura. El poder le pertenece a nuestra voluntad. El amor le pertenece a nuestra parte emotiva. La cordura le pertenece a nuestra mente. Dios nos dio un espíritu que posee estas tres características. Nuestra voluntad debe ser fuerte, estar llena de poder; nuestra parte emotiva debe ser amorosa, llena de amor; y nuestra mente debe ser sobria, llena de cordura.

Según la revelación divina, Dios no nos dio un espíritu de cobardía, sino un espíritu de poder. Esto significa que nuestro espíritu está conectado a nuestra voluntad, la cual es poderosa. Por tanto, siempre que ejercitemos nuestro espíritu debemos comprender que nuestra voluntad está incluida. Nuestro espíritu no sólo está rodeado por nuestra poderosa voluntad, sino también por nuestra amorosa parte emotiva y por nuestra mente sobria. Esto significa que nuestra mente no debe ser opaca sino muy clara, muy sobria.

Pablo tuvo la revelación y también la experiencia de esto. Los versículos 6 y 7 de 2 Timoteo 1 son maravillosos. Estos versículos muestran que los cristianos tenemos el capital para vivir la vida cristiana y la vida de la iglesia. Este capital es el espíritu que Dios nos ha dado. Este espíritu, según la ordenación de Dios, está rodeado por el poder de nuestra voluntad, por el amor de nuestra parte emotiva, y por la cordura de nuestra mente. Estos tres ayudantes rodean nuestro espíritu, no para deprimirnos sino para reanimarnos y ayudarnos.

Tenemos que ejercitar este espíritu que Dios nos ha dado. El capital para que alguien corra en una carrera está representado por las piernas que Dios creó. Si Dios no nos hubiese dado las piernas, ¿cómo podríamos correr? No tendríamos el capital para correr. Del mismo modo, si Dios no nos hubiese dado un espíritu, no tendríamos el capital para correr la carrera cristiana. Hoy día tenemos una gran cuenta, un gran depósito bancario. Tenemos un espíritu que Dios nos ha dado. Siempre y cuando tengamos el espíritu que Dios nos ha dado, tenemos poder, amor y una mente sobria con un cielo despejado.

Decir que tenemos el capital equivale a decir que tenemos la capacidad. Podemos obrar porque tenemos la capacidad y el poder. No debemos decir que no amamos a la gente, porque tenemos la capacidad de amar. No debemos decir que estamos en tinieblas, porque tenemos la capacidad de ser sobrios y de tener un cielo despejado. Debemos declarar lo siguiente: “Mi cielo no está nublado; mi cielo está muy despejado” porque esta es la capacidad que tenemos.

Muy a menudo el enemigo nos engaña y se burla de nosotros. Decimos que somos débiles y que no vemos con claridad. Sin embargo, cuando decimos que somos débiles, lo somos. Si decimos que no vemos claramente, no vemos claramente. Por otro lado, si decimos que somos fuertes, lo somos. Si decimos que tenemos claridad, tenemos claridad. Somos lo que decimos que somos. No debemos decir que somos débiles. Si decimos que somos débiles, la debilidad estará con nosotros. Pero si decimos que somos fuertes, la fortaleza estará con nosotros. Podemos decir que somos fuertes debido a que tenemos la capacidad. Tenemos el capital. Dios no nos dio un espíritu de cobardía, sino un espíritu de poder, de amor y de cordura. Debemos declarar esto y reclamarlo, y así lo tendremos. Esta es nuestra porción. Esta es la porción legal que Dios nos ha dado según su propio designio.

En ocasiones anteriores me siento desanimado al prepararme para hablar por el Señor. Me parece que no tengo nada que decir. En esos momentos oro y en mi oración comprendo que ese sentimiento es un engaño. En realidad, no soy débil y sí tengo algo que decir. En ocasiones subo al estrado con la intención de hablar pero sin saber qué decir. Al pedirle a los santos que abran sus Biblias para leer algunos versículos, no sé qué porción leer sino hasta el momento preciso. Luego de leer esos versículos, preparo el mensaje. A menudo, un mensaje dado así es más viviente, más poderoso y más efectivo y rico que otros mensajes.

Les digo esto para recalcar que no debemos prestar atención a nuestros sentimientos ni a nuestros pensamientos. Nuestros sentimientos y pensamientos son mentira, son falsos. Los cristianos no debemos creer en ellos. Siempre debemos creer, decir y declarar que somos fuertes. Estamos llenos de amor, así que podemos amar a nuestros enemigos. Tenemos la capacidad de amar a todo el mundo. Podemos ver con claridad porque nuestro cielo es tan claro como el cristal. Tenemos que creer porque tenemos este capital. Tenemos esta capacidad. Debemos decir y declarar lo siguiente: “¡Soy fuerte, tengo mucho amor, veo con claridad!”. Si decimos esto, seremos bendecidos. Esta es la manera de ejercitar nuestro espíritu. En esto consiste avivar nuestro espíritu. Luego podremos orar. Mientras más oramos, más avivamos nuestro espíritu y más ardientes somos.

Siempre que avivamos nuestro espíritu, se desencadena una batalla contra Satanás. Cuando se origina un incendio, los bomberos tratan de apagarlo. Esto es un ejemplo de cómo Satanás trata de apagar nuestro fuego interior. Hoy en día abundan las situaciones que, como agua fría, tratan de apagar nuestro fuego interior. A veces nos llegan malas noticias por teléfono. Luego alguien nos da otras malas noticias. A nuestro alrededor ocurren cosas que pueden apagarnos. En esas circunstancias tenemos que luchar. Tenemos que declarar los hechos. Tenemos que avivar nuestro espíritu. Entonces seremos personas extraordinarias, personas que están por encima de las circunstancias.


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